Guille Milkyway, de La Casa Azul: «La felicidad de verdad está en no poner freno a tus emociones y sentimientos»
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El proyecto de Guille Milkyway es uno de los platos fuertes del Recorda Fest, que empieza hoy en A Coruña y en cuyo cartel están también Iván Ferreiro, Taburete, Marlon y Mägo de Oz
08 sep 2023 . Actualizado a las 18:38 h.Aunque se asocie La Casa Azul a la felicidad instantánea en tecnicolor, lo cierto es que el proyecto lleva tiempo plasmando la sensación agridulce de la mediana edad. «A veces pensamos que, por hablar de una cosa, esa cosa va a pasar y no siempre es así. Mi situación actual y la de mis discos responde un poco a esa desazón generalizada y el asumir que no hay soluciones mágicas. En eso hay que encontrar un lugar en el que permanecer inmune a este entorno de debacle y cierta distopía. Eso también lo llevo al plano personal, de no tener tanta aspiración y encontrar un lugar de cierto confort», dice Guille Milkyway. Mañana se subirá al escenario del Recorda Fest, el festival que arranca hoy en el muelle de Batería de A Coruña y donde actuarán también Iván Ferreiro, Doria, mago de Oz, Taburete, Pignoise, Marlon, David Otero y Miss Caffeina, entre otros.
—Habla bien de la famosa «zona de confort». Eso sí que es ir contracorriente.
—Sí, me echa para atrás esta especie de veneración de salir de la zona de confort para ponerte a prueba. Viene de este espíritu un poco falso americano del emprendedor. No creo en eso. Las zonas de confort son las que te permiten permanecer inmune a la agresividad del exterior. Y el disco va en esa línea. Prometo no olvidar es un deseo de centrarse en lo que nos une. No hay futuro también va por esa línea. La debacle la tenemos encima, pero vamos a encontrar un lugar en donde protegernos.
—¿Apuesta por vivir lo mejor posible en la escala de grises?
—Sí, y sin culpa. Estas cosas vienen de los entornos empresariales. Parece que hacen una metástasis a otros ámbitos de la vida, tanto personales como artísticos. ¿Por qué hay que sentirse culpables por eso? Yo ahora estoy muy en la onda de buscar los espacios seguros. En la rutina hay una especie de salvación. La persona que te pone el café cada mañana en un bar tiene importancia en tu vida y te da equilibrio. No hay que huir de eso y no hacer caso a esos chistes: «No tienen vida porque cada día hacen lo mismo». ¿Y tú qué sabes?
—Se dio a conocer con «Cerca de Shibuya». Allí un adolescente usaba el pop como escapismo. Ahora parece que esa misma persona utiliza la música no para escapar, sino para explicar el mundo en el que vive uno. ¿El camino al revés?
—Pues sí, un poco es eso. Cada vez tengo más claro que las cosas mágicas no existen. Pero creo que sigo guardando algo de aquello y busco ese elemento escapista en mi día a día. Incluso cuando todo está mal y dices « vamos a tomar algo», ahí está ese lugar ideal al que escapamos. Yo tengo casi 50 años y mi vida es muy diferente a la de entonces, pero hay un elemento infantil que siempre está ahí y me tira mucho.
—Aparece en esos estribillos sobreexcitados tan suyos. ¿Esa felicidad de niño pasada de rosca es una seña propia?
—Puede parecer impostado, pero no lo es. La no contención forma parte de mi vida. Es la clave de la felicidad: ser el niño pequeño que aún no le han enseñado cómo se tiene que comportar en ciertos entornos. Cuando lo aprendes, lo empiezas a aplicar a todo en la vida y ahí está el error. Yo siempre tuve claro que la felicidad de verdad está en no poner freno a tus emociones y sentimientos.
—¿Esa euforia no es la misma que buscaba la música disco bajo la bola de espejos?
—Estoy 100 % de acuerdo. Me interesan muchos ámbitos musicales. Todo lo que es el sonido me fascina. Pero hoy en día la única cosa que sigo coleccionando en vinilo es música disco de mediados de los 70, instrumental sobre todo. Ahí se marca la estructura de la canción popular contemporánea, incluso más que con el blues, el rock n' roll o el pop de los sesenta. Aparece el break que te prepara la explosión final, esa euforia que te permite la parte rítmica cuando está en conjunción con una gran melodía y un estribillo que te pueda hacer encoger el corazón y llorar. En España había mucha canción melódica, pero no ocurrió como en el entorno anglosajón donde eso se llevó a la pista de baile. Cuando están en conjunción las dos cosas para mí es la magia. Eso es lo que me gustó toda la vida, aunque luego yo encuentro placer auditivo en millones de cosas. Siempre tengo la sensación de que el momento actual de la música es interesante.
—Pues es una actitud casi contracorriente: hay una generación de melómanos de 40 y 50 años que, desde la irrupción del trap y la expansión del reguetón, ven el apocalipsis musical a diario.
—Ya, eso sucedió en el punk, el rock n' roll y el jazz, a principios del siglo XX. Tú y yo tenemos interés por eso y disfrutamos, pero eso es porque sentimos esa pasión igual que a otro le apasionan los motores de los coches y a otro la fotografía. Pero lo normal es que, a nivel generacional, se dé esa ruptura. Tiene sentido y, gracias a eso, la música popular evoluciona. En el libro Yeah Yeah Yeah! Bob Stanley lo verbaliza muy bien. Dice que en la tensión entre lo underground y lo mainstream, entre lo que escucha una generación y la otra, entre lo odiado y lo amado, surge el desarrollo de la música popular. Con Paco, el guitarrista de La Casa Azul, tenía una broma. Íbamos a ver a grupos de trap y decíamos: ¿cuál de estos dentro de 20 años dirá: «Esto de ahora es una mierda lo nuestro sí que era música de verdad»? Seguro que lo dirán la mayoría. Para mis padres era incomprensible ver a un DJ a principios de los 90 en una sesión de acid-house. Mi madre decía: «¿Pero esto qué es? ¿Una persona poniendo discos?». Pero ahí es donde suceden las cosas. Es cierto, pero a nivel de energía hay punto de conexión: la locura, el frenesí desatado de un adolescente probablemente se parece el que generaba Elvis.
-Totalmente. Cuando la gente de mi edad se pone agresiva con figuras como Bad Bunny yo le digo que todas esas notas negativas que le ponen las tenía exactamente igual Little Richard en el 57.
-Estoy el 100 % de acuerdo. Hoy en día ese tipo de cosas las veo desde el humor. No me generan ningún tipo de reacción ya. Me da igual. Una vez hice un experimento: entré 30 veces en Youtube en una canción de diferentes épocas. Me metí en cosas de todo tipo: desde máquina de la más burda de principios de los 90, punk del 78, una cosa mainstream absurda de principios de los 2000… En todas ellas, que no tenían nada que ver, en los diez primeros comentarios había cinco que decían: “Esto sí que era buena música y no la mierda de ahora”. ¡Todo el mundo sentía lo mismo! Una canción era Soy el hombre máquina de Distrito Barcelona, que era bakalao extremo, y un un tío muy serio, que debía ser mayor decía: “Esto sí que es buena música electrónica y no la mierda que hay ahora”. Incluso en lo que para mucha gente siempre ha sido considerado una basura, para esa persona era lo mejor. Y mucho más que la mierda de ahora, por supuesto. Es que tanto da, el estilo o el momento, todo el mundo piensa igual.
-Ocurre también al revés. Hace poco hablé con una chica de unos 16 años que iba a ver a Anuel AA a un festival de reguetón. Le dije que yo iba a ver a Nicky Jam una semana después y su respuesta fue: “Eso es música de viejos”.
-[Risas] Y supongo que dirá lo mismo de Daddy Yankee. Es que hay esa necesidad, pero por ambos lados. Seguro que si entras en una página de Daddy Yankee más fundacional, te vas a encontrar a gente diciendo: “Esto sí que es buen reguetón y no la mierda que en la que se ha convertido ahora”. Y el revés, porque la tensión funciona por ambos lados. Aún así, yo creo que siempre es más potente por el lado de arriba que el de abajo. Yo creo que el de abajo busca esa separación más generacional, pero tienen más facilidad para desencasillarse que los más mayores.