El verano solo era elegante cuando la gente escribía novelas en mansiones sombrías

Mercedes Corbillón

FUGAS

18 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El verano, al contrario de lo que acostumbra, está siendo largo. Como siga así, será como uno de esos chicles que mueves en la boca de un lado a otro sin que guarden ni un poco de sabor, solo una goma que se estira haciéndote perder la compostura. El verano tiende a la vulgaridad. A la brevedad también, pero esa ansia de desaparecer la va perdiendo a medida que el cambio climático nos envuelve en olas de viento caliente, sin volcanes que nos salven. He visto que Islandia está abriendo sus carnes a la lava. Tal vez si continúan las erupciones se repita aquel verano que nunca llegó y en una villa al lado de lago Leman Frankenstein se apareció a Mary Shelley.

El verano solo era elegante cuando la gente no se sacaba la ropa y escribía novelas en mansiones sombrías. El calor no está mal, pero las chanclas, los pantalones cortos de colorines, las colas para hacer autofotos en las playas perdidas que un día fueron paraíso, son señales del fin de la civilización. Ojalá no hubiera otras más terribles, que veo desde el sofá donde pienso pasarme el verano en bragas, en ausencia de compostura y entusiasmo, y allí, con la tela pegada al cuerpo, lloro al ver a niños desnutridos y bombardeados, lloro al ver a hombres que disparan a las colas del hambre y celebran los aciertos como si sus víctimas fueran hologramas de un videojuego y no personas acorraladas. Lloro más al ver la paliza que le dan a un chaval de la edad de mi Tormentito, que me dice a veces, menuda época me tocó vivir, con pandemias, inundaciones, estado de preguerra y ahora esto, un adolescente apaleado por sus vecinos, otros chicos deshumanizados, convertidos en bestias, alimañas que se han ido a su casa a dormir sin una multa, sin que nadie los reprenda ni los detenga.

No soporto ver sus caras, que son comunes y corrientes y desenchufo todo para meterme en El jardín de los Finzi-Contini, que fue un refugio para los chicos judíos de Ferrara cuando aquel tiempo empezó a volverse loco. No les sirvió de mucho.

No sé si hay islas donde esconderse, pero al menos nos quedan las novelas que hablan de mundos que se derrumban. Quizás alguien en alguna parte esté escribiendo sobre el nuestro.