El cumpleaños como funeral

FUGAS

J.J. Guillén

Luis Landero realiza en su nueva novela una radiografía sobre las grietas que amenazan la convivencia familiar, alentadas por un exceso en la confidencia

22 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Y si la quiebra de la relación entre dos personas no llegara después de esos incómodos silencios, abismos de vacío insalvables en una convivencia? ¿Y si fuese la saturación de palabras lo que provocase el fin de un entendimiento razonablemente civilizado? Va a ser que la inclinación a la confidencia, que la facilidad para el diálogo, no es una panacea, que eso del charlar, de abrirse con franqueza al otro, no es una pura virtud. Que lo de que hablando se entiende la gente no es para tanto como se presume. Que quizá conviene callar de vez en cuando. Y que, ¡vamos!, no se puede andar por la vida diciendo lo que a uno le viene en gana en cada momento. Que lo que uno deja salir por la boca va generando un poso en quien escucha y que puede ser que ese poso, poco a poco, muy lenta e imperceptiblemente, termine por conformar una auténtica sepultura. Sobre ese poder destructivo de la palabra sabe lo suyo Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948), un narrador cuya acreditada talla -libro tras libro- no tiene parangón en el panorama actual de las letras en español.

«Ahora ya se sabe con certeza que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes. Quizá tampoco lo sean las conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente. Hay algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y no es verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen. No es verdad. […] Y siempre, siempre, los relatos o las palabras que vuelven de los oscuros ámbitos de la memoria llegan en son de guerra, cargados de agravios, y ansiosos de reivindicación y de discordia». Así comienza su última novela, Lluvia fina, de nuevo editada por Tusquets y que es un regalo para el lector que aspira a ser seducido por el cuidado de lenguaje, la cadencia del relato, la inteligencia del planteamiento, la finura del estilo, la coherencia de los personajes, la profundidad de la trama, la verdad de la ficción y la complejidad psicológica que sostiene el desarrollo de la historia. Pese a que la tensión narrativa también es un elemento clave, aquí no hay fuegos de lucería, regates ni efectismos. Todo tiene un propósito, y este no es aleccionar, sentar cátedra, regalar una balsámica evasión ni ofrecer respuestas concisas o moralejas. La vida es rica en desafíos, desgracias, contradicciones, esperanzas, rencores, ilusiones, desengaños, es algo orgánico que tiene muchas y muy distintas facetas, y todas pueden cohabitar con su parte de verdad y su porción alícuota de mentira.

Hasta la persona que menos habla puede ser protagonista principal de una novela que da voz a otros protagonistas con tendencia a la locuacidad, y gusto por usarla con intención zaheridora. Y hasta ese personaje puede cansarse de su papel de genio zen de la escucha, una especie de niña Momo de Michael Ende que, empática, calla para mejorar a los demás, aunque a menudo no lo logre. «A Aurora no le gusta juzgar, y más que buscar la verdad entera al trasluz de las almas, se conforma con las pequeñas verdades que en su aluvión arrastran consigo las apariencias. Pero siempre ha intuido que los relatos no son inofensivos, y menos aún cuando se entrelazan como en una rebatiña de perros donde todos se disputan a dentelladas los magros huesos de la verdad».

AJUSTE DE CUENTAS

Esa rebatiña de repente se ve avivada cuando su marido, Gabriel, decide que debe hacerse una gran comida familiar para celebrar el cumpleaños de la madre. La preparación de esta fiesta funciona al modo de lo que hacen habitualmente los funerales, donde -alrededor del féretro o del cadáver aún caliente- allegados, deudos y familia empiezan disfrutando el reencuentro para atizar los recuerdos y vivencias compartidos y terminan, sin piedad, en un brutal ajuste de cuentas con el pasado. Las hermanas de Gabriel (Sonia y Andrea) porfían, por enésima vez, en hacer recuento de injusticias (y fracasos) y la propia Aurora se permite admitir el sordo embate de la erosión en el idilio confiado que estaba decidida a vivir con su esposo. «Creía percibir en el entramado de aquel edificio verbal leves crujidos de fondo que parecían anunciar defectos de fabricación, fatiga de materiales, prestaciones obsolescentes, y acaso, como ya le advirtieron Sonia y Andrea, una nota desafinada en el tono de voz que delataba cierto artificio, cierta falsedad, y hasta cierta impostura».

«¡Ay, Aurorita, qué triste y complicada es la vida! ¿Por qué no somos todos más sencillos, más sinceros y amables, y menos críticos con los demás? ¿Por qué nos cuesta tanto ser piadosos? Nos hacemos la vida imposible unos a otros», dice Sonia a su cuñada en un pasaje en que la rebatiña parece no tener marcha atrás cuando ni siquiera han alcanzado a fijar una fecha para la fiesta del 80.º cumpleaños de la adusta viuda, madre de los tres hermanos.

En fin, la vida misma narrada maravillosamente en su hiel por el maestro Landero.

«lluvia fina»

LUIS LANDERO

 EDITORIAL TUSQUETS PÁGINAS 272 PRECIO 19 EUROS