El músico donostiarra presenta «Pake pieza», su última colección de elegantes paisajes musicales, con una doble fecha en Galicia
10 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.«Acabas de alegrarme el día». Esta reacción de una amiga, después de abrir el enlace de un concierto de Mikel Azpiroz y escucharlo con detenimiento, resume el espíritu que rodea la música del pianista donostiarra mucho mejor que cualquier larga disquisición. Con una amplísima trayectoria en la yema de sus dedos (desde colaboraciones con gente como Jabier Muguruza, Duncan Dhu o Travellin' Brothers a proyectos del calibre de Elkano Browning Cream), Mikel llega a Galicia para presentar su cuarto trabajo en solitario, Pake pieza. Un anaco de paz que desafía las etiquetas y ahonda en el efecto terapéutico e intimista con que viste sus composiciones. Junto a él, Karlos Arancegui a la percusión y Fernando Neira al contrabajo.
—¿Una pieza de paz?
—El título procede de un tema de Bill Evans, el gran pianista de jazz. Pese a que lo grabó en los cincuenta, nunca lo había escuchado. Lo hice por casualidad, mientras conducía, y me di cuenta de que tenía un aire a uno que yo acababa de grabar. Aquel se titulaba Peace piece y decidí hacerle un guiño. En castellano igual suena un poco cursi, pero en euskera suena muy bien.
—¿Por qué un formato de trío en lugar, por ejemplo, de un piano en solitario?
—Es cierto que mis dos primeros discos en solitario se centraron en el piano solo. Cuando vas así, eres tú quien tomas todas las decisiones. El formato de trío te da la posibilidad de jugar con muchos pasajes en el concierto y disponer de una paleta de colores mucho más amplia para crear los ambientes que queremos generar.
—Supongo que la elección de los compañeros de viaje será fundamental.
—Sí, se necesita mucha complicidad musical. Que siempre exige también una complicidad personal. Con Karlos llevo tocando más de veinte años. A través de él conocí a Fernando Neira. Tenemos una afinidad que nos hace sentirnos muy cómodos dentro y fuera del escenario. Es un lujo.
—De tu música se ha escrito que no entiende de fronteras ni de etiquetas.
—Siempre he tenido un problema con las etiquetas. Entiendo que pueden ser informativas, y sobre todo comerciales, para colocar en las estanterías. Pero me gusta un poco de todo y no me paro a clasificarlo. Si siento lo que escucho, eso es lo que me vale. La música que yo he mamado es muy ecléctica, al igual que mi formación. Estudié piano clásico en el conservatorio, me apasionó el blues y el jazz, y, gracias al festival de Donosti, desde crío he tenido ocasión de ver a varios de los grandes. Lo que aflora en la creación es ese bagaje de influencias, que intento no delimitar. A partir de ahí intento crear un lenguaje propio en el que me reconozco. En el arte, como en todo en la vida, es importante construir nuestro pequeño margen que refleje lo que somos.
—¿Qué hay de la inspiración?
—Al ser música instrumental hablamos de algo bastante abstracto, que no siempre resulta fácil verbalizar. En este caso, el título del disco, aunque puesto a posteriori, sí refleja un poco la intención de mi música. Introspectiva, recogida, intimista, música que puede reflejar cierta querencia hacia estados de ánimo que fluyen en sentido positivo.
—Es un efecto plenamente consciente.
—La razón por la que hago música es para sentirme mejor. Si consigo que a quien la escuche le aporte un instante de olvido de los problemas, de centrarse en el momento, no puedo sentirme más feliz. Al principio no me parecía nada sencillo que el público entrase en ello. Quiero decir, que adoptase, digamos, un estado de calma para escuchar esta música. Pero después de años y de conciertos veo que la gente, allá donde vamos, ya sea en Málaga o en Polonia, entra perfectamente. Considero la música y el arte como herramientas eficaces para sobrellevar las dificultades de la vida. Nos ofrecen ese pequeño oasis de calma que los seres humanos seguimos necesitando.
—Grabando, además, con tu propio sello.
—Así es, Mamusik. Lo creé para gestionar yo mismo todo el proceso desde la independencia, cuando vi que en los años 2000 el negocio se estaba desmontando. Es como un cuadro, importa todo, desde el tamaño del lienzo a los colores que vas a usar. La portada de este disco, por cierto, es obra de Julio Villar, a quien quizás conozcan los amantes de la aventura romántica. En los años 60 dio la vuelta al mundo en un velero de siete metros, publicó dos libros preciosos y también dibuja.
—No me resisto a una última pregunta. ¿Qué es el silencio para un músico?
—La paleta, el lienzo, lo que da sentido y condiciona enormemente el no silencio. Aprendí mucho del valor del silencio colaborando con Jabier Muguruza. Que ninguna nota sea gratuita, que todas tengan significado, yendo al centro, sin artificios.
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