Paloma Sánchez-Garnica: «Si empezara a escribir a los 20, hubiera sido un fracaso»

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La escritora Paloma Sánchez-Garnica.
La escritora Paloma Sánchez-Garnica. XOAN A. SOLER

Ganó el Planeta con «Victoria». Semanas después, la autora afirma: «Todavía tengo que repetirme: 'Lo has conseguido'»

29 nov 2024 . Actualizado a las 16:33 h.

Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962) lo tiene claro: «Persistir merece la pena». Solo tres años después de ser finalista del Premio Planeta con Últimos días en Berlín, ha logrado el máximo galardón con una novela en la que regresa a la ciudad alemana, Victoria.

­—Ya había vivido la vorágine del Planeta como finalista junto a los Mola, y ahora es la ganadora ¿Cambia mucho?

—Tienes un sentimiento distinto, lógicamente. La gira es muy grata. Lo fue con los Mola y ahora me toca vivirla con Beatriz [Serrano]. Es una gira de mujeres y es diferente porque, además de que nos llevamos muy bien, está habiendo conversaciones muy, muy interesantes entre nosotras y estoy aprendiendo muchísimo de ellas. Pero sí que es un poco diferente porque es un Premio Planeta y todavía algunas veces me lo tengo que repetir: «Paloma, lo has conseguido».

­—¿En qué momento decidió presentarse tres años después de ser finalista?

—No las tenía todas conmigo, pero cuando terminó mayo y todavía quedaban dos o tres semanas para poder presentar las novelas dije: «¿Por qué no voy a intentarlo? El no ya lo tengo.» Y surgió. Persistir merece la pena.

­—Y regresó a Berlín, como en sus dos últimas novelas. ¿Por qué le atrae tanto?

—Tiene en cada rincón una historia. Es una ciudad con una historia de destrucción, de reconstrucción, de supervivencia, de subsistencia, de muros... Se convirtió en esta época que cuento [al concluir la Segunda Guerra Mundial] en la ciudad más peligrosa del mundo y con más espías por metro cuadrado.

­—Una historia en Berlín, pero también está muy presente Estados Unidos...

—Cuando terminé Últimos días en Berlín, estaba muy centrada en las consecuencias del nazismo, no solamente del horror del holocausto, sino también de la violación de los derechos fundamentales, tanto de judíos como de eslavos que se encontraron los nazis en su conquista hacia el este. Y me di cuenta de que al otro lado del Atlántico en esa misma época, en los años 30, 40 y 50, en un país democrático, cuna de la libertad y de los derechos, también se atentaba de forma flagrante contra los derechos humanos de un sector de la población, por su raza o por sus ideas. Y me pareció un contraste entre lo que era el hostigamiento de los nazis contra los judíos, con el hostigamiento y la violencia del Ku Klux Klan contra los negros o los blancos que defendían los derechos de los negros.

—La novela es ficción, pero le añade muchos hechos reales.

—Mis novelas, en general, no se basan en hechos reales, pero sí tienen pellizcos de vidas reales que yo voy cogiendo, y luego los engarzo para pergeñar la historia, la ficción. Son hechos reales que le han podido pasar a seres humanos como nosotros que los entrelazo como yo tenga conveniente para crear esa ficción.

­­—Al final de la novela, afirma que «tal vez tengamos demasiado en común con un pasado que creemos superado». ¿Ve muchas similitudes entre la sociedad actual y esa época de la guerra fría?

—Nunca es igual, pero los resultados pueden llegar a ser los mismos. Decía Primo Levi que nos creemos exentos de todo el peligro, de todos estos horrores que se han vivido. Pensamos que a nosotros no nos puede pasar porque estamos en un Estado de derecho y estamos protegidos por las leyes, pero eso no es cierto. Todo eso nos lo pueden quitar en un instante. El Estado de derecho puede caer y podemos estar en una situación muy complicada si no somos conscientes de que hay que proteger las libertades, el Estado de derecho y la dignidad de nuestra sociedad. Y ese es un ejercicio que tenemos que hacer toda la sociedad.

­—¿Se arrepiente de no haber empezado a escribir con anterioridad?

—No. Estoy convencida de que, si hubiera tenido claro que quería escribir a los 20 años, habría sido un auténtico fracaso porque era muy vehemente, muy impaciente. Tenía necesidad de vivir, de aprender, de tener experiencias, de leer, de crecer culturalmente y personalmente, como mujer, como profesional, para poder luego crear unos personajes veraces y sus historias. De otra forma, hubiera sido un auténtico fracaso, porque yo tenía una inquietud que no supe identificar hasta esos 43 años.

­—Y ahora, ¿ya no deja la escritura?

—No, porque yo siempre tuve claro que había venido al mundo a hacer algo. Prácticamente desde los 20 años que me casé, no sé por qué tenía claro que había venido aquí a hacer algo, y en esa búsqueda hice dos carreras, una oposición a registros, ejercí como abogada, y de repente me caigo en la escritura, y digo: «Esto es lo que yo quiero hacer»; y llevo ya nueve novelas. La escritura —los libros en general, la lectura— es mi forma de estar en el mundo, mi día a día. Se trata de crear esos mundos, esas realidades paralelas que tanto me fascinan.

­—Al final del libro también dice que la ficción literaria puede ser un instrumento extraordinario para entender la realidad.

—Cuando lees, muchas veces te ves reflejado en un espejo. La literatura te obliga a ser tolerante, a salir de tu zona de confort y ponerte en el lugar del otro. Concuerdo con lo que decía Antonio Muñoz Molina de que uno cuando lee un buen libro ya no es igual, cambia algo en tu mente; hay un clic que cambia, casi imperceptible, pero lo hay.