Luis Enrique se reencuentra con el germen de su ideario

l. g. c. VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

El técnico defendió en 354 partidos la camiseta culé

28 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Cuando en plena pretemporada se comunicó la renuncia de Tito Vilanova al banquillo del Barcelona, las miradas se dividieron entre Argentina y Vigo. El nombre de Luis Enrique Martínez sonó con fuerza para asumir la dirección del banquillo de un Barça en el que algunos le ven en un futuro. Siempre y cuando los resultados no le emborronen un currículo todavía por construir, claro está.

Y es que el nombre del asturiano está escrito en letras mayúsculas en la historia del club catalán. En el verano de 1996, y con la mayor naturalidad, saltaba el abismo que distancia el Real Madrid del Barcelona. Tras disfrutar de las mieles del éxito en el club blanco, adoptaba una de las decisiones más polémicas, y más determinantes, de su carrera, para incorporarse a un Barcelona en el que explotaría definitivamente su fútbol y en el que se retiraría en 2004. Un Barcelona con el que se reencontrará mañana y que le ha convertido en lo que es hoy. Porque Luis Enrique expone ahora en Vigo un ADN futbolístico gestado precisamente en el escenario culé. Su concepción futbolística es la adquirida durante su etapa como jugador blaugrana, y durante sus posteriores años como entrenador del filial barcelonista.

Ocho temporadas, más de 200 partidos de Liga, más de 25 en Copa, o casi sesenta en competición europea son cifras que acompañan a un futbolista con más de un centenar de goles a sus espaldas con la camiseta culé (127 en 354 partidos) y que tiene en sus vitrinas títulos de Liga, Copa, Recopa, Supercopa o Supercopa de Europa. Aunque más allá incluso de las cifras, Luis Enrique consiguió convertirse en uno de los baluartes de un Barça en el que exhibió liderazgo y al que guarda el mayor de los afectos. En vísperas del clásico se pronunciaba: quería que ganase el Barça.

Mañana, cuando el entrenador del Celta salude al Tata, ya no tendrá tan buenos deseos para los culés, al menos, durante 90 minutos. Cuando se dirija al banquillo de Balaídos, puede que media vida deportiva se mueva a la velocidad de la luz por su mente. Será la primera vez que se enfrente a un Barcelona en el que mostró su mejor fútbol, y con el que debutó un 28 de agosto de 1996 en un partido de Supercopa. Esa es una de las fechas marcadas en el historial de un Luis Enrique que fue tomando notas de entrenadores como Bobby Robson, Van Gaal, Rexach, o un Radomir Antic con el que coincidió en Real Madrid y Barcelona. «Estamos hablando de una persona que vive por y para el fútbol y que lo basa todo en la dedicación y el trabajo», le definía el serbio hace apenas unos meses cuando se confirmó su llegada a Vigo. De ellos fue atesorando conocimientos. Forjando una forma de entender el fútbol de la que se empapó en Barcelona y que ahora intenta extrapolar al Celta.

Una concepción de fútbol en la que el gusto por el balón solo es superado por otro elemento: el carácter. La lucha.