Cuando un hombre se satisface con la prostitución está colaborando con las mafias
03 nov 2013 . Actualizado a las 07:00 h.La prostitución, se mire como se mire, es un desastre. Es la expresión hiriente de que algo en nuestra sociedad funciona mal. Más allá de las tonterías de que es el oficio más viejo del mundo, no se puede aceptar que millones de mujeres, preferiblemente del tercer mundo, que tienen como denominador común el hambre y/o la droga, suavicen las aceras de tanto andar de un lado a otro, esperando a que llegue el guerrero. Y lo hacen de forma resignada, no voluntaria, por más que pueda existir una ínfima minoría, de las llamadas de alto standing. Pero si la prostitución es de por sí odiosa, mucho más odiosa lo es la explotación de las prostituidas.
El antiguo chulo, que sigue existiendo, ha sido sustituido en lo cuantitativo por las mafias organizadas, que son como chulos en cadena, que captan en caladeros propicios a las mujeres con el señuelo de un trabajo digno. Y como es bien conocido, una vez aquí las obligan y las coaccionan de la forma que ya se conoce. Las convierten en deudoras y amenazadas, aquí; y en otros países, a sus familias.
Muchas cosas hay que hacer, pero no dejan de ser complicadas. En primer término los hombres por lo general no vemos la prostitución con malos ojos. Hipócritamente nos escondemos detrás de la afirmación de que es un negocio libre, en el que se participa de forma voluntaria.
La prostitución organizada produce mucho dinero y ello explica la cantidad de mafias existentes. Se trata de numerosos pequeños negocios que son tolerados de hecho por la sociedad. En cada uno de los locales con lucecita roja instalados por los alrededores de las ciudades, en zonas descampadas, hay un negocio de una mafia o un cliente de una mafia que nutre de mujeres a las barras mortecinas de los locales, que ven cómo se van moviendo la plantilla de prostitución, pues los hombres quieren carne nueva.
Podríamos preguntarnos por qué se las tolera. En primer término las prostitutas, que viven en estado de miedo, no colaboran en demasía. Se les ha enseñado un decálogo de respuestas y las repiten sistemáticamente. Y en el mejor de los casos, cuando alguna se rebela, las autoridades no pueden ofrecerle un puesto de trabajo, que es donde estaría la clave de bóveda para esclarecer ese submundo de las luces rojas.
En segundo lugar, sin esta colaboración por parte de las mujeres, que en cualquier caso es difícil de que mantengan su postura, entre otras razones por la dificultad de permanecer por su cuenta en el territorio hasta el día del juicio, hace muy difícil llegar a sentencias condenatorias.
Pero sin pretender dar una solución definitiva, sí creo que desde las instituciones públicas se deberían organizar campañas que pusiesen de manifiesto que cuando un hombre se satisface con la prostitución está colaborando con las mafias y participando en un ritual de humillación de las mujeres.
No es aceptable el darse por vencidos y algo se debe hacer.