Aramburu vuelve con «Los vencejos»: otra novela valiente... y polémica

FUGAS

J.J. Guillén

Demasiado larga y políticamente incorrecta, la nueva obra del autor de la exitosa «Patria» ha sido condenada en las redes sociales

17 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

«Abandono», «se me hizo muy pesado», «largo y desordenado», «lento y repetitivo»... estas son algunas de las reacciones que Los vencejos, el nuevo libro de Fernando Aramburu, provoca en sus lectores, y no son las peores. Hablan así los que atraídos por el éxito fulgurante de Patria esperaban una novela de corte similar. Pero no, nada que ver. Los vencejos cuenta, en más de 700 largas páginas, la vida cotidiana de un profesor de Filosofía que ha puesto fecha para su muerte. Con un último año por delante, se dedica a reflexionar cada día (365 reflexiones) sobre lo divino y lo humano, sobre todo de lo más humano. Y lo hace para sí mismo, sin filtros ni remilgos sobre lo políticamente correcto, sin censura previa. Así que no esperes para ver la versión de televisión porque me parece que esta vez no la habrá.

De lo que no hay duda es de la valentía de Aramburu. Como ya hizo en la novela sobre el problema del terrorismo en el País Vasco, hace alarde de su empuje contracorriente y se atreve ahora a presentar personajes que frecuentan prostíbulos, hablan de las mujeres como si fueran objetos sexuales, mantienen relaciones con muñecas hinchables, votan a Vox y mucho más.

Prostitución y otros asuntos espinosos

Como era de esperar, el asunto ha levantado ampollas en las redes sociales que se ceban con el autor («machirulo» es uno de los adjetivos más suaves con el que lo adornan), tal vez confundiéndolo con el personaje de Toni («el personaje tiene un 6 % de mí», ha llegado a intentar defenderse Aramburu) y escandalizándose ante la puesta en papel de una realidad tan patente en este país como la existencia de prostíbulos con abundante clientela.

Y sí, claro que el personaje saca a la luz la peor cara de los hombres: obsesionado por el sexo, incapaz de mantener una relación con nadie («me aconsejó que la abordase por el lado de la inteligencia emocional, a lo que yo le respondí diciéndole que no le había entendido más que si me hubiese hablado en chino»), ni siquiera con su hijo, al que ridiculiza por tonto; ni con su madre, afectada de alzhéimer. Toni es un hombre absolutamente sobrepasado que decide terminar.

La novela es un retrato certero, aunque algo esperpéntico, de ese hombre producto de una época que creció en una familia todavía lastrada por los modos y costumbres de la dictadura («mamá vio la sangre y, sin preguntar qué había sucedido, me sacudió una bofetada. Papá, como con desgana, me sacudió otra. Por regla general, mamá pegaba con más saña, pero hacía menos daño») y que transita por un matrimonio patético, que acaba en divorcio y lesbianismo, hacia una vida adulta en la que nada le satisface. Odia ser profesor, odia a la gente («los vencejos no volverán hasta la próxima primavera. Me han dejado solo con toda la masa humana que me agobia y me saca de quicio»). y solo se siente vinculado a su perra y a su compañera sexual de plástico. Todo aderezado con enfermedades con llagas supurantes, cánceres terminales y otras lindezas. Un desfile de los horrores que cuenta con una tabla de salvación: el humor, aunque sea muy negro.

Nuestro desalmado profesor tiñe las reflexiones de sarcasmo y, a veces, incluso deja entrever que, tras su afilada ironía, hay un corazón que late desencantado, pero sigue palpitando.

Novelas de pandemia

Un recorte de páginas no le habría hecho ningún mal a una novela que se sitúa muy en la línea de las ideadas y escritas por otros autores españoles durante el confinamiento y que ahora salen a la luz muy sobradas de extensión (había mucho tiempo para escribirlas) y no tanto de originalidad. Estas novelas de pandemia, escritas a modo de diarios personales, se aferran a la introspección y a la divagación para recrear aquella atmósfera opresiva que, en realidad, ya todos estamos deseando olvidar.

Leerla o no queda al criterio de cada cual, solo faltaría, pero sería una pena que la condena arbitraria de las redes sociales decidiera por nosotros.

Y aunque el personaje de Toni comete, según parece, muchos pecados mortales para los jueces de las redes sociales, yo solo lo condenaría por uno: se deshace de sus libros.