El regreso literario de Abigail Thomas te enseñará el lado bueno de las cosas

FUGAS

La autora reflexiona sobre la brevedad de la vida y en la tercera parte de sus memorias nos baña con su optimismo radical

17 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando uno elige, de entre todos los medios que hay a día de hoy, pintar al óleo, en realidad está haciendo toda una declaración de intenciones. Porque el óleo requiere paciencia, ya que tarda una eternidad en secar. Requiere cierto optimismo, porque uno debe confiar en el proceso hasta el final. Y requiere templanza, la misma que inunda los textos —y me atrevo a pensar, también las pinturas— de Abigail Thomas (EE.UU., 1941).

La escritora estadounidense, apodada por Stephen King como la Emily Dickinson de los autores de memorias, es experta en analizar con paciencia, optimismo y templanza los detalles más minúsculos de su paso por este mundo e insuflarles un peso poético sin igual. Y todo, con un sarcasmo delicioso. Hablando del cuadro que le ocupa el tiempo últimamente, dice: «Para hacer un sol utilizo más o menos una cucharada de naranja, y de ese color tengo cuatro litros. Digo yo que me durará hasta que me vaya al otro barrio».

El nuevo libro de la autora, Lo que viene después... y que te guste (Errata Naturae), está lleno de reflexiones que toman detalles de lo cotidiano y los elevan a la máxima potencia. Habla de su larguísima amistad con Chuck, de las enfermedades que nos atacan al final y no tan final de la vida, del vínculo que la une a sus hijos —en especial a Catherine— y de las imperfecciones del día a día. Lo hace en capítulos brevísimos, algunos de tan solo una página, que van pintando un precioso mosaico de una vida extraordinariamente normal. Es decir, de una vida con altibajos, pero que a través de los ojos siempre benévolos de Abigail merece la pena vivir. Como otra cualquiera.

Vida de perros

Aunque la estadounidense ha escrito varios libros de ficción a lo largo de su vida, son estas memorias fragmentadas en pequeños suspiros las que más alegrías le han dado a la autora. Y aunque no siempre es necesario conocer previamente la vida del artista para zambullirse en sus memorias, en este caso no está de más conocer un par de pinceladas de lo que le sucedió a Thomas. Así que ahí va todo lo que deben saber de la vida de la buena de Abigail.

Para empezar, con 18 años se quedó embarazada de su primera hija y, por ese motivo, la echaron de la universidad. A los 23 años ya tenía tres hijos y a los 47, ya tenía tres maridos.

Puede que lo más curioso de la estadounidense es que no cogió la pluma hasta ese momento, a los 48 años. Aunque llevaba décadas vinculada al mundo editorial como agente literaria, nunca se había atrevido a publicar sus historias, pero en aquel momento se lanzó y escribió, primero, libros infantiles, después alguna que otra novela y una colección de pequeños relatos. Fue a los 59 años cuando valoró que merecía la pena poner su vida sobre el papel.

En Lo que cabe en un instante habló de sus matrimonios, sus divorcios y de las dificultades de su jovencísima maternidad, siempre con ese estilo analítico regado de humor. En Una vida de tres perros, la obra que la impulsó a la fama, detalló las consecuencias del accidente que llevó a su segundo marido a quedarse postrado en una cama. «Ahí estaba, pero no era el mismo», confesaba Abigail.

Optimismo incansable

Y aunque puede que estos tres o cuatro detalles de la vida de Thomas les hagan pensar que todos sus libros son un mar de lágrimas, nada más lejos de la realidad. La estadounidense es maestra en eso de exprimir los limones que te lanza la vida y basa toda su obra en abogar por la felicidad.

En un momento, Abigail recuerda cuando su amigo Chuck leyó uno de sus primeros relatos: «Me contó que lo había leído en los escalones de la parte de atrás de su casa y que su mujer lo oyó reír y salió y le dijo: 'Creía que estabas trabajando'».

Eso sucede, sin importar el contexto. Es divertido leer a Thomas yendo a un cursillo de cuidados paliativos, terapéutico ver cómo supera el duelo por la muerte de sus adorados perros y es reparador saber que, de una visita al médico, ella decide centrarse en el instante en el que a su hija derramó el té antes de entrar. La mejor lección que nos da Thomas es su incansable compromiso por atesorar ese lado bueno de las cosas.

Así es Abigail y su optimismo radical que, en un libro tan regado por los achaques de la edad y el imbatible paso del tiempo, reflexiona: «¿Por qué no soy más consciente del milagro tremendo que somos, de lo bien montados que estamos? ¡Vivos!».