Nuria Labari: «Ante el poder, el hombre es más dócil que la mujer»

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La escritora Nuria Labari.
La escritora Nuria Labari. Jeosm

De nuevo lúcida, Labari invita e incita a cuestionarse lo que uno es y a encontrar las diferencias en la oficina entre hombre y mujer

27 may 2022 . Actualizado a las 15:27 h.

Admite Nuria Labari (Santander, 1979) que escribiendo El último hombre blanco sintió «una soledad tremenda», convencida de que nadie iba a entenderla, y sin embargo quienes ya lo han leído se sienten completamente identificados con la realidad —sorprendentemente asumida— que su discurso nos planta en las narices; no por sabido resulta menos inquietante. De su amuebladísima cabeza ha salido una disección impecable del espectro laboral —y del boquete de género aquí— que pone las conciencias en ebullición. Ya era hora de un buen zarandeo.

­—«A todos los que un día camino del trabajo sintieron que se habían perdido». ¿Le pasó a usted?

—Muchísimas mañanas. He trabajado en Madrid los últimos 20 años y llevo diez comiéndome atascos todos los días, creo que este libro nace de una imagen que tengo grabada en mi cabeza: los coches en fila ordenaditos y nadie nunca bajándose de ellos. He pensado mil veces en cómo es que nadie se apea, en por qué nadie se baja y se pone, yo qué sé, a fumar un cigarro, en esa docilidad absoluta —«que nada te aparte de la fila»—, en cuántas veces nos han dicho en el trabajo: «No protestes, hija, no protestes». Todo el mundo a mi alrededor ha sentido que se ha perdido y no se encuentra. Y no creas que es una sensación millennial, empeora con el tiempo.­

—En su anterior novela, «La mejor madre del mundo», desmontaba el mito de la maternidad; ahora, el del trabajo.

—Hay un sentimiento compartido entre los que estamos en el mundo laboral: el de que algo no está cuadrando, que algo está mal, una sensación de encierro, de no poder salir de ese sitio donde íbamos a crecer y a realizarnos. De esa impresión de que había una trampa, aunque no sepamos exactamente dónde, y de mis propias contradicciones surgió la necesidad de pensar la identidad del trabajador contemporáneo.

­—Para construir a la protagonista, ¿miró entonces en su interior, a su alrededor o echó mano de la imaginación?

—El de la novela es un espacio simbólico y de la imaginación, pero al apostar por construir una mujer que en el trabajo se convierte en un hombre me di cuenta de que la igualdad es un timo: durante mucho tiempo hemos intentado ser como ellos, sin cuestionar lo que incluía, y hemos aceptado ir a un trabajo en el que las reglas las han puesto unos señores. El primer objetivo fue llegar, y llegamos igualándonos y acatando; claro, es lo que se hace cuando eres minoría. Quizá ahora empiece a llegar una generación que se niegue a ser como ellos, que reniegue de esa forma de entender la igualdad. Para este libro he necesitado de todo, de mi experiencia y de la generosidad de muchos directivos, de los que ganan medio millón de euros al año, que se prestaron a hablar para que pudiese ver qué hay ahí arriba, y lo que vi es que en el poder hay una grandísima docilidad. El poder es dócil, es lo más dócil que existe. Y es ahí donde hay que meter la revolución.

—¿Qué fue lo que más le llamó la atención al asomar la cabeza?

—Me sorprendió encontrar a mucha gente preguntándose qué ha hecho con su vida, qué habría pasado si no hubieran aceptado todo eso.

—«Nos convencemos de que hay cosas que elegimos nosotros, pero que en realidad fueron diseñadas por otros».

—Claro, es que ha habido un gran malentendido. Pensamos que las mujeres teníamos que conquistar el poder, la cima, y no, lo que había que hacer era destruir la montaña, explosionarla. Las mujeres no queríamos el poder para tenerlo, lo queríamos para cambiarlo.

—¿Para convertirlo en qué?

—Primero, para que sea un espacio que no implique docilidad. En una ocasión, una periodista me dijo que la diferencia entre el poder masculino y femenino es que nosotras entendíamos la palabra como verbo y ellos como sustantivo. Es una genialidad. ¿Cambiarlo para qué? ¡Para poder hacer cosas! Ahora donde más poder hay es donde más parálisis hay. Queremos es un poder de acción, un poder verbo.

—Esta manera de actuar, de gestionar el poder ¿va tanto con el género? ¿Somos tan distintos los hombres de las mujeres?

— No, no. En el libro hay un espacio tan simbólico que la protagonista, que es mujer, se vuelve un hombre, porque simbólicamente es un hombre. Yo me encuentro con el género cuando empiezo a diseccionar el trabajo, no es un libro que nazca al revés. Piensa que todos los trabajos donde el cuerpo manda —trabajos dentro del universo Linkeding, dejando fuera a los artistas o a los deportistas— son denostados: se pagan por horas y están muy relacionados con la esclavitud (asistentas de hogar, trabajadoras sexuales, cuidadores, riders…) Si manda el cuerpo, malo. Y la mujer tiene mucho de cuerpo, a la mujer no se le puede olvidar que tiene cuerpo cuando va al trabajo porque a veces lleva los pechos llenos de leche, por ejemplo. El último hombre blanco es una revolución íntima, es el tipo que todos llevamos dentro y al que tenemos que decir adiós. 

— ¿En qué punto del camino estamos, nos queda mucho por andar?

— Bueno, tenemos buenas y malas noticias. Las buenas son que las mujeres hemos avanzado muchísimo, es evidente, y hay una revolución en marcha en la que por mucho que haya una asimilación por la que hay que pasar (por la que todas las minorías han tenido que pasar) después empieza a haber cambios en las estructuras de poder; las mujeres vamos a llegar al poder, estamos llegando, para cambiarlo. Primero hubo que llegar para llegar, pero ahora va a empezar a haber cambios. Hasta aquí las buenas noticias. Lo que sucede es que si antes nos igualábamos con los hombres, ahora se ha dado un paso más y se nos está igualando ya con las máquinas. Las máquinas, aunque se están construyendo en masculino de nuevo, ya son inhumanas. El algoritmo, la decisión racional llevada al máximo, la falta de intuición… El tipo de trabajador que encumbra Linkeding es el que carece de imaginación, el que es muy eficaz, y contra eso, que es otra ideología, también tendremos que revelarnos. Es muy poderoso, porque al final un hombre no deja de ser un ser humano igual que la mujer, pero un algoritmo es otra cosa. Vamos a necesitar repensarnos para poder conquistar nuestro deseo, y nuestro deseo se conquista con imaginación. Es como cuando cayó el mito del amor romántico. Nadie espera ya a su príncipe azul. Ahora tiene que caer el príncipe azul del trabajo. 

— ¿Somos conscientes que más que trabajar para poder vivir, vivimos para trabajar?

— Mi pregunta es, el que es consciente, ¿qué hace con eso y cuál es la capacidad que tiene, o que siente que tiene (que es lo más importante), para cambiarlo? Bueno, pues lo que yo creo es que cada individuo es perfectamente consciente de esto y que sienten que no tienen ninguna capacidad de cambiarlo. Y están equivocados: la capacidad es total, el mundo será como nos lo imaginemos, el trabajo será como nos lo imaginemos, y hay que empezar a imaginarlo de otra manera. Nos lo imaginamos con las reglas de los hombres blancos, con unas ciertas estructuras de poder, le damos un valor concreto al dinero y lo vemos lineal, con ascenso, como una montaña. En nuestra cabeza vemos a líderes que están solos, y sin embargo puede ser de mil maneras que ni contemplamos. Tampoco contemplábamos el teletrabajo. Imagínate que alguien lo hubiese planteado en el 2019, piensa en las reacciones. Todo el mundo siente ese peso del trabajo, lo que pasa es que no sabemos qué hacer con él. Y cada día sabremos menos qué hacer con él, porque el algoritmo, la máquina, el Internet que hoy conocemos, nos sirve para replicar el mundo conocido una y mil veces, pero interpela poco a la imaginación, deja poco espacio a la imaginación.

—Haciendo de abogada del diablo, si el sistema no es de otra manera, ¿no será que así es como mejor funciona?

—Mira el amor romántico, funcionó durante muchísimo tiempo y ahora nadie cree que se va a enamorar como lo hizo su abuela, desde el mismo lugar, porque ya nos hemos imaginado el amor de otra manera. Tenemos otros referentes. El mundo va cambiando, y la mitad de la población que se ha ido incorporando más tarde al mundo laboral no es tan cerebral como los hombres, dóciles. Ellos aceptan el poder sin cuestionamiento, hay una guerra y les dicen: «Te quedas aquí a morir», y es 2022 y aceptan, todos. Además de aprender, debemos desaprender todos muchas cosas. Nosotras sin embargo vamos con el cuerpo puesto. Porque parimos y amamantamos y sangramos; es que, claro, no somos iguales. La igualdad habrá que reinventarla.