
La exposición, que se puede ver en Santiago, invita a artistas de otras generaciones
01 jun 2025 . Actualizado a las 21:18 h.La abstracción en España se desarrolló en el marco de los años de posguerra, influida por las corrientes artísticas internacionales. Floreció primero tímida pero su expansión fue casi desbordante, coexistiendo con la pintura académica que dominaba los ámbitos culturales y estéticos del franquismo durante las décadas de los cincuenta y sesenta. Su inicio supuso una pluralidad de opciones y planteamientos dispares que convencionalmente se engloban bajo la etiqueta del informalismo. Frente al arte oficial, esta nueva vanguardia encarnaba la negación no solo de la estética, sino también la oposición ideológica al régimen y al asfixiante contexto cultural y social de la época.
Dentro de la diversidad de las propuestas artísticas que prosperaron, la mayoría adoptó el carácter expresivo y gestual del informalismo. Sin embargo, existió otra vanguardia, más reducida en su ámbito de proyección, una abstracción de corte reduccionista que experimentó con las posibilidades de la racionalidad de la forma, la contención del color o una especial valoración de la materia, y que recibió distintos nombres: arte constructivo, analítico, normativo, a la que pertenece José María de Labra (A Coruña 1924-1994). Este nuevo espíritu de búsqueda, que comenzaba a asomar en la geografía española, estuvo ausente en Galicia, caracterizada por su endémica atonía y el escaso interés por el arte; lo que provocó el traslado de jóvenes artistas a Madrid, donde emprendieron su andadura, atraídos por la incipiente vanguardia que estaba experimentando el arte español.
CIERTO AIRE DE MODERNIDAD
Sin embargo, las tendencias más frecuentes que predominaban en los círculos artísticos durante la posguerra eran de otra índole: academicismos, realismos o la temática religiosa. Estas tendencias, teñidas de las huellas poscubistas —la influencia de la pintura de Vázquez Díaz fue fundamental en estos años—, daban al arte de la época un cierto aire de modernidad. Esta es la vía que experimentó Labra a medida que transcurrieron los años cincuenta. Una orientación figurativa básicamente de tipo religioso por la que se daría a conocer en sus inicios. Encargos de retablos y vidrieras para iglesias, centrados en el tema del franciscanismo, culminaron con la obtención en 1957 de la medalla de oro de la Exposición Internacional de Arte Sacro de Salzburgo.
Simultáneamente, desde 1953, otra vía más experimental se alternó con el tema religioso: una suerte de constructivismo intuitivo que daba libertad a la línea y al color para desembocar inevitablemente en la abstracción. Planos geométricos ordenados componen estas pioneras abstracciones, que se irán decantando, ya desde finales de la década, no solo hacia una geometrización formal cada vez más depurada o hacia una reducción de sus entonaciones cromáticas de blancos, negros y grises, sino que también significó la perspectiva de una nueva libertad como se observa en esos pequeños dibujos en el papel, espontáneos ensayos de parentesco minimalista.
En muchos aspectos, el cambio de década supuso en España una cierta liberación para el arte. La renovación en las instituciones ministeriales, la mejora de la economía y el reconocimiento internacional de la vanguardia informalista española abrieron múltiples y optimistas expectativas para las próximas décadas. Todo esto se tradujo en la apertura de nuevos espacios para el mercado y un auge de las galerías privadas, que coincidió con la aparición de una oleada de nuevos artistas y coleccionistas, renovando los esquemas del panorama de posguerra.
Sin embargo, paradójicamente, la crisis y el giro del informalismo hacia otras orientaciones se sucedieron de modo inmediato, y aquella otra vanguardia cultivada por una minoría, entre la que se encontraba Labra, acabó desempeñando un papel fundamental junto con un nuevo realismo al que volvieron muchos de los antiguos informalistas. Si en sus principios fueron actividades aisladas, acabaron materializándose fundamentalmente en los grupos Parpalló y Equipo 57, cuyos esfuerzos se unieron, en 1960, en la iniciativa de la exposición bajo el título sugerido por Aguilera Cerni de Arte Normativo. El grupo Parpalló, en el que se había integrado Labra, aportaba una voluntad cosmopolita e interdisciplinar, defendiendo la idea de integración de las artes, mientras que el análisis de las relaciones espaciales propuestas por el Equipo 57 fueron propósitos con los cuales coincidían plenamente sus propias búsquedas.

Durante los sesenta, los nuevos contactos establecidos dieron lugar a un interés por el campo del diseño, estableciendo intensas relaciones con la arquitectura, la estética industrial y el interiorismo, como se evidencia en los Proyectos para celosías. Esta interdisciplinariedad impulsó la creación de grandes murales industriales, donde experimentó con materiales como cables tensados y acero, explorando nuevos enfoques espaciales que influyeron en una mayor libertad en su investigación de su obra pictórica.
Desde entonces, su obra fue reconocida como una de las más interesantes de la abstracción española, participando en destacadas exposiciones individuales y colectivas a nivel nacional e internacional. En su pintura, Labra introdujo una variedad de materiales como maderas, hilos y alambres, explorando la interacción de sus tensiones y relaciones espaciales y mecánicas. Su búsqueda se centró en el ángulo, la curva y un orden rítmico que transformaba el plano pictórico en una suerte de arquitectura. Transvolucións ejemplifica este «gesto construido» a través de las delicadas líneas del hilo que, como un esqueleto, generan la rotación de un triángulo sobre una gama de blancos.
Labra fue enriqueciendo sus propuestas anteriores a lo largo de los años, así como la madurez de sus conceptos constructivos sobre el espacio, el empleo del relieve en madera o la contención cromática, sin variar sustancialmente la técnica de su trabajo. Las relaciones forma-fuerza se hacen en sus nuevos cuadros más complejas, tejiendo entramados de formas que se autogeneran y se enlazan. Así, las seriaciones, las llamadas estructuras repetitivas o los desarrollos modulares obtenidos por complicados métodos combinatorios. En síntesis, podría decirse de estas mutaciones y de su lenguaje morfológico que son, como en la música de Bach o en las obras de Mondrian, variaciones sobre un mismo tema.
La exposición José María de Labra. Correspondencias, (comisariada por Mónica Maneiro e Iñaki Martínez Antelo, AFundación Abanca, Santiago de Compostela) propone la invitación a formar parte de esta a artistas de otras generaciones con especial protagonismo de aquellos que tienen en la figura de Labra a uno de sus referentes. Autores como Pablo Barreiro, Almudena Fernández Fariña, Tatiana Medal, Kiko Pérez, Ana Pérez Ventura, Arancha Goyeneche, Hisae Ikenaga, Gloria García Lorca, Belén Rodríguez participan en ella. Y aunque la intención de los comisarios es la acertada idea de tratar de establecer un diálogo y acercar con su participación la figura de Labra al mundo actual, mi opinión es que, por todo lo apuntado hasta ahora, su obra, como el buen arte, no necesita actualizaciones porque sigue despertando tanto o más interés que la de los artistas que la rodean.
Marisa Sobrino Manzanares es catedrática de Historia del Arte de la USC.