Javier Castillo presenta «El susurro del fuego»: «Después de socorrer a un hombre por una bajada de azúcar, pensé en que podría ser el origen de la historia»
FUGAS
El autor vuelve a sumergirse en el suspense y estrena libro tras la adaptación de su obra «El cuco de cristal» en Netflix. «Esta novela me he obligado a parar y a tirarme más en el suelo a jugar con mis hijos», confiesa
11 dic 2025 . Actualizado a las 15:24 h.Quién le iba a decir a Javier Castillo (Málaga, 1987) que lo que vivió durante sus vacaciones familiares terminaría siendo la inspiración de su última novela: El susurro del fuego. Ambientada en Tenerife, el autor nos adentra en la desaparición de Laura Ardoz y en la búsqueda incansable que realiza Mario, su hermano mellizo, junto a la sargento Candela Oramas. Castillo nos propone así un viaje por la conexión especial entre hermanos, la cruda realidad de una enfermedad como el cáncer y la reflexión de que vivir es un ratito.
—¿Qué tal estás?
—Con un poco de jet lag, pero muy bien. He llegado de la gira de México. Anoche estaba despierto con los ojos como platos y ahora estoy pasando las estragos de estar fundido completamente.
—Estás a una novela de que te convaliden el grado de Criminología…
—Si lo intento, a lo mejor me quitan algunas asignaturas, pero la Criminología es muy compleja [risas]. Tengo amigos que la estudian y me fascina, porque tiene tanto detalle… Al final lo que hacemos los escritores es simplificar para tocar más emociones. Pero me encanta.
—Y de cambiar la puerta de cristal de tu despacho por otra normal, ¿a cuántas estás?
—Creo que ya me he acostumbrado y hasta me gusta, pero al principio, cuando se acercaban mis hijos, decía: “Dios mío, ¿por qué la he puesto?”. Yo ahí concentrado escribiendo una escena macabra, y, de repente, se me aparecía una carita sonriente de 2 años tras el cristal diciéndome: "¡Hola, papá!". Es hasta divertido [risas].
—«El susurro del fuego», además de ser un thriller, es la descripción de lo que significa la conexión entre hermanos…
—Sí, exactamente. Al final es una novela que trata sobre Mario y Laura Ardoz, y de su relación. De lo que significa el amor entre hermanos en el que te dices la verdad y te quieres incondicionalmente, pero al mismo tiempo eres capaz de discutir sin destrozar ese cariño. Me parecía que este tipo de vínculo no se había tratado en una novela de suspense, al menos con esta emotividad particular. Yo tengo un hermano y nunca me he reconocido en esa relación de hermanos en los libros que he leído.
—Y son mellizos, que siempre se ha dicho que tienen una conexión más fuerte…
—Un hilo invisible que los une. Mi hermano es dos años mayor que yo, pero es verdad que el tema de que fuesen mellizos me permitía hacer muchas cosas con esa conexión, como hablar de que los dos estaban muy unidos y jugar con el concepto de que, a pesar de haber vivido exactamente la misma vida, ambos habían crecido de maneras opuestas. Representando esa figura de dos personas que están en el mismo vientre, que se hacen mayores y son radicalmente diferentes.
—Juegas mucho con los flashbacks. Lo que te gusta un salto en el tiempo, ¡eh!
—Sí, pero en esta realmente no hay tantos [risas]. Son saltos hacia atrás para construir ese viaje al pasado. Al mismo tiempo que vemos la infancia que compartieron Laura y Mario, también investigamos qué le sucedió a ella en la isla. Viajando hacia atrás, los ves jugando al escondite o de mayores en una fiesta de San Juan en la playa. Ese salto al pasado te permite, con muy pocas pinceladas, reconstruir esa relación de una vida juntos. Me gusta utilizar el recurso porque la memoria funciona de esa manera y quería representarla así. Cuando tú piensas hacia atrás en tu vida, no lo haces con un orden. Vas de un momento a otro e incluso mezclas los recuerdos.
—En la historia, haces bastante hincapié en ese idioma que solo se habla entre dos personas, de cuando creas un lenguaje único con alguien especial...
—Sí, y es cierto. Además de esa manera única que tienen de hablarse el uno al otro, también está la de los recuerdos compartidos. A mí me fascinaba la idea de que cuando pierdes a alguien, no solamente desaparece ese lenguaje compartido, sino que parte de tu propia vida se va con ella. En realidad, y especialmente cuando ocurre con un hermano, nos negamos a aceptar que nuestra vida también descansa en la memoria de quien está con nosotros, y si no hay alguien ahí fuera que te recuerde sus momentos importantes en la tuya, esos recuerdos se esfumarán para siempre.
«Nos negamos a aceptar que nuestra vida también descansa en la memoria de quien está con nosotros. Si no tienes quien te recuerde sus momentos importantes en la tuya, esos recuerdos se esfumarán»
—Me imagino que tú tendrás a quien buscar o quien te busque en esos momentos frágiles...
—Completamente. Tengo a mi mujer y a mis hijos que siempre están recordándome lo bonito de la vida, y, por suerte, también a mi hermano. Estamos muy unidos aunque no nos vemos todo lo que nos gustaría. Cuando uno se siente como muy perdido, él es la persona capaz de guiarme en el camino de vuelta a casa.
—Además los has hecho protagonistas en la novela. Esa familia malagueña que llama al 112 en uno de los primeros capítulos, intuyo que sois vosotros…
—Sí, es una familia malagueña que aparece en el origen de la historia y es como un pequeño cameo lejano de mí mismo ahí dentro. Me parecía divertido y ya lo he hecho en otros libros. De un modo u otro, quiero estar de fondo en lo que ocurre porque me gusta sentir que ya no solo soy quien escribe la historia, sino que también formo parte de ella de manera anecdótica.
—La idea para este libro se te ocurrió porque habíais socorrido a alguien en vacaciones, ¿no es así?
—¡Sí! Estábamos de vacaciones en Tenerife y paseando por el Puerto de la Cruz, vimos a una pareja de alemanes y al hombre le dio una bajada de azúcar. Lo atendimos y de repente empecé a pensar en si ese podría ser el origen de una historia. De si en lugar de no haber sido una bajada de azúcar hubiese sido una bajada de defensas por el final de un tratamiento. Y si, además, fuesen hermanos y que cuando él saliese del hospital ella desapareciera…
—Es decir, que no desconectaste en todo el viaje...
—¡Jamás! Siempre me pasa que cuando quiero desconectar, más empiezo a pensar en escribir y es imposible. Una vez que estás creando historias no puedes pararlo. En realidad, cuando te llega una muy buena idea, aparece en cualquier momento. Lo bonito de esta es que ha ocurrido viajando y los viajes te abren mucho la mente y te exponen a emociones o situaciones que son únicas.
—«Solo seguimos el rastro de quienes dejamos que marquen nuestro camino». ¿Quién ha marcado el tuyo?
—Mi mujer, completamente. Me ha dado las emociones más puras que existen: el amor verdadero, a mis hijos… Y ellos me han entregado el miedo más real y más irracional que existe, que es el miedo de que le pase algo a alguien ajeno. También me ha dado lo que es sentirme vulnerable y completamente rendido. Cuando una persona te da todas esas emociones de manera tan pura es como ese faro que te guía en todo lo que haces. En mi caso, he tenido la suerte de encontrarla y la considero mi camino.
«Mi mujer me ha dado las emociones más puras. Cuando alguien lo hace de esa manera es como ese faro que te guía en todo lo que haces. La considero mi camino»
—Y «aprendemos la lección cuando la vida nos pone a nosotros mismos de ejemplo» ¿Has aprendido alguna escribiendo la novela?
—Sin duda, y la gran lección que he aprendido es la de aprovechar el tiempo. El querer cuidarme más y disfrutar más la vida. Soy una persona que está muy centrada en el trabajo y siempre estoy pensando en escribir o en los proyectos de adaptación que tengo. Soy muy obseso de una profesión que me fascina y de la que estoy completamente atrapado mentalmente. Hacer este libro me ha abierto la mente y me he obligado a pararme, a tirarme más en el suelo con mis hijos a jugar, a quedar con mis amigos… Una vez escrito me he dado cuenta de todas las cosas a las que renuncio. Es una suerte dedicarse a lo que a uno le apasiona, pero la vida no es solo eso, es muchísimo más.
—No sé si era tu objetivo, pero al terminar de leerlo, piensas en lo que harías si hoy fuese el último día de tu vida...
—Completamente. ¿Y tú qué harías si hoy fuese tu último día?
—Por ahora acabar tu entrevista y publicarla… [Risas]
—Y te irías abrazar a tus padres, a comer con ellos… Vivimos la vida con mucha monotonía pensando que vamos a hacerlo para siempre y en realidad tenemos que planear la vida como si fuésemos a vivir para siempre, pero vivirla como si fuésemos a morir mañana. Eso hace que digamos: “¿Cuál es mi objetivo?” En tu caso, igual es ser la directora de un periódico, pero si hoy fuese tu último día, pues escribirías el mejor artículo de la historia porque es el último, te irías con tus amigos a hacer algo divertido... Vas como todos los días haciendo ese equilibrio, ese plan y esa vida rápida y fugaz. En mi caso, si hoy fuese mi último día, creo que dejaría escrita toda la trama del libro que estoy planeando ahora para que alguien sepa qué quería escribir antes de morir.
—¿Y me harías espóiler?
—¡No, no! Lo lee solo mi mujer [risas].
—¿Cómo se gestiona que Netflix llame a tu puerta para adaptar una de tus novelas?
—Es un sueño, porque pienso que no hay otro lugar mejor que una plataforma para hacer llegar tus historias a todo el mundo. Y más una persona como yo, que tiene esa ambición global de que lleguen muy lejos. Abruma muchísimo de inicio y, al mismo tiempo, te produce orgullo y responsabilidad. Al final, lo que haces es sentarte en el escritorio y ponerte a trabajar para conseguir que esté a la altura tanto de los lectores como de todos los espectadores.
—En caso de que adaptase esta, ¿serías capaz de hacer un casting? ¿A quién verías de Mario, de Candela o de Laura?
—¡Qué difícil! En España hay varios actores y actrices que serían Marios, Lauras y Candelas espectaculares. Pero no puedo decir ninguno, porque si lo digo y luego no lo interpreta… [Risas].