Luis García Montero: «Dentro de la desgracia, comprendí la suerte de llegar hasta el final con Almudena»
FUGAS
Treinta años de poemas de amor a una misma persona, Almudena Grandes, que el escritor reúne en un libro que hilvana las composiciones con las que comprendió el significado de decir «nosotros»
11 ene 2025 . Actualizado a las 09:37 h.Se conocieron en el 92 y tuvieron una historia de amor de casi 30 años. Almudena Grandes enfermó en septiembre del 2020, cuando el país estaba abatido por la pandemia del covid, y murió en noviembre del 2021. «La vida se me quedó sin sentido e intenté responderme a las preguntas que me estaba haciendo, desde el vacío, a través de la poesía», explica Luis García Montero (Granada, 1958). Amable, sereno y sencillo, el poeta, catedrático de Literatura, director del Instituto Cervantes y poseedor de premios como el Nacional de Poesía de 1994, vino hasta A Coruña, a la actividad Encontros con escritores (UNED), para hablar de Almudena (Tusquets).
La editorial ha reunido en un tomo los poemas que le dedicó a la escritora a lo largo de toda su historia de amor, desde los comienzos, en Completamente viernes, a la despedida, en Un año y tres meses. «Hay un poema en el que cuento que me disfracé de médico para colarme en la habitación de Almudena», desliza. Fue así como pasaron juntos la noche del 31, la del paso a aquel duro 2021. «La poesía amorosa para mí fue un reto de compromiso de la propia intimidad con la historia», defiende.
Amor y política
«Para mí, una pregunta política fue qué digo cuando digo te quiero. Comprender que en la construcción de un nosotros es muy importante que no haya ningún tipo de autoritarismo, sino respeto y reconocimiento. La vida es un nosotros desde la intimidad hasta la política, porque una política democrática es la construcción de un contrato social donde los individuos, en la esperanza de que no haya autoritarismo, se reúnen para construir un nosotros», expresa.
En la Transición participó en el movimiento La otra sentimentalidad, «en la construcción de la democracia española reivindicamos que era tan importante el derecho a votar o la dignificación laboral como la transformación de la educación sentimental». Una convicción que lo ha marcado hasta hoy.
«Recuerdo las paredes con las pintadas “solidariedade coa folga da hostalería”», dice en impecable gallego. Esos últimos años de los 70 lo pillaron por A Coruña, donde su padre fue teniente coronel.
—¿Es más sincera la poesía cuando se escribe desde el dolor?
—Esta es una de las ideas que me preocupan a la hora de escribir. La poesía no es una confesión, me gusta que mis poemas hablen de la vida y de mi realidad, pero la poesía no es un desahogo. Si escribo un poema de amor, no me sirve de nada que un lector me diga, ¡uy, qué enamorado! Lo que intenta la poesía es crear un diálogo entre el lector y el autor, y por eso escribir significa con mucha frecuencia pasar del yo biográfico a un personaje literario que tiene que trascender hasta llegar a la condición humana, para que cualquier lector pueda habitar el poema y, al leerlo, no piense en mi vida, sino en su propia vida. Eso es lo que permite que la literatura cree meditaciones sobre la condición humana. Uno tiene que evitar cualquier desahogo personal ridículo, caer en la cursilería más absoluta. Te descuidas y acabas escribiendo una campaña de El Corte Inglés para el día de los enamorados. Con la muerte pasa lo mismo. Cuando estás muy dolorido, el miedo que tienes es caer en el patetismo y hacer una poesía de desahogo ridícula. Cuando hay sentimientos muy fuertes, hay que tener mucha conciencia literaria.
—En «Completamente viernes» lo inspiró Garcilaso, Pedro Salinas o Neruda. ¿En «Un año y tres meses»?
—Desde Jorge Manrique y las Coplas por la muerte de su padre, hasta el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca, o poetas como Rosalía de Castro. Es el diálogo de la poesía con la muerte lo que me ha permitido darme respuestas.
—¿Hay algo que pueda llenar el vacío?
—Joan Margarit enfermó unos meses antes que Almudena. Escribió un libro, Animal de bosque, porque pensó que era como un animal que se esconde en el bosque para acabar su vida tranquilo cuando se encerró en su casa con la gente más querida. En los últimos días, escribió un último poema donde decía que ese último año había sido uno de los más felices de su vida. Cuidado por la gente que quería y preocupado nada más que de lo importante en la vida. Porque a veces nos despistamos y nos olvidamos de lo importante. Cuando estaba escribiendo me acordé mucho de Joan y me planteé: ¿podría decir lo mismo el que se queda y tiene que despedirse del amor que se va?
—¿Y puede?
—Más allá del dolor, con el paso del tiempo, en Un año y tres meses fui descubriendo aquellas cosas que le habían dado sentido a mi vida. Cuando la persona que quieres muere en tus brazos, y con una pandemia de por medio, si uno piensa que el amor es un nosotros donde se cuida y se es cuidado, que el ser humano es un ser vulnerable y que la vida está llena de dificultades, aprendes a decir, primero, «tuvimos mala suerte con la enfermedad», segundo, «sin embargo, ha sido una suerte cuidarnos hasta el final». Y digo cuidarnos porque descubres que el paciente también cuida al cuidador.
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—¿Eso reconforta?
—Todo este tipo de cosas te acercan a la condición humana, no te apartan del dolor o la pérdida, pero sí te permiten encontrar un nuevo sentido a la vida, una reafirmación, comprendiendo la pérdida como algo propio de la condición humana.
—¿Comparte la reflexión de Margarit?
—Empecé a sentirlo al final del libro. La ausencia está presente en ti, se pasa del dolor desgarrado al duelo, lo que te permite comprender, dentro de la desgracia, la suerte que has tenido de poder llegar hasta el final con ella. Uno de los momentos inolvidables para mi vida será siempre la compañía que pude ofrecerle a Almudena en sus últimos momentos.
—Almudena prologó uno de los poemarios que le había dedicado. ¿Qué prólogo cree que escribirá para esta recopilación?
—Creo que si pudiera escribir un prólogo lo convertiría en un agradecimiento a la sanidad pública. Hubiera reivindicado la importancia de los cuidados y hubiera mantenido la esperanza. Sí, hubiera hablado de la esperanza. En nuestra experiencia en las salas de oncología había mucha gente recuperada que iba a las revisiones. Que nosotros hayamos tenido mala suerte no significa que haya que ser pesimista y renunciar.