«Sin perdón». Clint Eastwood, 1992
15 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.
William Munny vive en una casucha en medio de la nada con sus dos hijos. A su alrededor hay unos cuantos puercos enfermos, un árbol y una tumba fordiana en la que está enterrada su mujer, que contra todo pronóstico consiguió redimir a un asesino de renombre. Como en el cine de Ford, la presencia de alguien ausente cuece la historia a fuego lento. Un día, aparece un jinete en el horizonte que trae una proposición: volver a su antiguo oficio de matar hombres. Unas prostitutas ofrecen mil dólares de recompensa por la muerte de dos tipos que han marcado a cuchilladas la cara de una de ellas. William Munny está viejo, cae del caballo, ya no dispara bien, pero necesita el dinero. Se acerca a la cabaña de un antiguo compañero, Ned Logan, para que se una al grupo y este le espeta: «Si Claudia estuviera viva, no lo harías».
Comienza así el viaje de unos personajes llenos de pasado y escasos de futuro en el que Clint Eastwood rinde un maravilloso homenaje al western al tiempo que lo desmitifica. Aquí los pistoleros no están idealizados: a través de W. W. Beauchamp, el biógrafo que va saltando de matachín en matachín mientras registra sus fechorías, es decir, su currículum, descubrimos un mundo de falsedades, chapuzas y duelos cochambrosos donde las leyendas se comportan como celebrities. Eastwood rueda una película elegíaca y oscura, como un callejón de cine negro. El protagonista arrastra una mortificación y unos remordimientos aterradores. A lo largo de la narración, el guion nos va ofreciendo briznas de su pasado dejando entrever hasta qué punto el whisky lo convertía en un carnicero implacable, y ese goteo va llenando y llenando el vaso de agua hasta que desborda y convierte el último tramo de Sin Perdón en uno de los finales más explosivos de la historia del cine. La escena de la colina, mientras escucha el relato de la muerte de su amigo Ned apurando trago a trago una botella de whisky tras largos años de abstinencia, es asombrosa. Vemos físicamente cómo se transforma de nuevo en el antiguo William Munny de Missouri, el mismo que dinamitó un tren matando a mujeres y niños y que, según Ned, ha hecho cosas mucho peores. Ha regresado y se dispone a reordenar su reputación. A continuación viene un travelling de resonancias apocalípticas que recorre la calle principal del pueblo bajo una tormenta y que nos muestra cómo han decorado el escaparate del saloon con el cadáver de Ned. Cuando William Munny entra en el bar dispuesto a matar a todos, el espectador solo oye el ruido de una ballena blanca rompiendo las cuadernas de un barco.
Por qué verla
Por el guion de David Webb Peoples, que se hunde en las raíces del western clásico, construye un personaje legendario y aquilata la narración, llevando al espectador a un duelo final de una intensidad pocas veces igualada
Por la solvencia del reparto. Morgan Freeman, Gene Hackman o el propio Eastwood son capaces de contar la película solo con sus miradas