Todas somos María Soliña, meigas que solo eran mujeres

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Imagen del rodaje del largometraje «A paixón de María Soliña»
Imagen del rodaje del largometraje «A paixón de María Soliña»

El historiador compostelano Bernardo Barreiro recogió 40 procesos de la Inquisición en una obra impresa en los talleres de La Voz en 1885

09 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Una luz amarilla, muy cálida, te invita a atravesar el umbral de la puerta, donde te recibe un tibio olor a nicotina que te empuja hacia el pasillo central. Escuchas entonces un solo de piano sonando en una radio portátil y descubres al librero sorteando dos estanterías para salir a saludarte. La Dulcinea, una librería de viejo escondida en las callejas del barrio madrileño de Fuente del Berro, era un refugio en la pandemia y Álvaro, su dueño, un prescriptor de recetas literarias. «Te veo cariacontecida, léete uno cada ocho horas», decía, y te vendía tres clásicos y te regalaba dos. Uno de aquellos obsequios curadores es este Brujos y astrólogos de la Inquisición en Galicia y el famoso Libro de San Cipriano. Impreso en el año 1885 en los talleres de La Voz de Galicia en A Coruña, es obra del historiador, periodista y poeta compostelano Bernardo Barreiro, quien incluye una carta-prólogo dirigida a Juan Fernández Latorre, fundador de este periódico, que empieza así: «Muy querido compañero y amigo: Cuando llegado el oportuno tiempo, salgan uno tras otro los redactores de vuestro popular diario a recorrer de nuevo estas comarcas gallegas para tomar nota exacta de la opinión y de las necesidades y aspiraciones de los pueblos sobre que han de versar los combates cotidianos, un encargo importantísimo habrán de llevar escrito en su programa patriótico: el estudio minucioso de las creencias y preocupaciones vulgares y su relación con las antiguas religiones de las diversas razas que poblaron esta tierra».

Hijo de un zapatero, Barreiro fue archivero municipal de Santiago y bibliotecario de la Diputación Provincial de A Coruña. Erudito, intelectual y de gran saber bibliográfico, buceó en las oscuras profundidades del Archivo de Simancas, que entonces contenía los fondos documentales del Consejo de Inquisición. De los cuarenta procesos que recogió del Santo Oficio en Galicia de los siglos XVI y XVII, el más célebre es, sin duda, el que tuvo como víctima a María Soliña.

«Baixo os tellados de Cangas / anda un terror de auga fría: / ai, qué soliña quedache / María Soliña». Así acaba el poema que le dedicó Celso Emilio Ferreiro, dentro de su intemporal Longa noite de pedra (Galaxia, 1962), y que musicó Amancio Prada en 1974. Tres siglos y medio antes, moría esta anciana tras ser torturada, condenada y saqueada por los inquisidores de Compostela. «Sesenta y seis años tendría en 1617 cuando los turcos, entrando en Cangas, la dejaron viuda, abandonada y pobre», señala el autor, aunque no es cierto que fuera pobre. Después de que los piratas berberiscos mataran a su esposo, su hijo y su hermano, María heredó una casa, varias fincas, una fábrica de pescado y derechos sobre dos iglesias. Denunciada por bruja por la justicia seglar, luego el Santo Oficio la recluyó en cárceles secretas con secuestro de bienes y la sometió a incompletum tormentorum antes de desnudarla en presencia de los inquisidores. Muerta María Soliña en el tormento, pocos días después del 22 de septiembre de 1621, «no fue posible sacarla al auto de fe en persona, sino en estatua. Hízose una de cartón y paja, tan grotesca y tan icónica [...], y llevada sobre el lomo de un asno, se paseó por las calles en esos días de carnaval religioso que habían inventado los frailes para tupir cada vez más las inteligencias y contentar de balde al vulgo».

La Inquisición, que era la «peor y más temible plaga que todas las calamidades juntas», ejercía la rapiña hasta al por menor, y los comisarios del proceso contra la anciana se aprovecharon de sus bienes. «Todo esto era lo que hacía el clero del siglo XVII con las pobres gallegas solteras, casadas y viudas» con el objetivo de «despojarlas de pobres intereses familiares», denuncia el historiador.

Acusar a una mujer de brujería, de ser una meiga y yacer con el demonio, era muy efectivo para desvalijarla, pero también para violarla o violar a sus hijas. Relata Barreiro el proceso contra Catalina Pernas, una vecina de la feligresía pontevedresa de Santa María de Cela, que tenía una pequeña «cuya hermosura fue la desdicha» de toda la familia. Encaprichado de ella un comisario del Santo Oficio, la madre «se resistió valerosamente a entregar la honra de su hija, pero fue presa y delatada por delitos de hechicería» por este inquisidor, quien logró reunir a veintiún testigos de cargo. Tras secuestrar sus bienes, sellar su casa y dejar en la calle a su esposo, el zapatero Pedro da Ponte, y a la chica, Catalina ingresó el 20 de julio de 1621 en cárceles secretas. Allí fue sometida a tormento ad arbitrium durante tres días hasta que «los cordeles que apretaban en múltiples vueltas los brazos y piernas de aquella mujer habían ya penetrado hasta los huesos, desmayándose». Pese al suplicio, perseveró en declararse inocente y en contar las negras intenciones del comisario delator. El 15 de agosto, «se mandó ir en paz a la digna y valerosa madre que tanto había sufrido, y sufriría quizá después hasta su muerte», concluye el santiagués, que no se ve capaz de comentar este proceso infame.

Los jueces eclesiásticos, que se enriquecían «a costa del embrutecimiento de los pueblos», torturaban a mujeres indefensas, las condenaban a recibir cien latigazos mientras eran arrastradas por las rúas compostelanas, y las desterraban de la capital y su lugar de origen. Su delito se limitaba al paganismo: «Vivían a costa de la credulidad pública bastantes de estas brujas curanderas, adivinadoras o meigas de las cartas, si bien hay que agradecerles que todas sus medicinas son inofensivas, como la vela, el mechón de pelo, la prensa de ropa del marido, la lana o pluma de colchón, la sangre del gato negro, la piedra de ara».

Curros enríquez y alonso del real

Cuando la obra de Barreiro fue reeditada en 1973 por Akal, se añadió un trabajo ad hoc del ensayista Carlos Alonso del Real y una semblanza del autor escrita por Manuel Curros Enríquez, quien lo describe como un cronista de Santiago, «el más entendido cicerone por todos los personajes que la visitan», y recuerda que publicó treinta artículos en La Voz de Galicia, que fundó la revista Galicia Diplomática y el primer periódico republicano de la capital gallega, La Revolución, y que nació pobre, «para que no se interrumpa la tradición de todos los que se dedican al estudio en nuestro país».