Cuarenta horas son demasiadas

Mercedes Corbillón

FUGAS

Ovejas pastando junto a un palomar en un prado de la aldea de Gondulfe, en Monforte.
Ovejas pastando junto a un palomar en un prado de la aldea de Gondulfe, en Monforte. ALBERTO LÓPEZ

13 jul 2024 . Actualizado a las 22:18 h.

Creo que el verano estuvo a punto de gustarme en algún momento, pero la casi inclinación pasó de largo y me he quedado en mi lugar de siempre. El verano me provoca nostalgia y la sensación de que el mundo está lleno de fiestas a las que no estoy invitada y a las que no tengo ningunas ganas de ir. El ansia de presencia no tiene nada que ver con el deseo, que es, así en general, mucho más esquivo. Lo único que desearía para las próximas semanas es vivir sin sujetador y pasarme todas las horas posibles en una habitación en sombra y llena de libros que podría leer o no, porque estoy tan cansada que siento que me sobran páginas, más de vida que de literatura. A estas alturas, ya deberíamos saber todos que el lujo es el tiempo, pero incluso los que lo sabemos, no acertamos a ocuparlo en su medida justa. El equilibrio es imposible, dice aquella canción y la justicia social también. Ni que decir tiene que la reducción de la jornada me parece un avance social imprescindible, al margen de la viabilidad de mis empresas. Qué palabra más rara empresa, dentro de ella cabe de todo, una librería, una funeraria, un Corte Inglés o un Microsoft.

Cuarenta horas semanales son demasiadas para cualquier cosa, imagínate para trabajar, para cumplir un horario, para llevar corsé, para hacer paquetes en una nave industrial, para extrañar algo o a alguien. Lo sé, mezclo temas, pero es que en la existencia todo está imbricado como venas y sangre o como uña y mugre.

Para mis tesoritos querría la ociosidad, esa palabra tan denostada que permite pensar o ensimismarse y provoca el aburrimiento, que puede ser mortal o creativo, pero herencia no hay, así que solo queda esperar que vivan en una sociedad donde sus ciudadanos deseen el progreso y la comodidad para todos, no solo para unos pocos.

En mis días libres me vestiré de blanco como Emily Dickinson y me encerraré en mi palomar a hablar con los pájaros. Quizás haga un herbario con las hojas muertas de mis plantas y escriba poemas a lápiz que esconderé en un baúl. Siempre hay que tener un baúl para meter lo que quisimos ser y no fuimos. Algún día quizás lo podamos abrir.