Las plegarias de las abuelas, el «scouting» del hermano y una «familia por elección»

GRADA DE RÍO

Aunque se encuentren en la otra punta del mundo, ver los partidos en familia es una tradición en los Larrivey

12 oct 2014 . Actualizado a las 13:47 h.

Cuando Joaquín Larrivey habla de su familia y sus amigos - «mi familia por elección», y con los que ha compartido mil aventuras en los últimos veinte años-, se crece. Presume de que siempre han estado a su lado, en lo bueno y en lo malo, y reconoce que cuando las cosas le van bien, como ahora, lo disfruta especialmente porque ve feliz a su gente. Hace unas semanas, al reencontrarse con un viejo amigo, este le confesaba un recuerdo que había guardado durante años. «Cuando me fui para Italia mi amigo le dijo a mi mamá «Cuqui, ahora Joaquín va a triunfar» y al parecer mi mamá le dijo: «No te equivoques, Joaquín ya triunfó». Para mi familia que yo fuese un profesional ya era un éxito. Todo lo que venía, ya era de más». Joaquín se emociona al confesarlo.

El orgullo que los Larrivey sienten por Lonca, como le llaman en casa, es inmenso, y cada uno lo vive a su manera. «Yo disfruto y sufro cada partido. Puedo gritar mucho, tiro de cualquier locura», dice Damián, el particular scouting de Joaquín. Cuando su hermano comenzó a jugar al fútbol, Damián empezó a analizar a los rivales para ayudarle en los partidos, y hoy todavía recuerda entre risas que la mitad del mérito de un trofeo es suyo. «Joaquín peleaba por ser pichichi, Huracán iba ganando 1-0 y el árbitro pitó penalti para el rival. Yo, que llevaba una tabla de goleadores de equipos rivales, le había dicho que si había un penalti para Rafaela, que lo tiraría tal jugador y de tal manera. Él se lo dijo al arquero, y este lo atajó. Ese partido lo ganó Huracán, así que mi hermano me debe un título», bromea Damián.

Allá dónde Joaquín va, el mayor de los hermanos analiza a sus rivales, aunque cada vez se complica más. «Para el partido del Villarreal tuve que ver las seis jornadas anteriores y la Europa League. Cuando lleguemos a la jornada quince... ¡Imaginate!».

Aunque se encuentren en la otra punta del mundo, ver los partidos en familia es una tradición en los Larrivey. Unos sufren, como su madre -«Creo que sufre por miedo a las lesiones y cuando me pegan. Mi padre lo vive como un sueño»- y otras, como sus abuelas, rezan. «Mi suegra, Tina, y mi mamá, Juana, se pasan los partidos rezando», cuenta Fernando Larrivey. Las dos sienten devoción por Joaquín, y Tina se ha convertido en coleccionista de cada noticia que habla de su nieto. «Agarra todos los recortes y los conserva en una carpeta que guarda como reliquia», prosigue el padre del futbolista. Tina también reclama una pequeña parte de mérito. «Mi suegra cuenta que Joaquín no se lesiona porque de pequeño era muy flaquito y entonces le daba mucha vitamina. Me dice: «Viste, viste, es por toda la vitamina que le di», cuenta feliz.

Su gente, en la piel

El amor que la familia le profesa a Joaquín, es mutuo. Tanto, que los lleva en la piel. «Tengo tatuadas las manos de mi madre y mi padre, mis abuelos, tres estrellas por mis tres hermanos, frases sobre Dios y una frase grande que dice que la vida no vale nada sin amigos». Hace poco amplió su colección al tatuarse una frase de una de las canciones que le acompañan antes de los partidos. «Siento que el viento me sopla de nuevo al oído la frase ideal». El brazo izquierdo de Larrivey es como un collage en el que resume su pasado y su presente, mientras el derecho espera por el futuro. «Me queda ese brazo para cuando tenga hijos», el sueño que le queda por cumplir. «Claro que gustaría jugar alguna copa internacional, pero realmente lo que quiero es tener una familia propia un día». Y es que, como dijo su madre, de alguna manera, «Joaquín ya triunfó».