La suerte de armas tomar

Maxi Olariaga

FIRMAS

El sobre contenía una rifa para una cartera con 175 pesetas.
El sobre contenía una rifa para una cartera con 175 pesetas.

15 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Hace menos de un mes la Armería Romaní fue reconocida como el comercio más antiguo de Noia. Merecida distinción. En ella pueden encontrar los aficionados a la caza y a la pesca toda suerte de artículos destinados a tal fin. A mí, tan dado a la nostalgia, me trajo un mar de recuerdos que aún hoy ocupan el armario en el que guardo las horas angustiosas de tragedia y los minutos más hilarantes que, a lo largo de mi vida, fui conociendo sobre esta vetusta y respetable casa.

Lo primero que evoqué fue el accidente de caza que sufrió un tío mío de tan solo dieciocho años en presencia de su padre, mi abuelo Germán Olariaga, en el muelle del Marqués. Yo aún no había nacido. Venían en una pequeña lancha de pasar una jornada de caza disparando a los patos que entonces sobrevolaban la desembocadura del Tambre. Al desembarcar, mi tío Javier apoyó la escopeta en la rampa para saltar al muelle, momento en que el arma se disparó. Murió allí mismo bendecido por el llanto de su padre que nunca se recuperó de aquella hora maldita.

Contaba mi suegra que todo el pueblo se acercó al muelle y que la multitud, muda por la herida acerada del dolor, acompañó hasta la casa familiar aquella Piedad rediviva de un hombre abatido con su hijo muerto en brazos. Hasta aquí la tragedia. Pero la vida sigue como insiste Celso Emilio en su Pasmón: «Porque sei que tarde ou cedo o que ha de vir chegará. Na hora boa ou na hora má, tanto me dá!».

En aquella armería al igual que en las boticas, durante las tardes que parecían desplomarse de los cielos como pompas de jabón, había tertulias de viejos cazadores en las que se contaban exageradas victorias de cartucho y morral en bandolera.

La más celebrada de aquellas historias tal vez fuera la de los tres camaradas que después de una jornada pateando el monte sin éxito, guiados por el hambre, se dirigieron a una casa que humeaba en un claro. Allí encontraron a una anciana que hilaba canturreando en el tibio claroscuro de una lareira. Le ofrecieron dinero por algo de comida, pero la mujer nada tenía. Uno de los cazadores descubrió colgado de un alambre un taco de tocino y se sació con él, premiando al ama con dos pesetas rubias. En esto se abrió la puerta y en el contraluz apareció el dueño de la casa que sin dar las buenas tardes se dirigió al alambre del que había desaparecido el tocino. «María -dijo- mañán na feira merca touciño que teño as almorrás arrabeadas. Coidaba que ainda había!». Los tertulianos reían a carcajadas a pesar de haber escuchado mil veces la historia.

Adelantándose a este tiempo de márketing, esta armería regaló por la compra de su mercancía un elegante sobre ocre que contenía un número del sorteo de la Lotería Nacional a celebrar en Madrid el primero de agosto de 1923. Si el número coincidía con el Gordo: «El poseedor será obsequiado por la Casa con una magnífica cartera de piel conteniendo la cantidad de 175 pesetas en billetes del Banco de España. Caduca al mes». Conservo el sobre numerado que me regaló José Romaní.

¡Aviso urgente! Por si quieren probar suerte en estos días, el añejo número que yo conservo es el 34350. ¡Mira que si toca?! Toma nota, Rodrigo. Non vaia ser o demo!