David Lovering, de The Pixies: «Los fans de nuestra edad no se saben las nuevas canciones»

FUGAS

David Lovering (primero por la izquierda), acompañado del resto de los Pixies: Black Francis, Paz Lenchantin y Joey Santiago
David Lovering (primero por la izquierda), acompañado del resto de los Pixies: Black Francis, Paz Lenchantin y Joey Santiago

Vuelven a A Coruña con nuevo disco que, como le pasa a cualquiera, no aguanta una comparación con «Surfer Rosa», pero está estupendo

10 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Los Pixies se han convertido en el más injusto paradigma del tú antes molabas. La frase más repetida a la entrada de sus conciertos por los fans de toda la vida es «el último disco ni lo he escuchado». Pues usted se lo pierde, oiga. Porque Doggerel es un pepinazo sónico que, de haberlo grabado una banda con menos leyenda, estaría toda la parroquia aplaudiendo con las orejas. Es el cuarto álbum desde la reunificación de la banda. Están a un disco de estudio —si contamos Come on Pilgrim— de empatar su recordada etapa de finales de los ochenta y primeros noventa. Han ganado en calidad de sonido y han perdido (y mucho) en frescura y capacidad de sorprender. Obviamente, no son los mismos que hace treinta años. Y, tristemente, tampoco lo somos los fans. Pero una buena manera de espantar a los fantasmas que trae el cruel paso del tiempo sigue siendo asistir a un concierto de los Pixies como el que dan mañana en A Coruña (con Wunderhorse de teloneros) y comprobar que estos señores todavía saben romper tímpanos. El batería David Lovering asegura que aún les queda cuerda para rato: «Es que lo estamos pasando muy bien y nos llevamos mejor que nunca».

­—«Doggerel» tiene un sonido increíble.

—Opino exactamente lo mismo. Veníamos de estar dos años sin hacer absolutamente nada por culpa del covid. Así que nos metimos a grabar con muchísimas ganas. Y las canciones parecían funcionar incluso antes de meternos a trabajar con ellas con nuestro productor. Todo cuadraba perfectamente. Es curioso, porque en este álbum he disfrutado tocando la batería como hacía tiempo que no me pasaba. No es que haya sido más fácil ni más complicado. Hay mucho pop que he tenido que meterle, pude echarle más imaginación que en otros álbumes.

­­—En los álbumes de esta segunda etapa del grupo, las canciones parecen más acabadas, más meditadas que aquellos arranques de furia de los primeros discos.

—Supongo que será un reflejo de la madurez. En los primeros discos nos limitábamos a hacerlo todo cada vez más rápido, era todo velocidad y energía. Y en Doggerel puedo decir que he hecho más que en ningún otro disco, sobre todo porque lo que buscaba era que la batería hiciese mejor a la canción, no solo más potente y rápida. Pero sin duda hay muestras de madurez en la composición y la ejecución de las canciones, hay más variedad de estilos, más diversidad y riqueza, cosas que se ganan con el tiempo.

­—Crearon un sonido propio que se imitó hasta la saciedad. ¿Eran conscientes de la influencia que terminaron teniendo?

—En absoluto, no teníamos ni idea de lo que estábamos haciendo. Esto no seguía ninguna fórmula preestablecida. Cada uno tenía sus influencias, muy distintas entre sí, y de esa mezcla salía algo especial. Pero yo creo que ni nos planteábamos si estábamos sonando novedosos o siquiera si teníamos un sonido concreto. Y al cabo de un par de años empezaron a salir bandas estupendas que nos citaban como influencia y críticos que veían nuestra música detrás de las canciones de otros grupos. Fue maravilloso, pero no lo buscamos jamás. No sabríamos cómo hacerlo a propósito, la verdad.

—¿Nota esa influencia en grupos actuales?

—Para mí es muy complicado detectar eso. De hecho, a veces incluso me cuesta reconocer alguna canción nuestra. Oigo algo que me suena bien y me dice otro: «¡Eh, que eres tú el que toca!». Así que, si me cuesta reconocer mis propias canciones, imagínate la influencia en las de los demás.

­—¿Cómo es el público de los Pixies ahora? ¿Ha habido renovación generacional?

—Eso es algo increíble, casi surrealista. Cuando volvimos a juntarnos en el 2004 para tocar en Coachella, llevábamos doce años sin tocar juntos. Pues en primera fila había un montón de chavales que dudo que supiesen quiénes éramos, pero que se sabían un montón de canciones nuestras. Pero es que la cosa ahora es más exagerada. Estamos en el 2023, y si miras a la cola de entrada en cualquiera de nuestros conciertos, verás a un montón de chicos, casi niños, de 16 o 18 años. Gente que ni siquiera había nacido cuando nos volvimos a juntar. ¡Es una locura! Además, estos chavales se saben todas las canciones de los nuevos álbumes, mientras que los que tienen nuestra edad no se saben ni una, se han quedado en el Doolittle. ¡Tenemos público de varias generaciones! Es algo que me descoloca.