Intelectuales abducidos por Stalin

FUGAS

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Stephen Koch cuenta cómo los mayores talentos culturales de la época cayeron en las redes de propaganda tejidas por Willi Münzenberg utilizando la bandera del antifascismo

01 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Willi Münzenberg es un personaje complejo y fascinante que fue capaz de tejer una impresionante red de propaganda internacional para captar el apoyo de intelectuales europeos y estadounidenses a la causa soviética en los años 30. A pesar de su importancia, quedó relegado en el olvido hasta 1954, cuando Arthur Koestler escribió en su autobiografía que quedó impresionado por su talento como organizador, editor y propagandista, su increíble capacidad para editar periódicos, revistas y libros y crear cientos de comités y grupos que eran una pura fachada para respaldar el estalinismo sin que se notara. Su gran objetivo era transmitir la idea en Occidente de que criticar y más aún denunciar lo que sucedía en la URSS era propio de reaccionarios, insolidarios y gente indecente. Quería, sobre todo, captar a los 'compañeros de viaje', intelectuales que no militaban en el partido, pero tenían simpatía por el experimento soviético. Albert Einstein, H.G. Wells, Thomas Mann, Upton Sinclair, John Dos Passos o Romain Rolland enviaron telegramas de apoyo a esos comités sin saber que su muñidor era Münzenberg.

Amigo de Lenin, jugó un papel clave en la creación de una imagen exterior positiva de un régimen de terror entre la intelectualidad occidental, pero cayó en desgracia, fue expulsado del KPD (Partido Comunista Alemán) en 1937, se convirtió en un furibundo antiestalinista y el 21 de marzo de 1940 unos cazadores descubrieron su cadáver con un trozo de cuerda alrededor del cuello. ¿Suicidio o asesinato?

André Malraux
André Malraux -

El comunismo antifascista 

Los tentáculos de la organización de Münzenberg se extendieron al grupo de Bloomsbury, Hollywood, La rive gauche parisina o Greenwich Village, y en sus redes cayeron los intelectuales más importantes del momento, desde André Malraux a John Dos Passos, desde Louis Aragon a Dashiell Hammett, desde Lillian Hellman a Paul Nizan, desde André Gide, presidiendo la tribuna de oradores en el gran funeral por Máximo Gorki, hasta Hemingway, haciendo de héroe romántico en España. Todos ellos formaban lo que el propio Willi denominaba el «club de inocentes». En su magistral ensayo El pasado de una ilusión (FCE), François Furet lo define como «el gran director de orquesta del 'simpatizante', esta figura típica del universo comunista: el hombre que no es comunista, pero que por ello es todavía más confiable cuando combate el anticomunismo» y el hombre que diseña el «nuevo rostro del estalinismo: el del 'comunismo antifascista'».

Münzenberg es el hilo conductor de El fin de la inocencia. Los intelectuales occidentales y la tentación de Stalin, de Stephen Koch, que causó conmoción cuando se publicó en 1994 y que ahora se reedita actualizado. El mismo autor reconoce que su libro «está lleno de especulación» y, en una durísima crítica de Michael Scammell publicada en New York Review of Books, en el 2005, escribió que es un libro «repleto de insinuaciones, suposiciones e hipótesis forzadas que se parece más a una novela de suspense que a un estudio académico». Scammell cita como ejemplos de especulaciones sin base que Hitler y Stalin se confabularon en el juicio por el incendio del Reichstag y fueron aliados encubiertos desde los inicios del nazismo, así como su visión del Frente Popular como un «gran fraude propagandístico» de Münzenberg y los soviéticos. También, añado, presenta a Juan Negrín como «un títere de obediencia ciega» a Moscú y un «corrupto», cuando la historiografía más rigurosa ha reivindicado al presidente del Gobierno de la República en guerra.

Sin embargo, el propio Scammell, biógrafo de Solzhenitsin y Koestler, reconoce que las «reflexiones especulativas de Koch sobre los motivos y actitudes de destacados intelectuales entre las dos guerras mundiales eran ingeniosas y sugerentes» y destaca su sensibilidad para transmitir «el poderoso dominio que el idealismo, la ambición y la lealtad (sin mencionar los celos, el egoísmo y la codicia) pueden tener incluso en las mentes más fuertes». Por ello, la obra es muy interesante para comprender cómo y por qué algunos de los intelectuales más talentosos de la época abrazaron la causa del estalinismo, a pesar de la brutal represión que al mismo tiempo llevaba a cabo Stalin, y el papel que jugó Münzenberg, al que define como «uno de los poderes invisibles de la Europa del siglo XX». Su «primer movimiento era capturar —cooptar— la opinión liberal en beneficio del comunismo; el segundo, negar que hubiera existido manipulación alguna». «Los llamados ‘hombres de Münzenberg’ conforman una lista asombrosa de notables de aquella época, de Hemingway a John dos Passos, de Lilian Helman a George Grosz, de Erwin Piscator a André Malraux, de André Gide a Berthold Brecht, de Dorothy Parker a Kim Philby», señala. En su mayoría, indica, eran auténticos creyentes, gente que soñaba con un nuevo 'humanismo' socialista y radical dirigido por los soviéticos. Controlaba periódicos y emisoras de radios, productoras de cine, empleaba a periodistas, editaba libros, repartía dinero y fundaba organizaciones.

Dorothy Parker
Dorothy Parker -

Manuel Florentín dedica una parte de su monumental atlas sobre la represión a los creadores bajo el comunismo a los intelectuales que lo apoyaron. «El comunismo y la revolución soviética fueron vistos como el gran sueño de construir una sociedad más justa e igualitaria en una época en que las democracias europeas pasaban por una gran crisis y triunfaban los totalitarismos como solución a la crisis económica y social», explica a Fugas . Ese sueño se transformó en pesadilla. En los años treinta, «bautizada por Koestler como la 'Década rosada', todo intelectual que se preciara en Occidente debía ser de izquierdas y militar o simpatizar (los 'compañeros de viaje') con el comunismo». «Cualquier denuncia de lo que estaba sucediendo en los países comunistas, de la violación de los derechos humanos, se consideraba propaganda reaccionaria, anticomunista y capitalista», asegura. Los escritores y artistas que desafiaron las dictaduras comunistas defendiendo la libertad de expresión y los derechos humanos «no recibieron el apoyo de muchos de sus homólogos de Occidente». Primero negaron las noticias que llegaban de la represión, aunque se basaban en testimonios de las propias víctimas, y luego miraron hacia otro lado.

El papel de la CIA

Para completar la visión que proporcionan estos dos libros es recomendable leer una obra fundamental de investigación, La CIA y la guerra fría cultural, de Frances Stonor Saunders (Debate), que cuenta cómo «durante los momentos culminantes de la guerra fría, el Gobierno de Estados Unidos invirtió enormes recursos en un programa secreto de propaganda cultural en Europa occidental». El acto central de esta campaña encubierta fue el Congreso por la Libertad Cultural, organizado por la CIA, que tuvo una vida de 17 años, entre 1950 y 1967, que llegó a tener oficinas en 35 países y cuya finalidad era apartar a la intelectualidad europea de su fascinación por el marxismo y atraerla hacia la visión americana del mundo. De Aron a Jackson Pollock, pasando por Koestler, Silone e Igor Stravinsky, numerosas personalidades del mundo literario y artístico fueron generosamente remuneradas y utilizadas por los servicios secretos americanos, ya sea directamente o a través de fundaciones.