La última película del director de «Plan oculto» es un «thriller» falto de ritmo y cohesión, que supone un decepcionante regreso después de cinco años del estreno de su última cinta
12 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Poco o nada se le puede reprochar a un director de la talla de Spike Lee, creador de las maravillosas Haz lo que debas (1989) y Malcolm X (1992), pero parece que hay algo que se le atraganta en su carrera: los remakes de películas asiáticas. Su primer intento, allá por el 2013, fue Oldboy, filme que americanizaba la homónima obra maestra dirigida por el coreano Park Chan-wook y que fue —con razón— vilipendiada por el público y la crítica. Doce años después, vuelve a probar suerte con Del cielo al infierno, que moderniza y ambienta en Nueva York el clásico de Akira Kurosawa, El infierno del odio. Por desgracia, el resultado, aunque no tan terrible como el anterior, está lejos de ser óptimo.
David King, un magnate de la industria musical estadounidense interpretado por Denzel Washington, intenta recuperar el completo control de su sello musical, el cual está en horas bajas. Entremedias, se ve sorprendido por una llamada en la que un desconocido dice haber secuestrado a su hijo, por el que pide un rescate de 17,5 millones de dólares. En la media hora previa a que suceda esto, todo es realmente extraño, apenas hay rastro del Spike Lee que todos conocemos. El tono es digno de una telenovela americana en la que el protagonista vive con su maravillosa y ejemplar familia —mención aparte a la incesante y anodina música de fondo que parece sacada de una biblioteca de sonidos gratuitos—. Una vez llegados a este punto, todo empieza a coger algo más de forma. Se revela que el secuestrador cometió un error y realmente no raptó al hijo de King, sino al de su mejor amigo, Paul (Jeffrey Wright). Ahí es cuando el productor musical se enfrenta al dilema ético de ceder a la extorsión para salvar al chaval o de no pagar y salvar su empresa. No obstante, este debate interno es ejecutado de forma bastante insustancial y superflua. Da la sensación de que no es lo que más le interesa a Lee, dejando esta cuestión moral en algo casi anecdótico.
Entonces, ¿hay algo de todo esto que merezca realmente la pena? Poco, pero lo hay. Ver a Denzel en su salsa es siempre un gustazo y es la razón por la que el metraje de 133 minutos no se haga eterno —esto no significa que durante varios instantes no tuviese la tentación de echarle un vistazo al reloj—. Destacable también la persecución que tiene lugar en el ecuador del filme, en la que Lee construye tensión al ritmo de salsa puertorriqueña. Por último, los fans más acérrimos del hip-hop disfrutarán con la participación del rapero A$AP Rocky, que junto a Denzel, protagoniza uno de los mejores momentos, en el que King reivindica los auténticos valores de la música frente a la vacua industria de hoy en día, que prima la fama y la instantaneidad sobre la calidad. Pero, aun con todo esto, a la versión moderna del thriller de Kurosawa le falta cohesión y contundencia y el conjunto resulta mediocre.