Confesiones de una señora de provincias

Mercedes Corbillón

FUGAS

24 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi editora de Madrid me ha invitado a una fiesta. Seguro que sabe que ir a fiestas en la capital es el sueño de todas las señoras de provincias como yo. Por eso estoy en este tren que acaba de salir de Compostela con cuatro minutos de retraso. Pienso, mientras veo la niebla que cubre los valles y los árboles y los diminutos campanarios de las iglesias de aldea, que hace mucho que no me beso con desconocidos en los bares. Será por eso que llevar la cuenta de los minutos perdidos en las esperas de Renfe se ha convertido en una de mis grandes pasiones.

En la maleta llevo zapatos de tacón, ropa de ciudad, atuendo de campo y cuatro libros. Lo que más me gusta de los viajes es la promesa de tiempo para leer, aunque vaya cargada como un viajante de los de antes. Viajante, qué bonita palabra que los nuevos tiempos han sustituido por comercial. Qué manía de poner el comercio en el centro de todo.

Me gusta la gente que se dedica a vender cosas que ya no le interesan a nadie, como escapularios, como sombreros, como relleno para los colchones. También la que usa palabras que nadie quiere, como filfa o pamema o petimetre.

Me gustaría volver a un mundo donde alguien se ganase la vida recogiendo los puntos que se le desgarran a los pantis. Sin embargo, tengo unos 80 pares de medias de todos los colores que jamás me pongo.

Contradecirme se me da genial, como a todos, pero cuando leemos esperamos que los personajes de novela sean coherentes, que sigan un argumento claro, lineal. Ayer hablamos en el club de lectura de Confesiones de amor, de Chiyo Uno. El narrador es un hombre que se deja ir, va de una relación a otra arrastrado como una brizna de hierba un día de viento, pero todas las vive con ansia, con una urgencia que enseguida se va, desaparece. Todas detestan ese dejarse ir, esa inconsistencia de vivir. Yo me callo, pero pienso que, de alguna manera horrenda, quizás se parezca a mí.

De la lectura no sé qué pensar hasta que explota en una frase. Una mujer dice en un lecho, casi desmayada: «¿Tú crees que las rosas púrpuras existen?»

A veces una existencia, y una novela, se justifican con una única y hermosa metáfora.