
Regresa con «La memoria infiel», una novela sobre lo complejas que son las relaciones familiares y lo difícil que es, a veces, entendernos
14 mar 2025 . Actualizado a las 22:14 h.Hablamos con Carmen Amoraga (Picaña, Valencia, 1969) sobre las malas madres y los malos hijos, sobre las relaciones familiares, que nunca son perfectas, y de cómo, a veces, nos hacemos una idea errónea de nuestros progenitores. Y lo hacemos porque su última novela, La memoria infiel, va precisamente de eso. De una madre soltera que tiene que volver a su pueblo porque le comunican la muerte de su madre, con la que llevaba 20 años sin relación.
—¿La memoria siempre es infiel?
—No, pero muchas veces sí. Porque, cuando recordamos algo, no acudimos a cuando ocurrió, sino a la última vez que lo recordamos. Y suele pasar, casi siempre, algunas veces involuntariamente y otras con toda la intención del mundo, que vamos cambiando ese recuerdo. Y puede pasar que lo que recordamos y lo que ocurrió se parecen como un huevo a una castaña.
—La figura paterna no existe en el libro...
—No, porque yo quería enfatizar que Salomé reproduce el referente con el que se ha criado. Su madre la ha criado sola y ella cría también sola a su hijo. He querido dibujar ese tipo de familia porque, en la novela, la familia es tan importante como la memoria. Pero no es una familia en la que te puedes refugiar y que te va a hacer sentir bien cuando todo lo de fuera va mal, sino todo lo contrario. Es la familia que no te cuida, que no te protege y que te deja a la intemperie. Estás más desprotegido dentro de casa que fuera.
—Haces hincapié en la idea de mala madre, en el sentido de que Salomé siente que no ha tenido el cariño de la suya.
—Es una madre totalmente diferente al concepto de madre que tenemos, pero lo que esconde detrás es una enfermedad mental. Y yo creo que, afortunadamente, cada vez hay menos modelos de madres únicas. Cada vez nos damos más cuenta de que uno hace lo que puede con lo que tiene y que lo que menos necesita una madre es que otras la juzguen. Porque, por lo general, somos las madres las que más juzgamos a otras madres. Y damos por hecho que el ser madre te convierte en una persona buena, seria, juiciosa, cabal y dispuesta a dar un amor incondicional. Y eso, a veces, no es posible.
—En su caso, además, tiene una enfermedad mental.
—Y ni siquiera sabe que la tiene, porque con la salud mental pasa algo parecido a los prejuicios sobre la maternidad. Me refiero a que, cada vez, le damos más importancia, pero cuando Salomé era pequeña y su madre era joven, no se echaba cuentas a la salud mental. Ana, ni siquiera era una alcohólica, sino una borracha.
—Hablas de madres imperfectas, pero el día a día nos obliga a la perfección...
—Cuando tú vives una vida muy precaria, estableces una lógica que no tiene sentido ninguno, pero que a ti te sirve. Y eso es lo que hace Salomé con su vida, con su memoria, con su pasado y hasta con su futuro. Y cuando regresa al pueblo ve que hay otros que no la veían como ella se veía y se entera de que a su madre le pasaban cosas, que ni siquiera su madre sabía que le estaban pasando. Se cuestiona mucho a las madres, pero casi nunca a los hijos. Pero también se les exige mucho. Y tampoco tiene que ser tan fácil ser hijo y acatar las órdenes, y crecer, y ver que tus hormonas se revolucionan... Madurar también es complicado. Y eso es algo que hacen los hijos. Y hay un momento en la vida en el que la incondicionalidad está en el amor de los niños pequeños a los padres. Hagamos lo que hagamos, tengamos el humor que tengamos y estemos como estemos, para ellos somos los másters del universo. Pero luego a ellos se les pasa y a nosotros no.
—¿Crecer con falta de amor también es una forma de maltrato?
—Yo creo que sí. E igual que hay muchos tipos de amor, también hay muchos tipos de maltrato. No querer a un hijo y no darle amor es una forma de maltrato.
—Tampoco vivimos ahora en una sociedad en la que esté muy de moda decir las cosas a la cara. Se lleva más bien lo contrario.
—Yo creo que no somos tan egoístas y que seguimos ayudándonos. Tengo una visión positiva y esperanzadora. Creo que la bondad está más callada, es más silenciosa, pero sigue estando ahí.
—Has conseguido un premio Nadal y has sido finalista de los premios Planeta. ¿Qué esperas de esta novela?
—Nunca me he presentado a los premios para ganar, solo para dar pequeños pasos en mi carrera dentro de las editoriales. Y he tenido mucha suerte. Los premios suponen ponerte el foco encima para lo bueno y para lo malo. Para lo bueno, porque destacas entre los demás, y para lo malo, porque tú ganas y no ganan otros, y entonces otros dicen que te lo han dado. Como que devalúan un poco que lo hayas ganado. Pero te ponen en una situación de visibilidad, que si no tienes un premio es difícil que la tengas. Pero con esta novela, no he querido presentarla a ningún premio.
—¿Saliste escamada de la política? Fuiste concejala y directora general de Cultura de la Comunidad Valenciana...
—No, lo que pasa es que soy una firme convencida de que a la política tienes que ir con fecha de caducidad, no te puedes eternizar. Tienes que dejar paso a que vengan otras personas y tienes que evitar profesionalizarte, que para mí es el mayor peligro. Yo he hecho lo que he podido, y me he quedado con pena de no haber podido hacer más, pero, desde luego, no volvería.