Tenía una belleza magnética, una mirada que no pudo esquivar el maestro gallego del paisaje y discípulo de Sorolla, Francisco Llorens, que la inmortalizó en este icónico retrato
31 mar 2023 . Actualizado a las 17:32 h.La descripción es sucinta. La del gorro rojo encarnado. Este es el título del retrato cuya fecha aproximada es 1924, según consta en la leyenda de la obra que forma parte de la colección permanente que la Fundación Barrié dedica a Francisco Llorens en su sede de A Coruña. La pieza es una excepción en el trabajo del artista, discípulo de Sorolla y reconocido como el primer paisajista gallego de la historia del arte.
Esta pintura al óleo no es ni la más importante ni la más representativa de Llorens; sin embargo, fue la escogida para la gran lona que la fundación despliega en el lateral de su céntrico edificio siempre que no hay exposiciones temporales. El cuadro tiene ese algo especial que obliga a posar la mirada. En la pinacoteca no pueden precisar a ciencia cierta su identidad. Tampoco los estudiosos del pintor. El rostro de la chica sin nombre se ha convertido en uno de los más populares entre los viandantes mientras ella continúa siendo un misterio. Para casi todos.
«Lo veo todos los días cuando lo cuelgan. Siempre pienso, pobre Titos. Cómo fue y cómo acabó», confiesa con un suspiro una de las pocas personas con vida que llegó a conocerla. Ella también es una pintora reconocida en Galicia, pero prefiere guardar el anonimato a la hora de hablar de esa prima de su madre cuya historia siempre la tuvo fascinada. La vida de Titos, como así llamaban a Eva María Martín Rodríguez, resume la fulgurante alegría y los posteriores traumas de uno de los episodios más complejos y duros de nuestra historia reciente.
Un desamor, la guerra y el dépor
Eva nació en A Coruña en 1908 y falleció en Buenos Aires en 1986, adonde tuvo que escapar con su madre y una hermana en el verano del 36. Su abuelo fue uno de los facultativos más populares de la ciudad, el famoso Médico Rodríguez, y su primer desamor lo protagonizó otro histórico doctor gallego. Además, su hermano pequeño, Cheché Martín, se convirtió en uno de los entrenadores más icónicos del Deportivo, antes de jugar en el Barcelona, el Atlético de Madrid o el Valencia. ¿Pero por qué se cruzó su vida con la del paisajista?
«Claro que sé quién es. Es Titos, una de las sobrinas de mi abuelo», responde al teléfono desde Málaga Rosario Gutiérrez de Quijano Llorens. Tras la muerte de su madre el pasado verano, los nietos son los familiares más directos que quedan del genuino pintor. Su hija mayor, la mecenas y artista Eva Llorens, falleció sin descendencia en el 2004. La pequeña, de nombre también Rosario, tenía 97 años.
«Supongo que el retrato lo pintó en uno de sus veranos en A Coruña. Puede que mi abuelo lo hiciera en agradecimiento a su cuñada, a la madre de Titos, que cuidó de sus dos hijas», explica Charo. La mujer de Francisco Llorens, Eva Rodríguez, hija del Médico Rodríguez, murió poco después de dar a luz a su hija pequeña, la madre de Charo. Pero Eva tenía una hermana, Elvira, que fue como una segunda madre para las dos niñas. Fue así hasta que estalló la Guerra Civil y las vidas de los Llorens y los Martín se separaron. «Titos es la joven del retrato. En casa todos hablaban de lo guapa que era», recuerda Charo.
En el 36, las luminosas tardes de verano cuya luz perseguía capturar con sus pinceles el discípulo de Sorolla se oscurecieron. «Lo que le pasó a Titos fue una tragedia», lamenta la pintora coruñesa emparentada con la joven del cuadro. «Pasaron ya tantos años...», desliza.
La tragedia familiar
Hasta ahora hablamos de la madre de Titos, Elvira Rodríguez, la cuñada de Llorens, procedente de una familia progresista y liberal, con muchos contactos entre las élites culturales, pero no de su padre. Joaquín Martín fue un funcionario y político que llegó a ocupar el cargo de secretario del Ayuntamiento de A Coruña. En agosto de 1936, tras un juicio sumarísimo, fue condenado a muerte y fusilado junto a la torre de Hércules. «Lo de su padre fue terrible, una cosa tremenda. Fue a despedirse con su madre de él a la cárcel. A la salida, oyeron los disparos. Toda la ciudad pidió clemencia, pero no hubo nada que hacer. Elvira y sus dos hijas solteras, una era Titos, se fueron a Lisboa corriendo a coger un barco. De ahí se marcharon a Buenos Aires. Temían represalias contra ellas», rememora la pintora.
La sonrisa de la chica del sombrero encarnado nunca volvió a ser la misma. «Su marcha también supuso el fin de su noviazgo de juventud con Felucho Obanza, el médico», asegura la pintora, que hace mención a recuerdos y fotos que su familia donó al archivo del Ayuntamiento. En algunas se puede ver a una espléndida Titos en su juventud. «Yo soy muy curiosa y siempre le preguntaba por ella a mi madre. Fueron unas primas muy unidas. Además, pude conocerla cuando vino a vivir un año a España por el trabajo de su hermano, el futbolista Cheché Martín. Titos vino para cuidar a su madre», desvela.
¿Y cómo era esa Titos ya adulta que pisaba de nuevo Galicia? «Seguía conservando su belleza, pero ya no era como la del cuadro. Tuvo que ser en 1963 o 1964 cuando la conocí. Ella y su madre estaban con Cheché en Madrid y a veces venían a A Coruña. Titos aguantó sobre un año y acabó regresando a Argentina. Paseando con ella por la ciudad, la notaba como muy acelerada, nerviosa. Estar aquí le recordaba todo aquello. Cosas muy tristes. Pero aquí también pudo reunirse con sus antiguos amigos, como Felucho. Quedaron en un café recordando viejos tiempos», apunta la pintora, que termina: «En casa no solo se hablaba de lo hermosa que era, también de lo fuertes que habían sido. De su entereza. Las tres mujeres, Titos, su madre Elvira y su hermana pequeña Amelia se fueron a Buenos Aires con lo puesto. Y salieron adelante».
La excepción del artista
Francisco Llorens se formó en A Coruña (A Coruña, 1874 - 1948) y en Madrid en la prestigiosa Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Considerado discípulo de Carlos de Haes y Joaquín Sorolla, fue pensionado de la Academia Española en Roma. Una oportunidad que le permitió conocer Europa, aunque fue en el entorno de As Mariñas coruñesas donde encontró su inspiración. Era un plenairista, un pintor al aire libre. Se pasaba los veranos en Galicia tomando apuntes. Alquiló casas en Sada o en Mera. Sus dibujos eran la base de lo que después pintaba en Madrid. En la Guerra Civil, él y sus dos hijas fueron evacuados a Valencia un tiempo.
«Él tenía una cátedra oficial. Entiendo que no pasó muchas penurias, a diferencia de otros artistas que tuvieron que exiliarse. Se dice que traspasa un poco el mundo de Sorolla. Yo creo que son dos mundos distintos. Sorolla era la luz del Mediterráneo. Él también buscaba esa luz estival que hacía vibrar los colores, pero nada tienen que ver una con la otra», detalla la historiadora y experta Rosario Sarmiento. Sobre el retrato, comenta que «es muy clásico y muy del momento. Llorens tenía muy buena técnica con los retratos, aunque se definió como un paisajista vocacional. Pero entiendo que lo escogieran en la fundación para atraer visitantes. Es una pintura muy impactante», describe.
El cuadro de Titos forma parte de la colección permanente de las 59 obras donadas por la mayor de las hijas de Llorens, Eva, a la Fundación Barrié en 1988. La mayoría son paisajes, aunque hay otros dos retratos de Eva de niña o uno de Basilio Álvarez. Y, en esto, la pintura de la joven del gorro rojo también fue una excepción.
«Ese cuadro no llegó a la galería por Eva Llorens, sino por mi familia», subraya Amelia Martín. Es hija del famoso defensa Cheché Martín. «Llorens le regaló el cuadro a mi abuela, Elvira, que venía siendo su cuñada. Mi padre era quien la cuidaba, así que el retrato de la tía Titos siempre estuvo en casa. Crecimos con él. Llamaba la atención», revela Amelia.
Con la mayoría de la familia diseminada por el globo, Cheché fue el único de los hijos de Elvira Rodríguez que regresó a Galicia del exilio. En España se hizo un nombre propio y llegó a ser internacional con la Selección. «Mi padre era el pequeño de seis hermanos. Se llevaba como 13 años con Titos, que lo cuidó de niño. Después, la tía se casó en Buenos Aires y tuvo dos hijos. Uno murió de pequeñito», cuenta Amelia.
Al otro lado del Atlántico, en la década de los 40, su abuela Elvira consiguió volver a empezar. Y fue gracias al arte. En esta ocasión, al de Fernando Álvarez de Sotomayor. «Era amigo de la familia. El equipaje más importante que se llevó mi abuela en el 36 a Buenos Aires fue un pergamino que le regaló. Lo pudo vender y fue así como montó una casa de huéspedes», apunta Amelia.
En la ciudad de la Plata, descubre la hija de Cheché, hay una persona a la que le hace especial ilusión cuando se despliega la lona con el rostro de Titos como reclamo de la exposición. Es su hija, Mari Cambas Martín. «Siempre le mando una foto. Tiene 81 años —precisa Amelia—. Para unos, esto es historia del arte. Para nosotros, es historia de la familia».