Hay novelas que solo se pueden escribir en la mejor edad

FUGAS

PEPA LOSADA

En la novela que cierra su «trilogía de la ausencia», Ramón Pernas tiene, como Cortázar, ojos en la nuca y el fino velo de la melancolía

10 dic 2023 . Actualizado a las 13:48 h.

Escribió Julio Cortázar que a partir de los 40 años tenemos ya los ojos en la nuca. Me atrevería a decir que hoy en día se podrían apuntar los 50 o incluso 60 perfectamente y sí, tenemos ojos en la nuca para mirar una y otra vez al pasado, pero manteniendo la atención al frente, no ya tanto para otear a lo lejos, sino al presente. Eso es lo que hace Ramón Pernas en su última novela, Senza Fine, editada por Algaida. Con madurez en la mirada, con una escritura limpia, a paso reposado por la melancolía como quien anda por un bosque en otoño, Leandro, el personaje principal de la novela de Ramón Pernas, va evocando sus recuerdos y vivencias desde niño en la casa natal. El momento elegido es de lo más acertado: cuando viaja por última vez a esa casa para venderla. En su interior cada rincón de esa vivienda evoca experiencias íntimas. Es la memoria del hogar. Así, con esos ojos en la nuca, que diría Cortázar, Leandro va desgranando su vida a quienes leemos. Con esa aparente sencillez que es maestría y que se alcanza con los años.

 Con esta novela, Senza Fine, Ramón Pernas cierra lo que él denomina «trilogía de la ausencia», dedicada a su Viveiro natal, el Vilaponte de sus novelas. Y sí, efectivamente, cuenta la historia de una casa pero en el momento en que va a venderla, lo que da mayor relevancia y magnitud a los recuerdos. Que es como el momento en que arrancas de raíz un manojo de sentimientos. Duele. Sé de lo que habla. Me pasó al ver la casa de los abuelos en otras manos, donde había pasado algunos años señalados de la infancia. Tiene Ramón Pernas, y como él quienes estamos en una edad madura, una experiencia de vida un tanto singular: en unas decenas de años hemos visto el cambio drástico que ha experimentado la sociedad; cómo ha evolucionado y a qué velocidad. Desde los primeros coches, las primeras televisiones, aquellas bicicletas, de las centralitas de teléfono a internet, las nuevas tecnologías y ya la inteligencia artificial avanzada de ahora. Una velocidad la de la vida, esta vida, de vértigo. Vi eso en su novela también, en los recuerdos de Leandro, algo que me atrae especialmente y a lo que he dado y doy todavía muchas vueltas. Porque nuestros abuelos no han visto esa evolución; nuestros hijos desconocen aquellos tiempos. Nosotros estamos entre esos privilegiados.

Cada capítulo de la novela lleva el título de una canción popular italiana, melódica, canciones de todos conocidas. Italia es la debilidad reconocida de Ramón Pernas y, por tanto, de Leandro, el protagonista de esta «Senza Fine». En alguno de esos intervalos se cuela Ornella, un viejo amor italiano, que nos da su apreciación de Leandro. Como una nota musical distinta en esa melodía. Hay textos que solo se pueden escribir a determinada edad. Con los ojos en la nuca, sí, y el fino velo de la melancolía, el mejor filtro para depurar la realidad y que da la experiencia.