«Into the wild», cuando la realidad choca con el mito

C. Pereiro

FUGAS

La historia de «Hacia rutas salvajes» sigue viva, pero ha traído pocas alegrías a Alaska, una tierra peligrosa que exige respeto al conocerla

20 ago 2019 . Actualizado a las 23:22 h.

Más que de culto, esa etiqueta que tanto recelo y pasión suele despertar en el séptimo arte, es probable que Into the Wild -Hacia rutas salvajes, en España- sea una película generacional. Es decir, esa cinta con la que un concreto grupo poblacional se siente identificado, gusta de verla, se enamora de su narración, y la idealiza, la dota de una trascendencia sentimental atípica. Quizás demasiado. Si no la ha visto, el asunto es sencillo: un joven acomodado deja su vida atrás, dona todo su dinero, y se prepara para recorrer su país -Estados Unidos- en busca de algo más de lo que nos vende la vida actual, la sociedad, más bien. Lo que a continuación leerá es un spoiler de manual, pero sería un error considerarlo tal que así, pues la muerte de ese chico estadounidense tras verse atrapado en una peligrosa Alaska es una historia real, la de Christopher McCandless. Por tanto, el spoiler de la película se leyó años atrás en los periódicos locales, en 1992, cuando ese senderista sintió llegar su final en un viejo autobús abandonado en medio del parque nacional Denali.

La cosa es que Into the Wild y McCandless han vuelto a ocupar titulares a golpe de tragedia. Veramika Maikamava y Piotr Markielau, bielorrusos de 24 años, decidieron dedicar el viaje de su luna de miel a explorar Alaska. Su objetivo no era otro que seguir los mismos pasos que el joven americano, interpretado por Emile Hirsch en la película del 2007, hasta dar con ese autobús, protagonista de alguna manera también en la cinta de Sean Penn. Estaban cerca, pero se toparon con el mismo obstáculo que el mártir del capitalismo, el río Teklanika y su poderoso caudal. Los viajeros quisieron cruzarlo, pero en el proceso la mujer falleció. Su marido no pudo reanimarla pese a sacarla del peligroso río. No es la primera víctima que se cobra la idea de emular a McCandless. Probablemente, no será la última.

Hacia una ruta odiada

Lo cierto es que la Red está llena de páginas y vídeos que muestran la ruta real que siguió McCandless. Cabe decir que la película del 2007 está basada en el libro homónimo de Jon Krakauer de 1996, de alguna manera, una pequeña biblia para urbanitas que quieren volver a descubrir la naturaleza y alejarse del consumismo.

El interés por emular el famoso viaje y llegar al autobús, convertido durante un tiempo en hogar del protagonista, ha traído más problemas que alegrías. Los vecinos de las villas más cercanas a este parque están cansados de que se desperdicien recursos en salvar a aquellos que quedan atrapados o se pierden durante su idealizada misión. La zona es peligrosa, de difícil acceso, y carece de mayor interés que la de imitar a un hombre al que muchos definen como inconsciente.

McCandless se aventuró en una zona sin conocimiento real sobre la fauna y la flora local. Tampoco era un experto en supervivencia. Lo cierto es que, si hubiera tenido un mapa, habría sabido que unos kilómetros río arriba existía un paso por el que esquivar el río y se habría salvado. Seis millas al sur del autobús también había cabañas con suministros para emergencias -aunque estos estaban estropeados, quizás por el propio joven, según se explica en el documental The Call of the Wild-. Los guardias forestales de la zona lo tienen claro. Lejos de cualquier romanticismo, McCandless no solo fue un viajero poco práctico, sino un desconsiderado al haberse internado en la zona sin tan siquiera un mapa con cuatro indicaciones básicas.

Y... ¿qué hace un autobús en medio de la nada? El bus 142 de la flota pública de Fairbanks fue llevado hasta allí casi tres décadas antes de la historia original por una empresa de construcción y asfaltado como refugio temporal para sus operarios. Llevó tres y desguazó dos. El 142 quedó para uso de los cazadores locales pues estaba equipado con una estufa cilíndrica y una litera. El icónico senderista falleció en él, a medio camino entre el envenenamiento y la inanición. Nunca quiso morir allí. No era un suicida o un loco. Su diario no miente. Intentó salvarse, pero la naturaleza salvaje le ganó la partida. Suele hacerlo.