La catalana demuestra con su nuevo trabajo que podrá competir a nivel internacional con cualquier otra artista pop. Es un disco serio y complejo, cargado de matices e intenciones. Rosalía ha comenzado su conquista
13 nov 2018 . Actualizado a las 10:49 h.Sobre Rosalía (Barcelona, 1993) oirá y leerá estos días de todo. Le contarán que es una cantaora revolucionaria, que es la Beyoncé castiza, la paya con duende flamenco, la catalana que se enamoró de las bulerías… Pero sobre todo leerá que está destinada a triunfar, que será una estrella. Ocurre algo con este hecho y es que tal afirmación es errónea. Rosalía no va a triunfar porque ya lo ha hecho, nacional e internacionalmente, y ahora solo queda el deleite, el paseo sonoro por su aventura melómana, el disfrutar de las futuras canciones que brinde al mundo.
Hace apenas una semana, su disco El mal querer veía la luz. Es todo lo que uno podía esperar de la catalana. Una obra fresca, moderna, capaz de darle al mainstream más actual un aroma flamenco y que funcione, que el público no se inmute, sino que la aplauda. No es fácil. El mérito más grande de Rosalía con sus últimas canciones ha sido poder huir del explotadísimo ritmo reguetonero y sonar en todas las listas de reproducción del país (y parte del extranjero).
No es un tema baladí. La industria musical lleva años sin querer arriesgar por nada ni por nadie, y la apuesta de darle semejante protagonismo mediático a una joven de veinticinco años que sueña con ser cantaora, con editar un disco conceptual dividido en capítulos y por encima lanzar algunas de las piezas audiovisuales más rompedoras de los últimos años, suena a esperpento empresarial. Pero Rosalía lo ha hecho. Ha convencido a propios y a extraños. La crítica y el público la han abrazado y ella ha querido devolver el favor.
El mal querer es una obra que el tiempo acabará dotando de un significado más profundo que el que ahora tenga, más allá del éxito que pueda exprimírsele este próximo año. Es el segundo disco de larga duración de la catalana, y queda configurado como un recorrido por once rituales musicales mezclados entre el flamenco, la música contemporánea y las melodías urbanas. Hay hueco para las palmas y las guitarras, pero también para los sintetizadores y las baterías electrónicas. Ni siquiera ella misma se atreve a definirlo dentro de un estilo o una palabra.
Compuesto, coproducido y planeado por la propia Rosalía, está llamado a ser el punto de inflexión de su carrera. La parte fundamental de un proyecto que va más allá de este trabajo discográfico y que se complementa con los videoclips y los apabullantes directos coreografiados de la catalana.
En cierto modo, el viaje de Rosalía acaba de comenzar. Se avecinan curvas. Por el momento ya ha vivido acusaciones de apropiación cultural. Como si la música tuviera amo o señor. Han quedado en el anecdotario, claro. Si algo demuestra la artista en su nuevo trabajo es el talento para mezclar registros y llamar la atención a miles de profanos de una música que, ya sea por distanciamiento geográfico o desconocimiento, parece quedarle muy lejana.
Hay poder en las letras de El mal querer. Un diálogo continuo entre un hombre y una mujer. Ella pone la voz a ambos, por lo que puede llegar a costar distinguir donde empieza uno y acaba otro si uno se pierde en las palabras.
Es un trabajo elegante e inteligente, con nada o muy poco al azar. Igual que tampoco exista disco alguno en el mercado capaz ahora mismo de hacerle sombra en ambición e intenciones.
Hay momentos sublimes, como Bagdad, el capítulo siete, que toma como base el Cry me a River de Justin Timberlake y consigue demostrar empíricamente la capacidad autoral de la catalana a la hora de otorgar un sonido nuevo a algo ya existente, una inyección tremenda de frescura de la que colgarse horas a través de los altavoces.
Suena hasta raro tener que indicar que el disco se consume de una tacada, en un orden concreto, de la A a la Z, pero algo que hoy por hoy rompe con el canon de consumo musical. Se agradece volver a encontrarse con una obra de este tipo.
DE TÚ A TÚ
Con apenas veinticinco años, Rosalía ya ha bailado y tocado en terrenos que otros solo pueden soñar. Allá donde va público y compañeros de profesión posan su mirada en ella tratando de discernir de dónde ha salido la artista que tienen delante y por qué no la conocían antes. Ocurrió en el show de Jools Holland de la BBC, y volvió a pasar con su actuación en los MTV Awards celebrados en Bilbao hace apenas unos días. Los gritos del público, cantando cada golpe de voz de la canción, la hicieron la heroína de la noche. Así funciona en directo la joven cantaora. Un alarde de garganta y de movimientos junto a otras doce bailarinas, ahora tuteladas bajo la batuta de la coreógrafa de Rihanna.
La cosa va muy en serio. Tanto, que no es descabellado pensar que Rosalía podrá hablar de tú a tú con otras divas pop internacionales. Tiempo al tiempo. Y en su caso, todo parece ir a una velocidad imposible.