
No hago retiros de silencio, como mi amiga G., que ha intentado explicarme las bondades de ir a un sitio a estar callada frente a personas que también lo están. Supongo que es necesario un silencio exterior para llegar a una elocuencia interior. Solo elucubro, de meditación no sé nada, soy más de palabras dando vueltas. A veces algunas se juntan de la manera adecuada provocando una revelación, aunque la mayoría de las ocasiones solo sirven para constatar la complejidad de la existencia.
Lo más parecido a un retiro espiritual que viví fueron aquellas semanas de encierro obligada por un covid recalcitrante y poco intempestivo que me llevó de casa al hospital y de nuevo a casa. Es curioso cómo olvidamos todas las fechas, las personales y las universales, almacenándolas desordenadamente o como nos viene en gana. Sin embargo, la pandemia la tenemos bien ubicada, tanto que es común utilizarla de referencia para aquel u otro evento, ya sea personal o universal.
De mi septiembre de cuarentena y poco aire recuerdo todo, como si me lo hubiera pasado haciendo mindfulness, concentrada en el movimiento lento de mis pulmones y en mi cuerpo, encerrado en su propia piel. Una piel siempre necesita de otra piel. Puede que aquella ausencia del tacto de otros humanos fuera más drástica aún que el silencio. Tal vez me ayudó a verme por dentro. De ese momento intenso de no hacer nada más que sentir estar viva, han pasado cinco años, los mismos que tiene el libro que estoy leyendo.
Dacia Mariani lo escribió mientras el mundo estaba detenido, convertido en un inmenso lazareto. Sus protagonistas también están aisladas en sus casas de sendos pueblos de Sicilia. Las ciudades están asoladas por la peste que llegó en barco a Messina en 1743 y ellas se comunican por cartas donde se cuentan el día a día bajo los efluvios de la epidemia, las lecturas que acompañan la soledad, que van de Cervantes a Rabelais, de Calderón a Moliere, un intercambio intelectual que no excluye al tercer personaje de este trío, que no tiene voz, está construido por las dos mujeres que lo aman, una esposa, la otra amante. En su correspondencia exhiben una exquisita historia de amistad que no hay virus ni Girolamo que pueda matar.