Hadley escribió su primera novela a los 46 años y desde entonces no ha parado. Sexto Piso recupera ahora «El pasado», joyita del 2015
23 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.En la familia que Tessa Hadley (Bristol, 1956) convoca en El pasado en la vieja casa del abuelo —grandes cristaleras, tejas de pizarra, papel pintado y un camino que baja hasta el arroyo— hay un secreto, un secreto «muy grande» que ninguno de los adultos allí reunidos conoce. En su afán por registrar lo cotidiano, la escritora inglesa dio en esta novela escrita en el 2015, que ahora recupera Sexto Piso, un paso más, el de cribar lo sucedido para comprender ciertos tics que —sorpresa— no eran congénitos, el de cerrar el foco. Para que «no se pierda» lo que fuimos. Para, así, entender lo que somos.
—¿Todas las familias tienen secretos? ¿Se alimentan de ellos? ¿Son estos secretos lo que las mantienen unidas?
—No creo que todas las familias tengan secretos. Las hay que tienen vidas muy abiertas, que muestran todo, pero quizás no sean esas sobre las que escribamos novelas. En esta, lo interesante es que sí que hay un secreto que nadie sabe.
—Hay un personaje, la madre, que no está, pero sí está. En un momento dado, la novela salta al pasado para revivirla. ¿De qué manera ilumina este recurso la historia?
—Es muy interesante el hecho de poder crear una presencia en la novela a través de una ausencia, en ocasiones no necesitas traer a la persona a la vida, su ausencia en sí puede ser lo suficientemente potente. Pero, en este libro, al final sí que necesitaba volver a ese pasado y es curioso, porque en el momento en el que volví ahí, ese pasado y ese personaje llenó el espacio enteramente, se hizo con el control del libro.
—En esta reunión familiar, el hermano se presenta con su nueva mujer y la protagonista lleva con ella al hijo de una amiga. ¿Qué es la familia? ¿Es indispensable el vínculo sanguíneo para considerar a alguien un miembro de una familia?
—No, no lo creo. Creo que las familias son maravillosamente elásticas y, por supuesto, pueden expulsar a miembros de ella y dar la bienvenida a personas nuevas.
—¿Qué es lo que le fascina tanto de los pequeños detalles, de lo cotidiano de la vida?
—No lo sé, no estoy segura. Creo que es la manera en la que funciona mi mente. No se me da muy bien la abstracción; confío más en los hechos, en las cosas de la vida diaria y ahí, en ellas, mi cabeza es más aguda. Creo que fue Hannah Arendt la que dijo que si Platón no hubiese tenido sus ideas las hubiese tenido otro, pero que, si los hechos se pierden, los perdemos para siempre, no pueden ser recuperados. Y estoy muy de acuerdo con eso. La realidad que está en las cosas, en un lugar, en las personas, en las palabras, es más difícil de capturar que una abstracción.
—Habla de «capturar». ¿Qué papel juega la ficción para ponerle puertas al olvido, para que no se nos escapen los recuerdos?
—Creo que las ficciones del y sobre el pasado contienen la presencia diaria y el sentido del ahora, la ficción mantiene ahí el pasado, consigue sujetarlo para el lector como si estuviera vivo todavía, como si aún existiese, y eso es una puerta extraordinaria para entrar en otras maneras de vivir que no son como la nuestra, en otros lugares que fueron. Conocemos esas otras maneras de vivir por la ficción; sin ella, viviríamos muy superficialmente, como si lo que tuviésemos ahora fuese la única posibilidad. Y es buenísimo tener ese escepticismo sobre el presente.
—¿Aprende algo cuando escribe?
—Probablemente, aprenda sobre los pensamientos que no sabía que tenía y las cosas que no sabía que había visto; de repente, ahí están, saliendo, brotando a través de las páginas. También me sorprendo mucho a mí misma; de hecho, sé que no está bien lo que estoy haciendo si no me sorprendo.
—Esa componente de sorpresa es algo que además se ha acostumbrado a introducir en todas sus novelas, un giro de guion. Aquí no lo tuvo claro hasta la mitad de la historia. ¿Cómo se da con ese elemento?
—Cuando me encuentro con esos giros, la verdad es que es una maravilla escribirlos. Más que ir a buscarlos, como haciendo un gran esfuerzo, me los encuentro, es como si el libro me los entregase, como si fuese un regalo. La sensación es que era inevitable.
—Publicó su primera novela a los 46 años. ¿Qué mensaje enviaría a aquellos, sobre todo a aquellas, que creen que llegan tarde?
—Desde donde yo estoy ahora, esa edad es la juventud, así que no me preocuparía. Sí recuerdo que cuando estaba escribiendo y esforzándome muchísimo, me calmaba la angustia pensar que determinados autores habían publicado por primera vez a los treintaymuchos. Una novela es un buen formato para la gente más madura, les diría.