Espléndidos frutos de la edad tardía

Mercedes Corbillón FUGAS

FUGAS

25 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hasta hace muy poco era fácil tener 45 años y estar en las listas de escritores jóvenes. Bueno, antes había que escribir algo y tener al menos una docena de lectores, pero respecto a la fecha de nacimiento la clasificación era muy laxa. Ahora también lo sería si no fuera por las y los veinteañeros que vienen empujando fuerte. Anna Iris Simón, Andrea Abreu, Gabriela Consuegra, Luna Miguel, Ismael Ramos o algún otro, como el poeta Mario Obrero, que con 19 años escribe versos como los de un poeta viejo. Su primer poemario lo escribió con 14 años, a la misma edad que Carroll empezó sus aventuras de Alicia.

Pero yo no vengo aquí a hablar de lozanía y precocidad, me interesa mucho más la edad tardía, la que escogieron algunos para lanzarse a llenar páginas en blanco y lo hicieron con estilo. Eso suponiendo que lo hayan decidido, porque tal vez fue la literatura la que los señaló a ellos. Cervantes ya era todo un señor lleno de pasado, con duelos, manos cortadas y prisiones moriscas cuando escribió el Quijote, que difícilmente podría haber sido una obra de juventud. Raymond Chandler creó a Marlowe cuando ya tenía 51 años y aún tuvo tiempo para darle mucha cuerda al detective. Cuando se publicó Las cenizas de Ángela, Frank McCourt tenía más de sesenta años, así que su éxito rotundo le llegó en la edad de la jubilación. A Lampedusa no le dio tiempo a disfrutarlo, escribió El gatopardo en sus últimos años y murió de cáncer sin verlo publicado. En su palacio, desmoronado como los tiempos, había 4.000 ejemplares porque el duque antes de escribir se pasó la vida leyendo, lo cual parece muy buena idea si quieres dejar para la posteridad una obra maestra.

Mi favorita es Aurora Venturini. Quizás había escrito antes, incluso publicado, pero pasó desapercibida hasta que se presentó a un premio literario cuando ya tenía 84 años. Y lo ganó, claro. Imposible no quedarse perpleja y fascinada por esa familia llena de monstruos, por esa historia rotunda y desconcertante que deja claro que la literatura no tiene género y tampoco tiene edad. Solo tiene personalidad.