Neil Young y su propia máquina del tiempo

c. pereiro

FUGAS

NILS MEILVANG

Con el canadiense, que vuelve con «Homegrown siempre hay una sopresa que celebrar.

10 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo mejor de ser amante de Neil Young es que siempre hay una sorpresa que celebrar. El canadiense, lejos de jubilarse o vivir la vejez alejado de las notas, aprovechando su incorruptible legado, continúa publicando obras de un elevado nivel lírico y musical. Quizás no escriba himnos para recordar dentro de cuarenta años, pero ya quisieran otros ponerse siquiera al rebufo de algunas de las canciones que en la última década Young ha ido exportando.

El compositor aparece en la palestra de la actualidad con un nuevo disco bajo el brazo, pero sin atisbo de ella, todo lo contrario. Homegrown (2020) es un conjunto de canciones escritas en la primera mitad de la década de los setenta, pero que nunca habían visto la luz por decisión propia. Casi cinco décadas después, el canadiense ha decidido que era la hora.

En teoría, y siguiendo lo comentado por Young, el disco se ubicaría entre On the beach y Tonight's the night. En él narra una ruptura sentimental demasiado fresca e íntima, sin cabida pública en aquel momento. Sea como fuere, es hoy un regalo exquisito para sus seguidores, un viaje en el tiempo a una época de enorme talante creativo para el cantautor, fácil de entrever y disfrutar.

Neil Young se recrea en Homegrown a través de la melodía y la acústica. Una tranquilidad absoluta y un sentimiento de amargura que sintetiza a la perfección esa narración real que da contexto al disco. Hay lugar para el piano, para su armónica rota o la electricidad roquera del tema homónimo Homegrown, o la anticipada despedida que simula ser Vacancy.

Resulta, sin duda, extraño escuchar esta nueva obra en el 2020. Homegrown no es un disco de este año aunque ahora vea la luz. Fue creado y grabado hace cuarenta y cinco años, con todo lo que eso significa. Es un agujero de gusano, un puente de Einstein-Rosen, que conecta dos realidades que coexisten a la vez. El ahora y aquel momento en que un Young de treinta años desnudaba su alma y la plasmaba en un disco que, por suerte, ya no está oculto.