Según la RAE, la palabra jarroa no existe. En gallego tampoco es. He buscado xarroa, garroa, jarroa y nada.
Jarroa debe ser una tormenta, una galerna, un día de lluvia y mar picado por el viento, un temporal de costa, de esos que llegan sin avisar, con mucha sal y cargados de fantasmas.
Hoy ha llegado la jarroa y desde mi ventana solo veo brillar la espuma que cubre las rocas. Todo lo demás es gris e incierto, borroso como los contornos del verano, que empieza y acaba al mismo tiempo.
Jarroa quizás sea un nombre propio de isla, de un lugar que es principio y fin al mismo tiempo, a veces destino y a veces cárcel, como todas las islas.
Con las islas pasa como con el amor, pueden ser reales o imaginarias. Como los amados, no importa si existen o no, podemos hacer mapas del tesoro o de las heridas y mover el dedo sobre alguna piel para recorrer el camino que nos lleve o nos aleje de ellas. Los ricos anhelan su isla desierta y los náufragos quieren huir de ellas. Unos y otros saben que «el tiempo no tiene cuerpo, no puede abrazarse o guardarse para después».
Hay atlas de islas soñadas y de islas remotas a las que nunca iremos, inhóspitas e intransitables, solo válidas para excitar la imaginación y para recoger los cadáveres que deja el mar y hay islas cercanas que siguen siendo un misterio. Todas las islas esconden uno, todos nosotros también.
La isla de Jarroa tiene nombre y coordenadas, es un paraíso en la ría de Arousa. Apenas 39 años tiene el puente curvo que alcanza el paraíso. En la novela de Andrea Fernández Plata, hermosa, ligera como una hoja de hierba que arrastra el viento y profunda como la memoria de todos los barcos hundidos, la isla es un lugar mítico, «un agujero en el tiempo» tan real como Macondo y como la trenza de la autora que se engarza al cabello de otras mujeres. Sacuden la noche al mismo tiempo que las sábanas y guardan los cordones umbilicales en las mesillas de noche o en los faiados, que esconden la memoria de los que ya no están mientras ellas «rellenan la luz que queda en la cocina. Los cuerpos no necesitan nada más. Estamos preparadas para no buscar».