El cielo está muy barroco esta tarde

Mercedes Corbillón FUGAS

FUGAS

La escritora inglesa Jeanette Winterson en una imagen de archivo
La escritora inglesa Jeanette Winterson en una imagen de archivo BENITO ORDOÑEZ

22 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El cielo de C. está muy barroco esta tarde, con todas esas nubes tomando formas voluptuosas y con el sol poniendo el apunte dorado del atardecer. No hay ángeles a la vista, pero hay golondrinas batiendo sus alas con frenesí. Una persigue un insecto en pleno vuelo. Ambos, bicho y pájaro, parecen estar representando una comedia, pero para uno de ellos la escena acabará en drama.

Yo, como siempre, leo una novela. Hay algo desesperado en estar siempre leyendo una novela, pero no hay desesperación en mí, simplemente paso las hojas de la misma manera que ese mar de ahí abajo llega a la arena, con la misma constancia y con la misma indiferencia. Solo a veces una fuerza mayor me empuja a darme un revolcón en la orilla. Quién sabe, tal vez sea ese mi destino, repetir una y otra vez ese gesto fútil.

No sé cómo se me ha ocurrido esa cursilada en este lugar donde no hay nada ñoño. Aquí la naturaleza tiende a lo dramático y yo tiendo a la frialdad y a lo anodino, aunque a menudo me disfrazo con los colores de las tormentas.

Leer a Jeanette Winterson es eso, adentrarse en el corazón de una galerna y dejarse azotar por las palabras, que vienen eléctricas y dulces como la pulpa de una ciruela. De querer ser algo en la vida querría ser un personaje suyo y, como el narrador o narradora, que no está claro, de Escrito en el cuerpo, enamorarme siempre de mujeres casadas y que me pidan que me acerque a ellas sin pasado, olvidándome de las frases aprendidas y de que alguna vez estuve en otros dormitorios.

Yo también iría a las bibliotecas a escribirles cartas de amor y miraría sus anillos «recordando que están fundidos en rojo y que me quemarán los huesos». Si un día enfermasen, las dejaría a cargo de sus maridos, que las cuidarían mucho mejor que yo, y después «viviría en los recuerdos como una vieja gloria. En este sillón, delante del fuego, acariciando al gato, hablando en voz alta, desvariando. En el suelo habrá un tratado de medicina abierto. Para mí será un libro de hechizos. Piel, dice, piel».