
Bajo el velo de la enigmática reverenda madre en la última versión de Dune, se adivina el gesto igual de misterioso de Charlotte Rampling. No deja de ser curioso que sus dos últimos papeles cubran su cabeza con toca de monja, y es que la actriz es también la abadesa del convento de Benedetta, la última y polémica película de Paul Verhoeven. Polémicas que a Rampling no parecen afectarle más bien poco, algo que dejó claro desde que se arriesgó a protagonizar Portero de noche.
Mañana cumple 76 años esta británica de nacimiento a la que los franceses adoran como si fuera suya, y que es todo un mito en el cine europeo. Ha trabajado con Visconti, Woody Allen, Oshima, Sidney Lumet, Claude Lelouch, François Ozon, Lars Von Trier o Julio Medem. Mucho más allá de su espectacular belleza, plasmada de forma ya icónica por Helmut Newton, a lo largo de su larguísima carrera, Rampling ha potenciado todo el misterio que esconde su rostro, perfecto para encarnar personajes de pocas palabras y sentimientos ocultos.
Las películas que quería hacer
Contaba Rampling que se dio cuenta con 50 años de la clase de películas que quería hacer. Aunque, en realidad, en las décadas anteriores había tenido el lujo de escoger precisamente aquellas historias que le parecían interesantes, provocadoras. Ahí está la ayudante de Veredicto final, la escritora de La piscina, o esa mujer que a punto de celebrar su aniversario de bodas ve cómo su mundo se vuelve del revés en 45 años, por la que se llevó media docena de premios en el 2015. En una sociedad que invisibiliza a los mayores, pocas cosas hay más provocadoras que abordar, en una secuencia impagable, que a partir de los 70 el sexo existe.