«Días en la historia del silencio»: ¿Por qué el viejo Simon decidió dejar de hablar?

FUGAS

En la primera novela traducida al castellano de Merethe Lindstrøm, ganadora del Premio de Literatura del Consejo Nórdico, un matrimonio se queda callado para siempre

03 oct 2025 . Actualizado a las 16:43 h.

Seguro que cuando eran pequeños jugaron alguna vez a ¡Chispas!, ese pacto de silencio que se firma cuando dos personas dicen lo mismo a la vez. Las reglas son más o menos así: si usted y su amigo pronuncian la misma palabra al unísono, el que más rápido consiga decir la palabra clave será quien tenga el poder. Hasta que él decida que ya es suficiente, el que haya sido más lento debe callar. Al menos en el juego, el silencio tiene un porqué y la solución está al alcance de la mano.

En Días en la historia del silencio (Errata Naturae), sin embargo, no hay ningún detonante. Nadie le dijo ¡Chispas! a Simon. Él simplemente dejó de hablar. La primera novela traducida al español de Merethe Lindstrøm (Noruega, 1963) —ganadora del Premio Dobloug por toda su obra y del Premio de Literatura del Consejo Nórdico por esta historia— nos sitúa en la mente de Eva, quien comparte los últimos años de su vida con su recién silente marido.

Tres grandes porqués

El silencio, cuenta ella, «llegó gradualmente, en el transcurso de unos meses». Al principio parece que Simon calla por enfermedad, por una demencia senil incipiente que le ha hecho perder el habla. Pero hay algo que nos chirría. Algo no encaja en el relato. Al menos, no desde el punto de vista de Eva. Empieza a parecer, por momentos, que el silencio de Simon tiene algo de voluntario.

Pero si eso fuese así, ¿qué razón puede haber detrás de tal decisión? Es más —parece querer decirnos Eva— si el mutismo de Simon es consciente, ¡esto es egoísmo puro! Porque si él calla, ella no tiene con quién hablar. Eva sufre, por tanto, un silencio impuesto con el que debe convivir día tras día. El primer hilo misterioso de esta historia es esa gran duda: ¿demencia o decisión? ¿Serán causa y consecuencia? ¿Fue callar el inicio del fin o la primera señal de alarma?

Todos los secretos que este matrimonio ha ido almacenando durante toda su vida suponen la segunda incógnita que plantea la noruega y que nos empuja a seguir leyendo, a querer coleccionarlos uno a uno. Porque en esta casa ya reinaba el silencio mucho antes de que Simon callase. La de Eva y Simon es una pareja heredera de esa época en la que la norma era ocultar el dolor, pensando que así desaparecería. Se lo ocultaban principalmente a sus tres hijas, que ignoran las demoledoras historias que Eva nos va compartiendo a lo largo de la novela en forma de recuerdos. Y aunque estamos en su cabeza y eso suele significar que los pensamientos desordenados imperan en la narración, su voz es muy contenida y depurada, rebosante de esa sabiduría que una solo consigue con el paso del tiempo. Sentimos que Eva está vomitando sus memorias en estas páginas, pero su bilis es cristalina.

Una de esas confidencias que nos regala y que, sin embargo, desconocen sus hijas tiene que ver con el pasado familiar de Simon, que de alguna manera parece estar ligado con la guerra. Pero ni la guerra en general, ni el Holocausto en particular son los protagonistas de esta historia. Lo que la noruega busca retratar es más bien un lienzo sobre el trauma, cualquier trauma que se quiere barrer bajo la alfombra y que acaba aflorando con el paso de los años. A veces, sin que te des cuenta. Poco importa cuál sea el de Simon. Esas heridas mal curadas, si no se suturan a tiempo, pueden reabrirse en cualquier momento y crear grietas insalvables.

Pero aún nos queda un tercer misterio por resolver que es, quizás, el que más quebraderos de cabeza levanta a las hijas del matrimonio: ¿por qué esta pareja de ancianos habrá despedido, de la noche a la mañana, a la mujer que limpiaba su casa? Si estaban tan contentos con ella...

Testimonio personal

Aunque esta ficción, según la propia autora, no tiene nada de autobiográfica, sí que hay cierta inspiración personal en lo que le sucede a este matrimonio. «Mi padre perdió el habla sin motivo aparente pocos años antes de morir», confesaba la escritora noruega en una entrevista radiofónica.

Los padres de Lindstrøm se divorciaron cuando era muy pequeña y ella, que convivió principalmente con su madre, mantenía con él una relación a distancia. «Siempre hablábamos por teléfono. Teníamos unas largas charlas telefónicas que me enseñaron muchas cosas. Siempre a través del lenguaje. Y, de repente, solo silencio...», relataba la escritora.

El deterioro cognitivo llegó y arrasó con la persona que Merethe conoció y ese sentimiento fue la chispa que la empujó a contar esta historia de palabras calladas y de malditos silencios que, en definitiva, es un poderoso canto a la palabra. Una oda a las puertas que abre la comunicación y que, si el silencio reina, siempre quedarán cerradas.