Leila Guerriero traza en «La llamada» un perfil díscolo de Silvia Labayru, secuestrada y torturada durante la dictadura argentina. Tenía 20 años y estaba embarazada de cinco meses. De los 5.000 capturados por los militares solo 200 salieron con vida; ella fue uno de ellos
16 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Silvia Labayru pasa el mes de agosto con amigos, su hijo y amigos de su hijo en una casa que alquila desde hace décadas en Vilasindre, en la parroquia de Cangas, concello de Foz. «Caminando por el campo o a la vera del mar, plantando árboles o leyendo tumbada sobre el césped, alcanza un estado que se parece a la plenitud». Tiene 67 años; murió y ha resucitado. A los 20, fue secuestrada en Buenos Aires tras el golpe de Estado que instauró la dictadura presidida por la Junta Militar, con Jorge Rafael Videla como presidente. Estaba embarazada de cinco meses.
«Secuestrada. Torturada. Encerrada. Puesta a parir sobre una mesa. Violada. Forzada a fingir. Al fin liberada. Y, entonces, repudiada, rechazada, sospechosa». En apenas 20 palabras la periodista argentina Leila Guerriero resume rápidamente una historia que, por su singularidad, la cautivó de tal manera que lo que comenzó siendo un artículo acabó en retrato de más de 400 páginas. Eso es La llamada, un perfil díscolo, dos años de conversaciones, piezas colocadas y múltiples miradas; compuertas abiertas. Sin complacencia alguna, colmó la curiosidad, incluso sin respuestas. Porque por qué la soltaron. De los 5.000 capturados solo 200 salieron con vida. «La arbitrariedad garantiza un terror perfecto: infinito», arranca.
Para saber quién era —y quién es—, Guerriero reconstruye las cosas que pasaron, pero también las que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran y las que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas, repite cadenciosamente. Y, así, conducidos por este estribillo, sabemos que Silvia, niña bien, hija y nieta de militares, acabó rendida a la mística revolucionaria y, con apenas 18 años, sirviendo al servicio de inteligencia montonero, organización guerrillera de inspiración peronista; también, que era puro estrógeno, que fue presa de su belleza, que probablemente fue el azul de sus ojos lo que la salvó.
Incluida en una suerte de programa de lavado de coco, sus verdugos le asignaron a una persona que la violó sistemáticamente durante meses, con y sin violencia, que la sacaba a cenar, que la metía en la cama con su esposa, que la acariciaba, que la trataba humanamente. Silvia tardó años en comprender que aquello —también— había sido una agresión. «¿Fue una violación aunque hubiera placer? Por supuesto que sí».
Antes de ser puesta en libertad, fue obligada a acompañar a un oficial infiltrado en una protesta de víctimas con múltiples desaparecidos. Repudiada por los exiliados, nunca logró desprenderse del estigma de haber sobrevivido: qué dijo, a quién señaló, qué dio a cambio.
Suena familiar: «Algo habrá hecho».