Los más jóvenes están desempolvando a Austen y a Galdós y reivindicando su vigencia. Hablamos con Mario, Lorena y Paula, tres lectores de clásicos que nos ayudan a poner la mirada más allá de las novedades, en una literatura que rezuma frescura aun con el paso de los siglos
14 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.A la pregunta «pero, ¿cómo no has leído el último de —inserte nombre aquí—?, si es buenísimo...», respondió el otro día el librero de mi barrio con mucho tino: «Pues porque al mes se publican veinte o treinta libros que me interesan. ¡Al mes! Y por mucho que yo quiera, amigo mío, no puedo leerlo todo». Eso que tan aprendido tiene el librero es una valiosa lección. Leer también es investigar, a veces dejarse llevar y, en última instancia, leer es siempre escoger. Nadie sabe a ciencia cierta por qué uno abre un libro y no otro, pero resulta curioso que, en ese proceso de elección, haya quien meta también en la saca lecturas que otros creyeron olvidadas. Lecturas de otra época que, sin embargo, parecen conectar con la generación de los más jóvenes.
Una de ellas es Paula Rosado, ávida lectora y escritora de poesía, que decidió que su interés feminista es el que marcaría también su camino lector hace unos años, cuando estudiaba el Bachillerato. «Quise leer algunos clásicos escritos por mujeres, como Mujercitas y Orgullo y Prejuicio para intentar entender mejor nuestra historia», asegura. «Me interesaba saber qué escribían las mujeres de otras épocas y me llamaba la atención que pudiésemos entender cómo pensaban y su forma de ver las cosas a través de la literatura».
De lo mucho que se puede aprender en los libros también sabe bastante Mario Obrero, poeta madrileño que, con solo 21 años, fue galardonado en el 2023 con el Premio Nacional de Juventud. Él recuerda cómo leer a los clásicos le abrió las puertas a nuevos mundos. «Cando quixen aprender a falar galego, despois dun verán en Oleiros, comecei lendo A esmorga, de Eduardo Blanco Amor, e Sempre en Galiza, de Castelao. É verdade que ía aprendendo un galego moi escrito, un pouco arqueolóxico e logo foi curiosa a saída a un galego máis do cotián. Pero a min a través dos clásicos chegoume unha lingua enteira», afirma orgulloso.
Mario recomienda la novela Orlando, de Virginia Woolf, todo un referente en la comunidad LGTBI, porque «faite sentir, dun xeito doado e natural, que as loitas de hoxe veñen de lonxe; que non estás só»
Por su parte, Lorena Botella, la joven detrás del perfil de TikTok @meetforcoffee, donde comparte y analiza sus lecturas favoritas, se atrevió a abrir por primera vez La casa de Bernarda Alba después de ver la adaptación cinematográfica que le pusieron en clase de Lengua. «Me dejó fascinada y dije: 'Si esto lo he entendido, ¿por qué no voy a ser capaz de leer el libro?'». Aquel fue el primer clásico que leyó y, desde entonces, Lorca, Galdós y compañía no han abandonado sus estanterías.
Mundos no tan lejanos
Si leer es viajar y descubrir nuevos mundos, ¿adónde nos llevan los clásicos de la literatura? ¿Nos ayudan a transportarnos a otros tiempos y a entender mejor cómo vivían, por ejemplo, los caballeros andantes del Siglo de Oro? ¿O acercarse a El Quijote es también recordar que, por mucho que el tiempo pase, hay cosas que no cambian tanto?
Mario opina que esto de las generaciones «non son caixóns tan pechados como pode parecer» y hace referencia a la obra de Cervantes para tender puentes entre siglos. «Hai un momento no que Sancho Panza está cos árabes fuxidos e, en lugar de cumprir coa regra da coroa de expulsalos, convive e senta a xantar con eles. Os clásicos son reflexo da xenealoxía da resistencia e serven para decatarse de que o feito de estar marxinado do núcleo de poder, do pensamento dominante, cultural, lingüístico ou xeográfico é algo co que levamos moitos séculos ás costas. E iso ten unha conexión co presente absoluta», afirma. Y da otro ejemplo: «Ler hoxe de novo La Tribuna, de Pardo Bazán, é descubir toda unha pulsión política e reivindicativa que apela moito á época que estamos a vivir agora mesmo. É un pensamento verdadeiramente pioneiro».
Paula cree que Mujercitas, escrita por Loiusa May Alcott en 1868, es una obra perfecta para comenzar a leer clásicos. «Al principio, cuando las protagonistas son pequeñas, es muy aniñado. Eso te permite ir madurando como lector a medida que ellas van creciendo», afirma.
Reflexionan en la misma línea Lorena y Paula, que creen que acercarse al pasado a través de la literatura nos ayuda a reafirmar que no somos los primeros —ni seremos los últimos— en sentir lo que sentimos y que las reivindicaciones que defendemos hoy tienen, en ocasiones, siglos de historia. «Cuando leí Una habitación propia vi cómo Virginia Woolf estaba sufriendo prejuicios que siguen arraigados a día de hoy, como el pensamiento de que las mujeres solo pueden escribir novelas románticas», afirma Paula. También a Lorena leer a los clásicos le ayudó a darse cuenta «de que los problemas que tenían hace dos, tres o cinco siglos, no eran tan distintos a los que tenemos nosotras. Evidentemente la situación no es exactamente igual, pero si lo piensas, ahora te hacen ghosting por WhatsApp y por ejemplo, a la Marianne de Sentido y Sensibilidad, se lo hacían por carta». Con el mismo tono de humor, Mario reconoce que se vio reflejado en las páginas de algún que otro clásico en más de una ocasión: «Ti cando les Miau de Pérez Galdós, atopas a un señor que está farto da Administración pública e da burocracia. Eu lin ese libro cando tiña que facer a declaración de Facenda e, fíxate, do 1888 ata hoxe tampouco cambiaron tanto as cousas».
Perderle el miedo
A veces hay cierta barrera mental a la hora de abrir un clásico porque tendemos a venerar su estela o, en palabras de Mario, a «poñerlle un título nobiliario que nos fai sentir culpables, se unha lectura que sempre foi considerada maxistral non nos gusta». Paula confiesa haber sentido ese respeto en alguna ocasión y añade, además, otros obstáculos: «El lenguaje no es el mismo que el de ahora y, en general, antes se escribían novelas muy largas».
Al primero ella misma le busca solución: «Teniendo internet y redes sociales, no hace falta ser un coco para leer ninguna obra. Hay recursos para todo, vídeos, reseñas, comentarios...». Y al tema de que, indudablemente, hay obras como La Regenta que rozan el millar de páginas intenta darle Mario una explicación: «A novela no século XIX era un invento para as clases privilexiadas que podían ter a oportunidade e o tempo preciso para ler. Hoxe en día, como non sexa no verán, é moi complicado que calquera estudante ou traballador poida afrontar unha lectura así».
Por eso Lorena, que se declara fan absoluta del teatro, recomienda darle una oportunidad a este género, muchas veces olvidado, pero que representa una puerta de entrada perfecta a épocas pasadas: «El teatro estaba hecho para el pueblo. Para que lo entendiera y, sobre todo, que lo disfrutara todo el mundo».
Sobre Historia de una Escalera, la obra teatral de Buero Vallejo, dice Lorena que «describe una ambientación muy fácil de entender. También tiene un punto cómico y es más ligera que, por ejemplo, La Fundación»
Los tres jóvenes coinciden en un mismo argumento: la palabra miedo no debería ir nunca de la mano de la literatura. «Penso que neste século non podemos terlle máis medo a un libro, aínda que teña 800 páxinas, que ao cambio climático, a escalada da violencia política ou aos discursos racistas. Ter medo aos libros, tendo tantas cousas que dan tanto medo no panorama actual é un paradoxo», zanja Mario.