Tocan tambores de despedida para Augusto Fernández. En unos días cambiará el celeste por el rojiblanco y en unas semanas regresará a Balaídos, pero para encaminarse al vestuario visitante. Así es el fútbol y así es la vida. Para algunos, que se marche en medio de la temporada es una decepción, casi una ofensa por parte del capitán, que ha priorizado competir en un club de mayor entidad y cobrar el doble a seguir defendiendo el escudo de un equipo con el que ha sufrido y disfrutado, y en el que ha hecho sufrir y disfrutar. Porque no nos olvidemos que si alguien se ha dejado la piel por la camiseta celeste durante las dos últimas temporadas ha sido Augusto, el «soldado» de Berizzo. El hombre disciplinado que llegó a Vigo como extremo y se marchará como mediocentro. El que lloró con la salvación en la última jornada, el que pidió jugar contra el Getafe con un tendón de la mano roto, el que asumió su culpa ante Gil Manzano. El jugador que cada vez que vistió la camiseta del Celta lo hizo con respeto. Un profesional. Por todo lo que ha dado al club celeste, y porque la ley del fútbol es la que es, Augusto no se merece marcharse oyendo el eco de los reproches, sino con un gracias por sus servicios y hasta siempre, capitán.