La desidia de un equipo que ha dejado de creer en lo que hace

GRADA DE RÍO

Oscar Vázquez

30 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La etiqueta no era mala. Unzué conocía el club, tiene una propuesta futbolística que apuesta por el balón y el juego de ataque a la vez que considera, el caso de Brais sirve como ejemplo, lo que sucede en la base. No son pocos argumentos para haberle contratado. La lástima es que, sobre la escena, el Celta ha vagado por la temporada sin encontrarse, como un equipo al que le cuesta apostar por lo que hace, que solo rema a impulsos, y que lejos de Balaídos firma una indolente segunda vuelta. Ni siquiera con la séptima plaza en saldo, ha encontrado una versión afilada de sí mismo para competirla hasta el final. Este equipo, con una dependencia de Aspas difícil de determinar, no se reconoce en el espejo. Unzué no ha conseguido encajar una columna vertebral. Y no ha sido por no probar piezas. La línea medular, en continuo vaivén, sigue sin afianzarse en la antepenúltima fecha. En defensa, los riesgos de exposición han restado más puntos de los que han sumado. Solo la eficacia de la pareja atacante y las intervenciones en la recta final de un Sergio que parecía ya defenestrado, han evitado males mayores. Los más de trece millones invertidos en Emre Mor se han escurrido entre la indisciplina del turco y la incapacidad del técnico para recuperarle. Todo esto, batido, deja la sensación de que, sin ser Europa la obligación que algunos demandaban, el rendimiento colectivo está por debajo de sus posibilidades. Y falla en lo elemental: la falta de fe del plantel en su propia identidad. Un equipo puede quedarse sin aire. Puede darle la suerte la espalda. Pero lo que nunca puede acusar es falta de sangre. El Celta, al que apenas le resta un derbi como aliciente, va camino de apuntillar esta temporada en una profunda anemia. En una desidia que impedirá, salvo giro imprevisto, que Unzué repita en el banquillo la próxima campaña.