
El Concello de Moaña está tardando en ponerle una calle a Iago Aspas. ¡Qué digo una calle! ¡Una avenida! Porque resulta difícil imaginar que alguno de sus vecinos haya llevado más lejos y más alto el nombre del municipio. El delantero ha puesto su pueblo en el mapa más allá del Padornelo y a estas alturas más de un comentarista ruso debería estar practicando cómo se dice pronuncia «El Genio de Moaña» con acento eslavo.
Iago se ha ganado a pulso que Lopetegui le incluya en la lista de elegidos para el Mundial. Todas las quinielas le dan entre los 23, y no es para menos. Ha firmado una temporada brillante en medio de un Celta gris. En su equipo ha puesto fútbol, liderazgo y 22 goles que igualan los guarismos de los tiempos en blanco y negro de Mauro. Por segunda temporada consecutiva es el pichichi nacional, y sin la necesidad de estar en un Madrid o un Barcelona.
El de Moaña conjuga todo lo que un jugador debe tener para plantarse en la tierra de los zares, la que alumbró a su ídolo Mostovoi. Tiene fútbol, es versátil y probablemente pocos haya que le ganen en ilusión. Porque a él la selección le ha llegado cuando ya no la esperaba y cada vez que se viste de rojo regresa a casa con un puñado de recuerdos. No vaya a ser que no repita.
Iago se merece ir con España por nivel, porque le define una polivalencia difícil de encontrar en el resto de candidatos al puesto y porque, de algún modo, representa al balompié de la calle, el más genuino. Conserva el carácter del fútbol de barrio, de pachanga, de discusiones con los amigos ante la tele del bar. Solo que, cuando se viste de corto, tiene el don de convertir en realidad lo que otros solo sueñan. Ese es Aspas, el de Moaña.