Los buenos libros no «van de» nada

Mercedes Corbillón FUGAS

FUGAS

Vila-Matas en el 2013 en una visita a A Coruña.
Vila-Matas en el 2013 en una visita a A Coruña. PACO RODRÍGUEZ

09 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi exmaridito me ha dicho, mientras esperábamos en la puerta de tutoría, que la última novela de Vila Matas «va de» inteligencia artificial. Lo decía con orgullo, como si el invento fuera suyo, fascinado como se anda con las posibilidades de las últimas tecnologías. Lo de crear una inteligencia superior a la humana, desde el punto de vista evolutivo, no sé si es una buena idea, pero ahí está, siguiendo su camino. Le contesté que la novela de Vila Matas es una genialidad y que los buenos libros no «van de» nada. Los que me gustan de verdad abren puertas a ninguna parte, añadí. Más los de Vila Matas, que andan caminando por las afueras de todo, por las afueras de las afueras, como el protagonista y su hija Ryo. Sin retorno posible. De hecho, la hija va a llegar, pero no lo hace, como la profesora de Lengua a la que esperamos. Me miró como si no entendiera nada. Iba a decirle que esos pasos sin destino quizás llevan al interior de uno mismo y que allí no hay bordes, todo es infinito, pero me sentí como Vidal Escabia, recibiendo impulsos mentales de dos lugares distintos. El protagonista, le expliqué, es un androide que no tiene recuerdos de infancia porque ha sido creado en la Boulder Corporation. Su función primigenia era la de asistente de un escritor. A él y a otros de su procedencia, un gran apagón en la ciudad de Barcelona les permitió una vida abierta, de duración indefinida, con tendencia a lo humano, con todo lo que ello significa. «Son como despojos de lo que algún día pudieron ser y no fueron». Ahora a los Denver 7 los persiguen, pero creo que eso solo es importante como metáfora de algo. ¿De qué?, me pregunta él. Hago como que no oigo y sigo. El replicante también sintió la pulsión de escribir, siempre a partir de haber leído a otros, palabras que empujan a sentarse ante un escritorio, frases como «escucho con mis ojos a los muertos», de Quevedo. Está haciendo su propio canon intempestivo y mentalmente desplazado, como todos los individuos interesantes, y se alimenta de fragmentos. Fragmentos que son un todo, sin pasado ni futuro, que hablan de lo relegado, de lo oscuro, que «muestran lo poco que queda del mundo. Y de la literatura».