En «Sistema de recompensa» Jem Calder entrega al lector seis relatos interconectados que van intercalando los dos mismos personajes en distintas fases y facetas vitales. Estamos, pero no.
08 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Es un mal común de los nuevos tiempos el de llegar a casa tras una larga jornada de trabajo, aparcar el coche y caer en que apenas se recuerda el camino recorrido: ni una rotonda, ni un mísero desvío, incluidos intermitentes. Cómo he llegado hasta aquí, dónde tenía la cabeza. Absolutamente funcional, el cuerpo ejecuta al abandonarle el cerebro a la tarea rutinaria; la mente, en cuanto puede, escapa a cualquier otro lugar. Y pasa que esto no solo pasa al volante, también durante otros menesteres y especialmente cuando la luz artificial de la pantalla ilumina la pupila, rozando la experiencia extracorpórea. Estamos, pero no. Y así nos hemos acostumbrado a vivir. Y lo que es más serio aún, a relacionarnos. Con los mimbres de estas dinámicas líquidas construye Jem Calder —ahijado literario de Sally Rooney, ojo— Sistema de recompensa (Random House), seis relatos interconectados —no podría ser de otra manera— que, sin embargo, no configuran un libro de cuentos, no al menos al uso.
Es esto, más bien, una suerte de crossover sostenido que va intercalando los dos mismos personajes en distintas fases vitales. La treta permite a Calder explorar lazos personales desde diferentes ángulos y, de hecho, el relato que arranca el compendio es lo suficientemente largo y compacto, aún estando fragmentado, como para tener entidad de novela corta y, sin embargo, sigue avanzando. No sería raro que quien no hubiese oído nunca hablar de este tipo se lo zampase creyendo que de cuentos, nada, más bien escalera de color de estilo: ahora esta voz y ahora aquella, luego una más, despegada y emborronada, y corto y cambio.
El autor de Cambride, curtido en las revistas literarias The Stinging Fly y Granta, confirma que a ambas orillas del mar de Irlanda germina talento insultantemente joven; también, que se puede contar sin frivolidad el toma y daca verbal instantáneo, que la precariedad es materia concreta y no una pataleta de niños con estudios superiores, que la fragilidad puede ser un pulso vital, que hay adicciones que tienen que ver con la dopamina que el cerebro genera al recibir un mensaje, incluso una notificación, y que cierto tipo de esclavitud sigue moviendo masas; maldito algoritmo. Y vaya melón ese que abre: el de ir y venir, el de nunca acabar de marcharse sin ya estar presente.
Mucha tela que cortar.