
Estaba sentada en el Numax con mi amiga Susana, desde la pantalla nos golpeaba toda la belleza del desierto captada por Oliver Laxe para tenernos absortos, aunque sea domingo, hayamos trasnochado y comido foie, que es lo más rico y tóxico del mundo, puede que aún pernicioso que las sustancias necesarias para disfrutar de una de esas raves de música electrónica, esa que no está creada para escuchar, sino para bailar. Sergi López se sumaba, a través de su personaje, a una troupe de personas que se han bajado del mundo y sobreviven con lo mínimo, o sea, gasolina, cuscús , altavoces y afecto. Allí donde están crean una nueva familia de despojados, tan humanos como los demás. La humanidad no se acaba con el champú, sino cuando se extingue el amor al prójimo. De los protagonistas no sabemos nada excepto que viven al margen de todo con sus cuerpos y almas mutiladas y que son capaces del afecto, la empatía y la solidaridad. Más que muchos que nos hablan desde sus atriles con traje y corbata. Claro que, a mí, esa tierra volviéndose negra bajo las uñas me ponía nerviosa y también ese padre con niño buscando a la chica perdida por los riscos de Marruecos, sumados ambos a una verdadera caravana, como aquellas de los colonos americanos que iban en carretas de madera tiradas por caballos con la intención de instalarse en el valle del oro. Lo malo es que ahora no sabemos qué es el oeste, dónde está ni qué tesoros hay en él.
Qué buscar, qué esperar, qué desear.
Yo no lo sé y menos aún después de ver Sirât, tan magnética y desconcertante, indescifrable como la vida misma y un poco efectista, para mi gusto. Susana gritó y alguien que estaba como en trance nos miró con displicencia, pssss, reñí a mi amiga, en el Numax no se respira hasta que sale el último de los créditos y leemos todos el nombre del ayudante del ayudante del ayudante del maquillador. Ella me respondió que mis tripas hacían más ruido que ella. Maldita sea, el hígado de pato haciendo sitio en mis arterias. Que suene el house, el tecno, el trance, el hardstyle, que explote todo.
Y que viva el cine.