Los ricos también se hunden

Mercedes Corbillón

FUGAS

Fotografía facilitada por Ocean Gate del exterior de un submarino turístico, con capacidad para cinco personas como el desaparecido
Fotografía facilitada por Ocean Gate del exterior de un submarino turístico, con capacidad para cinco personas como el desaparecido Efe

23 jun 2023 . Actualizado a las 17:08 h.

Los barcos se hunden. El mundo entero sigue las vicisitudes del submarino desaparecido en el mismo limo abisal del Atlántico donde fue a reposar el Titanic. Nadie le desea la muerte a otro ser humano, pero me fascinan esos millonarios que quieren llegar a dónde no llegan las demás, que necesitan experiencias extremas y la emoción y la adrenalina constante que nunca les darán la colección de relojes de lujo ni los coches de diseño que habrán de conducir a la misma velocidad que todos, ni el nuevo millón de euros en una cuenta bancaria donde ver crecer los ceros hace tiempo que no es novedad. Los ricos también lloran, pero sobre todo se aburren y por eso hay empresas que buscan entretenimientos para ellos, viajes al espacio o a lo más profundo del océano.

 Lo de la desidia lo entiendo, también la curiosidad, pero, personalmente, me hundo más con los náufragos del Mediterráneo, que escupe cadáveres cada verano sin que parezca importarnos demasiado. Mejor no comparar la cobertura mediática. Claro, los pobres son millones y de tanto ahogarse por su empeño en dejar de serlo, los deshumanizamos. En cambio, los ricos son pocos y atractivos y representan un modelo a seguir, sobre todo los ricos hechos a sí mismos, ese mito del capitalismo que es la estrella que todos perseguimos. 

 Hablo en general, claro, podemos apearnos de la adoración al becerro de oro. Para dejar a un lado la idolatría a los nuevos gurús del mundo, recomiendo la biografía de Steve Jobs. La leí hace años, pero la tengo presente cada vez que pienso en los millonarios y en su afán de inmortalidad. El creador de Apple, que inició su imperio en un garaje, estaba tan convencido de su poder, de su magia, de su fuerza personal que, además de no ducharse nunca, cuando le diagnosticaron el cáncer decidió curarse a fuerza de hacer ayunos y meditación. Si quieres, puedes. Cuando cayó en la cuenta de que su luz interior no era suficiente para embridar la morbidez de su cuerpo, recurrió al dinero para la investigación de su genética, pero no llegó a tiempo y murió a los 56 años. 

 No es solo la muerte, la estulticia y la necedad de los de arriba nos recuerda que todos somos iguales.