«Una personalidad como el doctor Kobischz, director del servicio meteorológico del Reich, acaba de contestar a esta pregunta: 'El cambio en el clima es consecuencia de la situación atmosférica?, no de la guerra' [...]». Ahí queda el dato: el negacionismo de los efectos del hombre sobre el planeta tiene más años que el del holocausto nazi

Jesús Flores
Jefe de Cierre

Si somos un poco rebuscados, la primera referencia en La Voz de Galicia a que «el tiempo no es el de antes», ese latiguillo que nos acompaña desde siempre, lo encontramos el 3 de septiembre de 1912, en una reseña sobre la temporada musical madrileña. En esta nota el periodista critica que el clásico «ciclo de invierno» dedicado al género chico se haya puesto en marcha «en plena ola de calor», lo cual viene a indicar que el dicho «después de la Peregrina échate el abrigo encima» ya no iba siempre a misa.

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Pero anécdotas aparte, mucho más reveladora es la crónica del 11 de septiembre de 1942, enviada desde Berlín, en la que se da cuenta por primera vez en las páginas de La Voz del debate sobre un posible cambio climático. La información advierte que, según algunas investigaciones, el exceso de carbón quemado «podría calentar la atmósfera» y recuerda «los grandes fuegos o explosiones» que provoca la guerra. Y lanza una pregunta: «¿Tienen los cañones la culpa del mal tiempo?». Ahí es donde entra la versión negacionista alemana, en boca del doctor Kobischz, director del servicio meteorológico del Reich: «Estamos acostumbrados a culpar a la guerra de todas las molestias que sufrimos, las explosiones no tienen ninguna incidencia», aseguraba el jefecillo nazi. Aún así, el periódico insistía en que ya había evidencias cientificas de ello y concluía deslizando que los anormales rigores climatológicos de la época no eran «asunto de la Providencia».

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Las graves consecuencias de un giro meteorológico drástico ya las había recordado La Voz en una crónica de Emilio del Villar en 1917: «Los cambios en el clima de Italia están en la raíz de la decadencia del imperio romano», escribía el prestigioso divulgador en las páginas del periódico antes de lanzar está advertencia que, vista con los ojos de hoy, resulta profética: «La solución de los problemas histórico-sociológicos está en manos de las ciencias físico-naturales».

«La solución de los problemas histórico-sociológicos está en manos de las ciencias físico-naturales»

El debate se afina mucho más en un reportaje de 1956, titulado «Las estaciones del año no están locas», con una entradilla que reza: «La culpa de los desarreglos atmosféricos es del sol» y que comienza así: «Hace tiempo que se habla de un cambio en las estaciones. Y unos culpan a la bomba atómica, mientras otros buscan las causas en variaciones diversas». La crónica habla de oscilaciones de radiación solar, de la deriva de los continentes o decambios en la configuración del planeta como causas de las variaciones meteorológicas, que en esa misma página el novelista inglés Horace Walpole define así: «¿Saben lo que nos ha traído el mes de junio»?: Heno y nieve, flores de azahar y reumatismos». Al lado de esta crónica figura una jovial información que hoy se interpretaría con recelo: «Cerca de 52 millones de personas han viajado en avión en 1955».

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«Hacia una nueva era climática, algunos científicos predicen el inicio de una periódo glaciar»

Y muchos millones de vuelos después —concretamente el 6 de noviembre de 1977— nos encontramos ya con un titular mucho más rotundo: «Hacia una nueva era climática, algunos científicos predicen el inicio de una periódo glaciar», que precede a un reportaje en el que se manejan por primera vez en La Voz conceptos como el de «efecto invernadero» o «una nueva era glacial» y en el que se critica que en tiempos pasados los cambios climáticos se considerasen como «una especie de ciencia ficción casera». «Hoy —continúa— los científicos coinciden en que están directamente ocasionados por la acción humana».

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Del doctor Kobischz a Greta Thunberg: un viaje repleto de debates y polémicas más largo que el de la niña sueca en su catamarán.

Diseño interactivo: María Pedreda / Gladys Vázquez

LA PRIMERA VEZ QUE EN LA VOZ SE HABLÓ DE...

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