Vuelve «Viento del norte», la gran novela de Elena Quiroga, segunda mujer que ingresó en la RAE, y premio Nadal en 1950
10 ene 2024 . Actualizado a las 09:57 h.Marcela tiene esa belleza abrumadora que enferma a ciertos hombres, que no les deja dormir por las noches, que los hace competir entre ellos, que los llega a enloquecer. La melena rojiza, la espalda de «potranca», los muslos rosados y la piel morena «como la tierra cuando la abren para arrojar la semilla al surco». Lozana y algo brusca, la criada más joven del pazo de La Sagreira se lava todas las mañanas en el pozo con la ropa remangada mientras canta. La observa desde lo alto, tras los cristales de una ventana, el hidalgo Álvaro de Castro, que desde que la espía ya no puede hacer nada más: «Ni leer ni escribir ni ocuparse de los trabajos». El deseo arrolla todo lo que encuentra a su paso, incluso los prejuicios del feudalismo, en la novela Viento del norte, premio Nadal 1950 y obra de Elena Quiroga (Santander, 1921 - A Coruña, 1995), la segunda mujer que ingresó en la Real Academia Española (RAE).
Poco importa que Marcela sea una sirvienta analfabeta de madre fugada y padre desconocido, que Álvaro sea un aristócrata intelectual con ideas modernas y que ambos se lleven más de treinta años, el deseo es tan fuerte que acaba por derribar los cimientos de este pazo gallego. Eros y tánatos lidian en una historia heredera del naturalismo de Emilia Pardo Bazán —cuando se publicó fue tachada de anacrónica—, pero ejemplo del uso de técnicas entonces innovadoras, como el monólogo interior. «Hay quien gusta del pura sangre. A mí me gusta el caballo salvaje, con el pecho amplio y poderoso, y las rojas crines al viento, y el revolverse contra el bocado, piafando», cavila el noble sobre su amada.
El pazo Brandaliz de Ortigueira
Las protagonistas de esta novela existencial, ambientada en el pazo de Brandaliz de Ortigueira, son una mujer humildísima y la Galicia más rural. Quiroga utiliza un lenguaje poético y depurado, pero incluye popularismos y regionalismos para presentarnos a un personaje femenino, inculto e inconformista, que coincide perfectamente con el modelo de «la chica rara», así definido por la escritora Carmen Martín Gaite, y usado también por otras compañeras de la generación del 50, como Ana María Matute y Carmen Laforet.
Literatas que son niñas en la Guerra Civil y mujeres, en una dictadura que limita su instrucción al adoctrinamiento. De ahí que el silencio, la incomunicación, la soledad y la falta de libertad sean temas centrales en la obra de Quiroga, pese a que ella es una privilegiada. Nacida en Santander, a los dos años pierde a su madre y la familia se traslada a Viloira, en Valdeorras, la tierra de su padre, que es el conde de San Martín de Quiroga. «Mi matria es Cantabria, y mi patria, Galicia», proclama esta mujer que vive en internados; estudia en Bilbao, Barcelona y Roma; y desde 1942 reside con su progenitor en A Coruña hasta que en 1950 se casa en Santiago con el historiador Dalmiro de la Válgoma, con quien se va a Madrid. Allí, acude como oyente a la universidad, escribe siempre tres horas diarias y publica ocho novelas en diez años.
Una apuesta de la editorial Bamba
Prolífica y discreta, es una autora ignorada, pese a que gana el premio literario más prestigioso de la época, el Nadal, con su novela más clásica, este Viento del Norte que acaba de rescatar del olvido la joven editorial Bamba. «Es una obra extemporánea con la que conectan los lectores jóvenes e innovadora por la forma en la que profundiza en la psicología de los personajes», apunta su directora, Raquel Bada.
Dibuja Quiroga la intimidad de sus personajes —mujeres, humildes y heridas—, como esta Marcela huérfana que crece en un ambiente hostil de superstición, envidia y rechazo. Ahonda la escritora «en la interioridad del hombre, en el hombre de piel para adentro», como ella misma sostiene, y en la naturaleza y el amor por la tierra. «Toda Galicia, de norte a sur y de este a oeste, paisaje, gentes, alma y vida, se adensa» en su obra, asegura el filólogo Rafael Lapesa, que junto a Carmen Conde y Gonzalo Torrente Ballester, la propone para ingresar en la RAE, donde desde 1984 y durante once años ocupa el sillón de la letra «a» minúscula, en el que antes se sentaron Pío Baroja y Juan Antonio de Zunzunegui.
«Intensa y voluntariamente gallega», dedica su discurso de entrada a Álvaro Cunqueiro y recuerda las palabras del de Mondoñedo: «Yo soy un animal literario de una especial situación. Yo soy un escritor, un hombre que viaja con un país al fondo, que es mi Galicia natal. Y se trata de un país particular [...] porque ha sido durante muchos siglos el punto extremo de la tierra conocida».
«Viento del norte», de Elena Quiroga
Editorial Bamba
Páginas: 240
Precio: 17,90 euros
Nos arrastra este Viento del norte a la tierra misma, a la sierra de A Capelada, al río Sor, la ría de Santa Marta, la isla de San Vicente, O Barqueiro, San Andrés de Teixido y la villa de Ortigueira, donde la autora pasó una temporada al final de los años cuarenta. Llevada al cine en 1954 por el director Antonio Momplet, esta novela sobre el deseo, la muerte y el sentido de la vida demuestra que casi siempre hay más literatura en las viejas bibliotecas que en las mesas de novedades.