Los pescadores de toda España compran el cordel en Toralla

Jorge Lamas Dono
jorge lamas VIGO / LA VOZ

FIRMAS

Entre 1884 y 1904 la empresa Cordelera Ibérica dominó el mercado peninsular desde la parroquia de San Miguel de Oia

06 may 2014 . Actualizado a las 06:00 h.

eran otros tiempos mayo 1884

A finales de mayo de 1884 concluyeron su trabajo los ingenieros de la marca Cornish. Llevaban una temporada montando una máquina de vapor adquirida por Domingo Ferrer, Francisco Mirambell y Antonio Fontanills para su nueva sociedad. Cordelera Ibérica estaba a punto de empezar a producir en una antigua fábrica de salazón ubicada frente a la isla de Toralla.

Hasta principios del siglo XIX, la cordelería era una profesión ambulante, pero años después se centró en las fábricas catalanas y alicantinas. En Galicia, los fomentadores actuaban como distribuidores entre los pescadores, tal como explican Xoán Carmona y Jordi Nadal en su trabajo El empeño industrial de Galicia.

Cordelera Ibérica es la primera fábrica de cordelería mecánica que obtiene éxito en Galicia durante el siglo XIX. La sociedad arranca su trayectoria con un capital de 300.000 pesetas, aunque años después aumentaría debido a su transformación en sociedad anónima, con importantes accionistas, como el político Eugenio Montero Ríos.

Los industriales de Masnou eligieron la parroquia de San Miguel de Oia, entonces perteneciente al Concello de Bouzas, para iniciar sus actividades. La memoria anual de esta sociedad describe la zona como un espacio enimentemente agrícola y hermoso. «El delicioso lugar denominado Toralla (que algunos llaman también el puerto de Canido) dista escasamente una hora, en lancha de vapor, de Vigo», se explica en Memoria relativa a la fábrica de cuerdas denominada Cordelera Ibérica situada en Toralla (ría de Vigo), de 1887. El intento de acaparar el mercado fue tan potente que la fábrica fue dotada con la mejor maquinaria del momento. La caldera Cornish, que tenía 20 caballos de fuerza, era la encargada de mover las 32 máquinas ubicadas en la fábrica. Se habían gastado los empresarios 115.000 pesetas en la adquisición de la maquinaria. También adquirieron en Inglaterra una lancha de vapor por 4.500 pesetas.

En varias naves, con una superficie de 5.453 metros cuadrados, se distribuían las diferentes tareas destinadas a producir hilos, cordeles, cuerdas para la pesca y para los usos de la marina, así como para trabajos en minas y en la construcción. La materia prima era cáñamo nacional y del extranjero, abacá filipino, sisal y otras fibras.

La fábrica disponía de una mina que tenía una longitud de 600 metros desde su nacimiento. La chimenea tenía una altura de veinte metros, por lo que el humo negro procedente de la quema del carbón, era visible desde varios kilómetros de distancia. Se dice en la memoria que aquellas instalaciones incluso tenían una zona de vivienda y huerto.

La producción media diaria era de 550 kilogramos «sin contar otras obras especiales que se elaboran a mano por encargo particular». «Su baratura facilita en extremo la compra y pone los artículos al alcance de los más humildes capitales», añadía el redactor de la memoria.

En los años 1885 y 1886, Cordelera Ibérica exportó a Cataluña, donde se había iniciado la producción industrial. En Galicia, la ciudad de A Coruña era el principal centro receptor con 18.847 kilogramos y un valor económico de 30.646 pesetas. Pero también exportaba material a La Habana.

En 1904 la empresa quedó disuelta tal como se indicaba en sus estatutos iniciales. La pérdida de Filipinas conllevó el aumento del precio de las materias primas, dejando la empresa en una situación deficitaria en el mercado internacional.

Más de cien operarios trabajaban en aquellas instalaciones, de los cuales 70 eran mujeres. Coruxo y Oia eran las proveedoras de mano de obra, que cambiaban sus labores en el campo por un puesto en una fábrica, «obteniendo un jornal triple al que alcanzaban, ocupándose, como hasta aquí, en las rudas faenas de otras industrias muy pobres del país».

En la memoria de la empresa se describe un panorama bastante idílico de este lugar. «Por eso, al penetrar en el edificio, admira y regocija el contemplarles con sus trajes limpios y sus camisas blancas, ellos sosegadamente ocupadas en la discreta y atinada dirección de las máquinas, que son las que imprimen, gracias al progreso, la fuerza bruta que sustituye con ventaja a la del vil bracero de ayer, convertido hoy en inteligente industrial, mientras que ellas, las antes incultas labriegas, hilan el cáñamo con notable maestría», se recoge en la memoria de 1887.