Todas las fiestas

Mercedes Corbillón FUGAS

FUGAS

21 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando recibí la invitación, pensé en la urgencia de localizar los estiletos de terciopelo verde que compré para la otra ocasión en la que mi nombre estaba en la lista.

Para vestirme, escogí un traje que surgió entre los objetos lanzados atrás cuando rebuscaba en el trastero como un personaje de dibujos animados y que llevé a una boda en aquellos años de la treintena en que a mis amigas y a mí nos daba por casarnos.

En la cola para acceder al autobús que nos llevaba desde el hotel hasta el precioso museo donde se celebra el acto, nerviosa por la ilusión que me hizo poder situarme tras la nuca de Boris Izaguirre, pisé con mis afilados tacones unos carísimos zapatos masculinos. Levanté la vista y me topé con la mirada oscura de Pedro J. Ramírez. Me sentí bajo aquellos ojos acusadores como Felipe en sus postreros tiempos, a punto de desintegrarme. De eso sabrá Sergio del Molino, que acaba de publicar Un tal González y que se subió al vehículo sin tropezar con nadie. Se sentó con Manuel Vilas, que me saludó muy cariñoso, quizás percibiendo mi pánico a torcerme un tobillo y acabar besando los de María Dueñas en el suelo del pasillo. Cuando pasé al lado de González Pons, el político escritor empezó a estornudar y temí que su alergia la provocaran los ácaros de mi chaqueta.

Al borde del desastre, me agarré a mi amigo Jorge Díaz, tercera parte de los Carmen Mola, que me adoptaron la noche en que acababa su reinado. No sé si las mises destronadas tienen esa inteligencia, ese encanto y ese sentido del humor que derrocharon ellos sobre el mantel blanco. Siguen triunfando con Las madres, pero la noche de burbujas, emoción y el millón de euros para ellos ya pasó. Brindamos por Luz Gabás y por su peinado al estilo Caballo Loco, maravillosa recibiendo el galardón de las manos de la vicepresidenta. Pude ver cómo Yolanda Díaz acariciaba el brazo de Creuheras como si fuera un gatito malo, tal era mi lugar privilegiado.

Bebí una copa de cava del tirón pensando en los momentos cénit que inevitablemente anuncian la decadencia y a continuación vi mis ojos melancolizados en el espejito donde me retoqué los labios.