Carlota Gurt: «Terminé de escribir "Sola" y me divorcié»

FUGAS

Sergi Alcazar Badia

Tras hacerse en el 2019 con el premio Mercè Rodoreda de cuentos, la catalana debuta en el formato largo con una cuenta atrás que mantiene al lector contraído hasta el final. Luego ya no será el mismo

08 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

A Carlota Gurt (Barcelona, 1976) la convencieron en casa, cuando era niña, de que si uno es de ciencias no puede ser de letras, y viceversa. La interiorización de esa arraigada dicotomía con tufo maniqueo privó durante años al lector de una escritura que acalambra. Retomó un hábito que siempre había disimulado ya cumplidos los 40, cuando con la excusa de una broma entre amigos -que conjugaba un certamen literario local y una cena a cargo del laureado- se arrancó con un cuento. Al sentarse recordó primero cuánto le gustaba escribir; después, cuánto le calmaba. «Cuando no escribo estoy mal, me siento peor, menos satisfecha -intenta explicar-. Escribir me tranquiliza». Así que ya de ir, fue con todo. Al mismo tiempo que escribía los cuentos con los que se alzó ganadora del prestigioso premio de relatos en catalán Mercè Rodoreda, tejió Sola (Libros del Asteroide), una novela áspera e inquieta, visceral. Se metió implícitamente dentro, sin llegar a caer en el tópico. «Estamos hartos de gente que escribe sobre gente que escribe; me aburro hasta yo», divaga. Habla de Mei, la protagonista, una mujer de 42 años que se refugia en una vieja masía para, sorpresa, sacar adelante una novela. «Creo que luego la historia se va por otros derroteros», observa. Así es. Una cuenta atrás empuja la lectura, de la que el lector sale siendo otro. Como de la soledad.

—Escribió esta novela como un reto, para ver si era capaz.

—Sí, me dije, «Voy a escribir una novela, ¿de qué la voy a escribir?» Y como me veía un poco perdida, cogí como excusa Solitud, que es un clásico de la literatura catalana, para tener algo a lo que aferrarme en momentos en los que me perdiera, para tener una especie de guía. Resultó ser más una excusa narrativa. A partir de ahí, monté encima mis temas y lo que me mueve a mí, que al final son la soledad y la locura, un tema que me interesaba mucho tratar. Y tampoco es tanto una historia sobre la soledad, sino sobre lo que nos hace la soledad. La idea de que nos acaba transformando, de que estar solo te cambia, de que de una situación de soledad no sales igual, no sales indemne. Y esta novela trata de eso, de cómo cambia a una persona un cúmulo de soledades.

­—¿De qué manera nos cambia la soledad? ¿Nos cambia a mejor o a peor?

—Creo que nos intensifica, nos convierte más en nosotros mismos de una manera más intensa. Y eso puede ser bueno o puede ser malo, depende de quién seas y de cómo seas. Todo depende de lo que hagas con ella.

­—Dependerá también de si es una soledad escogida o impuesta.

—Claro, pero aunque haya una voluntad, ¿qué hay detrás de esa voluntad de estar solo? ¿Está el miedo a enfrentarse al mundo, quizá? ¿O está el instinto de protegerse de los demás? En la novela, de alguna manera hay una amenaza constante, es un poco un juego que está siempre presente, la protagonista se siente todo el rato amenazada, en peligro, protegiéndose de amenazas reales o no reales. Creo que también es una novela sobre eso, sobre cómo nos sentimos amenazados y sobre cómo nos protegemos frente a la amenaza. ­

—¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Fue como el de la protagonista?

—Me cuesta mucho ver el bosque. Como estoy acostumbrada a escribir cuentos, veo mucho el árbol, pero me cuesta ver el conjunto, ver cómo funciona, si realmente hay fallos de ritmo, tomar distancia con lo que escribo. Te imaginas que el lector va a ir siguiendo unos pasos, pero no tienes ni idea de si es así o no. Hay una parte de Mei que soy yo, claro, que es la parte de su reflexión sobre cómo se enfrenta a lo que escribe: sus miedos, sus dudas, la idea de que todo lo que hace es ridículo, terrible. ¡Eso soy yo en estado puro! Pero, aparte de la de la reflexión metaliteraria, hay una emoción de fondo que es muy mía. Al final, cuando escribo, lo hago sobre cosas que me mueven, que me han tocado: cojo una emoción de mi vida, la recorto y la pego sobre otra trama y otros personajes. Los hechos no son reales, pero las emociones sí.

—¿Le ha transformado la escritura de esta novela?

—De alguna manera, cuando escribo hablo conmigo misma, ordeno mis pensamientos, es como una manera de decirme algo a mí misma. Es como cuando estás hablando con alguien y dices algo que habías pensado, pero de lo que nunca antes habías hablado. Cuando te piden una opinión y tú la emites, la verbalizas e inmediatamente estás descartando las otras. Se concreta tu opinión, tu emoción. Terminé de escribir la novela y me divorcié. Y a veces pienso que, al final, este libro era como un ensayo para mi cabeza sobre mi divorcio. El libro no va sobre eso, no tiene nada que ver, pero creo que hay una reflexión sobre la propia vida a través de lo que escribes.

—¿Se siente más cómoda en los cuentos?

—Estuve escribiendo los relatos (Cabalgar toda la noche) y la novela (Sola) al mismo tiempo, son simultáneos, de ahí que sean libros que de alguna manera son un poco parientes: hay temas, cosas de fondo que se repiten en los dos libros. Cuando llevaba varios cuentos escritos me sentí capaz de controlar este género; en cambio, la novela me parecía algo muy complicado: tener dentro de la cabeza una historia tan grande, inventar algo que pudiese aguantar la expectativa y la atención del lector durante tantas páginas...

 —¿Qué sucede con los relatos? ¿Por qué funcionan menos que las novelas?

—Es complicado encontrar alguien dispuesto a publicar cuentos porque nadie quiere leerlos. Son antipáticos de leer, los relatos, porque cuando tú te has metido en la historia se acaba, es una lectura muy frustrante. Yo siempre digo que hay que leerlos de dos en dos y combinarlos con una novela, no puedes leerlos con el espíritu de la novela. Hay muy poca cultura de leer cuentos. En la novela entras y te tiras, es como un tobogán; y el cuento es como un columpio, cada vez que empiezas uno hay que volver a empujar. Y eso requiere un esfuerzo lector.

—La historia de «Sola» se nos narra con una cuenta atrás.

—Cuando la planifiqué inicialmente era un diario, pero entonces me di cuenta de que si lo escribía como un diario no me permitía narrar el final, no era verosímil. Y me di cuenta, además, que cuando leo diarios o correspondencias me olvido de las fechas de las entradas, cuando empiezo una ya no me acuerdo bien de si la anterior era de hace dos meses o dos días, y tengo que volver a revisar, porque al final ese tiempo es un detalle importante. Como eso me molestaba mucho y quería evitarlo, se me ocurrió la cuenta atrás. Al ser un marco temporal muy definido es más fácil de seguir: saber cuántos días han pasado, pero también cuánto falta para el final. Y funciona muy bien para generar expectativa. Arranca la lectura y desde la primera página ya se sabe que la historia conduce a algún lado y, además, el lector sabe exactamente cuánto le falta para llegar. Aparte de todo eso, tiene un por qué narrativo, claro. En el fondo, todo el libro es una larga explicación de cómo llegamos a ese día final, de cómo una persona puede llegar hasta una situación muy concreta. 

—¿Está satisfecha con el resultado?

—Para ser una primera novela, creo que está muy bien. Es lo que es. Hay cosas en las que me falta oficio, pero es que antes de publicar los cuentos había escrito como 60 relatos y antes de esta novela no había escrito ninguna otra. Como primera novela está bien, pero podría estar mejor, lo que pasa con estas cosas es que llega un punto en el que te das cuenta de que para volver a hacerla mejor tienes que volver a escribirla entera. Llegas al final del texto y hace tanto tiempo que lo empezaste que lees el principio y te parece flojo. Cuanto más escribes, mejor lo haces o, en principio, mejor deberías hacerlo. No me veía con fuerzas de volver a coger la novela y reescribirla otra vez. Hay algunos parches que puse a posteriori en medio que me gustan más, pero lo que me parece es que quería dibujar un elefante y me ha salido un tigre, ¡un tigre que está muy bien! Y al final es un paso más de aprendizaje.

—¿Habrá más novelas de Carlota Gurt?

—Sí, claro que sí. Esto es solo el principio. Ahora estoy trabajando en algo un poco más ambicioso, más polifónico, en una historia sobre la memoria, que me interesa mucho. Pensamos que es una cosa que graba nuestra vida y luego nos la reproduce cuando se lo pedimos y, en realidad, es un mecanismo de supervivencia que tenemos instalado dentro y que nos mienta cuando necesitamos que nos mienta para sobrevivir.