El cedé dice adiós

CARLOS PEREIRO

FUGAS

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El disco compacto ha puesto rumbo hacia la desaparición. Su promesa de eternidad, de inmutabilidad al paso del tiempo, ha durado cerca de cuarenta años. El formato, al menos en su forma de contenedor musical, camina hacia la extinción

30 mar 2018 . Actualizado a las 11:37 h.

Las razones de que el CD esté herido de muerte son muchas, pero es la demostración perfecta de que el mundo ha cambiado. Para bien o para mal, lo ha hecho. Es el fin de una era y la plenitud de otra. ¿Pero no estaba muerto hace tiempo el disco compacto? Se preguntarán ustedes. Es cierto. Hablar en el 2018 de lo obsoleto que puede ser este objeto circular asemeja extraño, pero el hecho de que Sony haya decidido cerrar su última fábrica de cedés y deuvedés en Estados Unidos es la gota que colma el vaso. No hay vuelta atrás. La factoría, situada en Terre Haute, Indiana, inició esta semana un proceso que concluirá en agosto, y terminará con cerca de 380 empleados despedidos.

El complejo de Terre Haute se erige como un símbolo de la multinacional. Abrió en 1953 con la idea de producir discos de vinilo de Columbia Records. En el 84 fue la primera fábrica estadounidense que produjo cedés, ocupando el honor de ese estreno el Born in the USA de Bruce Springsteen, cuyo nombre de la obra cuajaba a la perfección con el momento a vivir. El vinilo cedía su dominio a ese platillo de policarbonato de 12 centímetros. Presumía de mejor sonido, mayor comodidad y una durabilidad increíblemente superior.

 Un gran negocio

El primer disco compacto comercial surgió de la alianza entre Philips y Sony. Corría 1982 y se grabó La Sinfonía de los Alpes, de Strauss, dirigida por Von Karajan. El primer álbum pop impreso en este formato fue The Visitors de ABBA, aunque el primero en venderse fue 52nd Street, del pianista y compositor Billy Joel.

La planta de Sony que ahora vive su ocaso llegó a crear más de 11.000 millones de copias en treinta y tres años. Es solo una pequeña muestra del movimiento económico que suscitó la música con la llegada del cedé. Las discográficas vieron el cielo abierto y lo tocaron con los dedos en la década de los 90. El coste de producción era ridículo, apenas 80 centavos. Eso sí, su precio de venta al público era veinticinco veces más alto. Un negocio, como poco, perfecto. Y así lo fue durante unos cuantos años, hasta que los ordenadores entraron en los hogares y también las primeras grabadoras caseras. ¿Copias infinitas sin salir de casa? Era posible.

La irrupción de Internet hizo tambalear los pilares de la industria, incapaces de contener las descargas ilegales y la piratería. La falta de reacción por parte de las grandes compañías hizo, en buena medida, que el público diera la espalda a la compra de un producto tremendamente caro cuando podía obtenerlo gratis. En España, concretamente, el golpe fue tremendísimo al tratarse de un país de corte conservador a la hora de comprar por Internet. Tuvo que esperar a la llegada de aplicaciones como Spotify o iTunes para que la gente pagara por canciones digitales. El cedé ya estaba tocado y hundido. Primero Napster, luego Kazaa, Emule o Soulseek. Nombres que quedaron grabados a fuego como programas que proveyeron de música en formato de mp3 a las nuevas y las viejas generaciones. Los melómanos podrían tener cualquier disco del mundo con solo teclearlo.

Curiosamente, ha habido fenómenos destacables como el aumento exponencial en la compra de vinilos. El mercado físico sobrevive, sí, pero suele estar más relacionado con el coleccionismo o el regalo; que con el consumo real. Las grandes cadenas de sonido han ido desapareciendo en favor de aparatos más modernos, con entradas USB o Bluetooth. Los ordenadores, cada vez más, se venden sin dispositivo para la lectura de cedés.

 Solo en el coche

En la mayoría de los casos, los particulares suelen relegar su colección de discos compactos al coche. Las cifras del descalabre no mienten: en el 2007 se distribuyeron en España unos 28 millones de discos. En el 2015 ni la mitad, casi diez.

Quién sabe. Quizás en treinta años viva una segunda vida, como el vinilo, aunque lo tiene difícil. El cedé no entra tan bien por los ojos. Larga vida al cedé.